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Pepe
el Marismeño ha librado dos grandes batallas, en las que ha
salido victorioso, y con todo orgullo y razón va de desfile de
la victoria por los platós de la TV. Las dos batallas han sido,
a saber: librarse de la droga y librarse de la ojana de peluquín
y tinte de Los Marismeños. Si difícil es siempre la primera de
estas batallas, la segunda lo es más. Los tres restantes
compañeros de Pepe no han podido librarse ni del peluquín, ni
del tinte, ni de la ojana de la hermandad de Triana. Los
Marismeños siguen siendo completamente marismeños, un horror,
mientras Pepe va de ex marismeño por la vida como va de ex
drogadicto. Esto de la droga lo digo yo.
El no lo dice nunca así, al menos en estos términos. Pero que
conste que lo manifiesto con el mayor de los respetos y con toda
mi admiración por un hombre que en esos bajos fondos del
artisteo ha sabido descabalgar del caballo y sacudirse el polvo
blanco del camino. Hay que tener valentía para saberse enfermo,
prestarse a una cura de desintoxicación, persistir en ella y,
luego, contar a todos que el desenganche es posible. Como dice
el cura de Almendralejo que llevó el otro día El Loco a sus
ratones, las palabras mueven, pero el ejemplo de los hechos,
arrastra. Y Pepe arrastrará a muchos a dejarse de arrastrar por
las drogas.
A dejar de "consumir", que es como él dice.
La Academia acaba de aceptar para el DRAE muchas voces y giros
de la calle, como comedura de coco, vender la moto, sacar
pecho o matar al mensajero. Creen los académicos que así son más
modernos. Pero no han oído el Diccionario de la Droga a Pepe el
Marismeño. En él se ha añadido una acepción al verbo "consumir".
Consumir, que en su segunda acepción de la XXII edición es
"utilizar comestibles u otros bienes para satisfacer necesidades
o deseos", tiene en el mundo de la droga otro sentido. Consumir,
por antonomasia, es esnifar cocaína. En esta sociedad de
consumo, ese grave problema pasa a ser la única, destructiva
forma de consumo. Los consumidores no son los que van al
hipermercado a llenar el carrito, sino los que se meten de polvo
blanco más que un bote de talco para el culete de un niño chico.
La defensa de los consumidores les sonará a ejercicio de sus
derechos frente a los pequeños y grandes traficantes. Dicen "yo
ya no consumo" y se sobreentiende que siguen consumiendo pan,
leche, garbanzos, y que siguen consumiendo agua, gas y
electricidad, pero que ya no consumen aquello que por dentro los
iba consumiendo.
¿De dónde este "consumir" y "consumo" en la
jerga marginal o no tan marginal del mundo de la droga? Para mí
que de la propia ley, del mundo de la Policía y los
delincuentes. La ley habla de "consumo propio" en la
permisividad de llevar droga encima sin que sea penalmente
considerado tráfico de estupefacientes. Sospecho que ese término
penal, en boca de los suministradores de estos productos, ha
hecho que lo usen quienes tienen una total dependencia de los
polvitos blancos, las pastillas o lo que sea, porque, gracias a
Dios, como yo no consumo, no tengo idea de ese infierno. Del que
me ha llegado este dantesco relato de Pepe el Marismeño, que nos
demuestra con sus hechos y con su vida sana en la clínica de La
Garriga que a veces se puede borrar el letrero de la puerta:
"Perded toda esperanza los que entráis". Pepe el Marismeño ha
recuperado la esperanza porque ha salido de ese infierno. La
droga se nos aparece como una enfermedad profesional de los
flamencos. Como la silicosis de los mineros, el consumo de los
flamencos. Y tan divinamente vemos a Pepe el Marismeño tras
ganar su batalla, que estoy por sugerir al Ayuntamiento de Jerez
que en esa Ciudad de Flamenco que van a levantar incorporen una
clínica de desintoxicación del consumo.
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