ste
ruán que ahora llega lo conozco de siempre, lo he visto tantas
veces en este Martes Santo... Yo veo cada año al mismo nazareno,
que quizá no haya muerto porque aún no ha nacido. Este ruán lo
conozco y conozco el esparto, Conozco al nazareno, su cera de
tinieblas, sus sandalias, su mano desprovista de anillos, tan
azules sus venas, tan blanca sobre el negro, apoyada en el
pecho.Años lo llevo viendo en este
Martes Santo, en este mismo sitio, bajo este naranjo, música de
capilla del canario que canta al balcón solitario en jaula de
geranios. Tenía calzón corto y un tranvía de lata, un gato en la
azotea y un lunes con colegio, cuando este nazareno pasaba con
su cirio. El mismo nazareno que luego contemplara estrenando la
sangre, una novia a mi brazo, la vida por delante y el mundo por
montera. El que luego una tarde le enseñé ya a mi hijo cuando
apenas sabía pedirle un caramelo. El que ya sin mi madre
planchándome la túnica y sin mi padre oyendo saetas por la radio
sigo viendo este Martes. Es el mismo de siempre.
Cambia todo en Sevilla, el ruán permanece.
Permanece el esparto, la sandalia, la cera, el negro capirote,
el escudo bordado, la mirada de siempre del mismo nazareno. Las
sedas de aquel manto de primeras puntadas y fotos en la sala de
cabildos de entonces, las pasaron cien veces a terciopelo nuevo.
Los dorados cuarteles de aquel viejo estandarte
cambiaron por el nuevo, custodia y ostensorio,
sacramental ahora por esa plata vieja, el retablo de ánimas y
aquel farol de mano. El palio ya es distinto, distinta la manera
de tocar esa banda, ahora tanta alegría donde
antes sólo iba un triste tamborcito que le hervía la sangre a
los hombres del muelle con aquel soniquete monótono y malage.
Aunque todo ha cambiado, aunque aquellos
corrales ya no tengan pestiños ni copas de aguardiente
aguardando centurias de Roma y mariquillas; aunque no quede uno
de aquellos que en la foto celebran el quinario con un arroz de
venta y un fraile dominico con un pico de oro, que predica
cantando, pues dicen que es gitano y la gente lo sigue desde
Radio Sevilla; aunque aquel viejo párroco ya no vaya de preste
con cirio y con breviario detrás del nuevo manto; aunque aquella
Sevilla tan sepia y tan cercana ya no exista ni exista la casa
de tus padres, las cajas con las fotos del frente y de la boda,
el batón del bautizo, la peina en el altillo, mantones
enrollados en papeles de seda, la túnica que un día servirá de
mortaja, te la encuentras ahora, como siempre, infalible.
Tú conoces de sobra a esos nazarenos, ruán que
permanece y al que ahora te aferras lo mismo que esa mano el
antifaz atrapa. No marcó ni un minuto el reloj de la Plaza desde
entonces: lo sabes al ver al nazareno. Pregona su victoria
porque al tiempo ha vencido, Giraldillo triunfante que lleva
en vez de palma un cirio en su cadera, que da la luz de siempre.
Es mentira, no han muerto aquellos nazarenos
que le dieron grandeza a este rito de siglos. Te lo ha dicho
esta tarde, porque es Martes Santo, ese alto, soberbio, de
andares señoriales, que has visto tantas veces, de ruán y de
esparto.
No mueren en Sevilla los viejos nazarenos. Se
reencarnan en estos que ves el Martes Santo. Aunque nada es lo
mismo en ellos permanecen memorias remansadas del tiempo
detenido. Venga, vamos, que tienes otra vez siete años y tu tía
te lleva a ver los nazarenos. Venga, coge esa cera, pon la mano,
Antoñito, cuidado, no te quemes, qué grande está la bola.
Caramelos no pidas, que éstos son de silencio.
Todo es de silencio aunque sea de capa, que de
capa te abres ante el toro del tiempo cuando pasa esta tarde ese
ruán tan antiguo de tramos y más tramos de nazarenos muertos que
visten este Martes de nuevo sus mortajas.
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