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Menos
mal que Iberia, para ahorrar, va a compensarnos de la alta
velocidad. Salen por el telediario los nuevos trenes que ha
comprado Renfe, aviones sobre railes a los que sólo les faltan
las alas. Es como si un manitas español colocado en la Siemens
hubiera hecho la chapuza genial de cortar las alas al obsoleto
Concorde y lo hubiera puesto sobre las vías de alta velocidad
que prometen los políticos en campaña. El electotero Ave es muy
interesante sociológicamente. A mí, por ejemplo, me ha dado
muchas más líneas escritas que el tren expreso a Campoamor o que
la niña de la estación a Rafael de León. El Ave es interesante
hasta gastronómicamente. Es el sitio donde peor se come del
mundo. Ni la cocina coreana de los perros fritos, ni las cocinas
africanas del estofado de hormigas, ni esas cocinas exóticas que
llegaron ya a nuestros restaurantes con los filetes de canguro y
las pechugas de avestruz. El Ave lo supera todo. Y a las horas
más intempestivas. Es el único lugar del mundo donde a las 11 de
la mañana, que te apetece un cafelito con una tostada, te tienes
que comer una tortilla a las finas hierbas o un pollo al
chilindrón por lo que dice el marcial Trillo o por lo que dice
la electoral Karina: por huevos. Con la
alta velocidad se había perdido la cultura española de la comida
propia, la civilización del tren correo con la talega, el
bocadillo, el huevo duro, el filete empanado, la telera y la
caja de zapatos con el chorizo. Iberia la ha recuperado. Como ya
cobra la comida a bordo para ahorrarse al año 50 millones del
euro del ala (de ambas alas del avión), volveremos a la castiza
fiambrera, a la talega con el almuerzo. La medida, adoptada por
el departamento económico de la compañía de bandera, merecía que
hubiese sido propuesta por la Unesco. Volveremos a la cultura
del "¿usted gusta?", cuando el ejecutivo que va sentado a
nuestro lado abra el maletín donde creíamos que llevaba los
documentos de la reunión y saque ese pedazo de tortilla de
cebolla y ese pan de pueblo. Se estrecharán así, como antaño en
el rápido y en el carreta, lazos de amistad y fraternidad. Los
compañeros de viaje, tras darnos un trozo de chorizo, nos
enseñarán la foto de los niños, humanidad con la que había
acabado la comida de plástico en las bandejas de poliuretano. El
único fallo es el de la navaja. Podremos subir al avión con la
talega del almuerzo o con la fiambrera de la cena pero las
normas de seguridad nos impedirán llevar una navaja. ¿Y cómo
vamos a dar de comer entonces el reconfortante y providencial
triángulo de tortilla de cebolla al hambriento ejecutivo que no
se trajo la talega de su casa?
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