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Igual
que ya les dan Medallas de Bellas Artes a los toreros, a los
escenógrafos, a los galeristas y a los guionistas de cine, la
Real Academia de San Fernando debería admitir oficialmente entre
las musas a las nuevas modalidades del arte de la política. No
me refiero a la conversión de la Academia en
plató de "Salsa
Rosa", para que Alvarez Cascos presente en sociedad a su última
novieta. Haga usted el Ave a Cataluña, plantee el Plan
Hidrológico, ponga de dulce las autopistas y los puertos, dote
de infraestructuras increíblemente buenas a los aeropuertos
nacionales, don Paco, para que lo que quede de su gestión
política en estos ocho años de PP es que tiene usted una novia
nueva. Hasta el punto de que nadie saca a los consumidores de
programas rosas de la profunda convicción de que cuando Aznar
dijo que estamos "mejor que antes" se refería especialmente a
Paco Cascos, que está mejor con María Porto que con Gemma Ruiz
Cuadrado, con Cristina Amor o con Elisa Fernández Escandón. Por
el momento. Las nuevas artes que debe
admitir la Real Academia de San Fernando son las de la política.
¿No dicen que la política es el arte de lo posible? Démosle esa
dimensión. Igual que en Bellas Artes hay una sección de Música,
debería de haber una sección del No en la Política, y nombrar
académicos a Zapatero y a Rajoy. Rajoy ha dicho que gobernar es
fundamentalmente decir que "no" cuando se tercie y no hacer
tonterías. Zapatero, para no hacerlas, ha anunciado que no
formará gobierno si no saca más votos que el PP, que si le
queremos escribir, ya sabemos su paradero, que no está a
cualquier precio en el Frente Anti PP, primera línea de fuego de
la batalla que se libra al norte del Ebro.
Mas nadie como Aznar para que lo hagan
académico de las Bellas Artes de la política. Arte en el sentido
con que usan la voz los flamenquitos: "¡Qué arte, hijo...!" Eso
sí que es arte. Primero, el arte de llegar al poder a través de
las urnas, cuando nos parecía que nos esperaban otros tres mil
años de felipismo. Después, el arte de hacer lo que tenía que
hacer y cuando lo tenía que hacer, incluido Irak, incluida la
supresión del servicio militar, incluida la creación de empleo,
incluida la bajada de impuestos y no incluida en modo alguno la
bajada de pantalones. Y al final, pero no lo último, el arte de
saber irse. Hay que remontarse a Curro Romero para encontrar
otro caso de una retirada con tanto arte, en plenitud de triunfo
y de facultades, por la puerta grande, como Aznar. Juan Belmonte
le dijo a su notario y biógrafo Luis Bollaín, días antes de
pegarse un tiro en la placita de tientas de "Gómez Cardeña": "A
Juan Belmonte nadie lo va a ver arrastrando los pies por la
calle Sierpes". Sin necesidad de pegarse un tiro, a Aznar nadie
lo va a ver arrastrando los pies por la calle de la política.
Saber irse a tiempo, sin que lo quiten a uno, es un arte. Arte
que, por ejemplo, no tuvo González, que no se fue en plenitud de
triunfo, sino que lo echaron con cal viva y maletines, y a quien
ahora vemos arrastrando los pies por sus negocietes de las
repúblicas sudamericanas.
Alvarez Cascos, un
ministro del PP con una agitada vida amorosa
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