ivimos
en una sociedad subvencionada. Que levante el dedo el que no
ponga la mano. Ponen la mano de la subvención los agricultores,
los jornaleros, los exportadores, los colegios privados. La
ponen los estudiantes, que pagan en la Universidad una matrícula
que no cubre ni el diez por ciento del costo real de la
enseñanza. En el mundo de la cultura, ni te cuento. Como Calmen
Calvo dice que la cultura pasa frío en el mercado, se arropa con
la rebequita de las subvenciones. Se subvenciona la ópera, el
teatro, el ballet, la música, el flamenco, el cine, las bellas
artes todas, Se subvenciona a los emprendedores y se
subvencionan las iniciativas, las nuevas tecnologías y los
puestos de trabajo para mayores de cuarenta años.
La excepción de este mundo subvencionado en que
vivimos es Sevilla en sus fiestas. Me lo hizo ver el cantante
Amancio Prada, viendo las cofradías desde un balcón frente a la
Catedral. Pasaba un palio, tocaba una marcha, ascendía el olor
del incienso hasta los arbotantes y me dijo:
-- Aquí en Sevilla hacéis el mejor espectáculo
sin subvención que hay en el mundo...
Y eso que a Amancio Prada no ha venido a la
Feria. La Feria sí que es el gran espectáculo cultural sin
subvención. En todos sus aspectos. Aquí, cuando tres socios se
reúnen para montar una empresa, en lo primero que piensan es en
la subvención. En cambio, si ya han montado la empresa, les va
bien, quieren pintar la mona y deciden poner una caseta de feria
para atender a sus amistades, lo hacen pagándolo todo de su
bolsillo. Habría que poner una megafonía en la Feria con un
pregón como los antiguos de la Calle del Infierno:
-- ¡Pasen, señores, pasen¡ Pasen y vean la
inmensa capacidad de iniciativa de los sevillanos, su poder de
vertebración social. Admiren esta maravilla de Feria que hace la
iniciativa privada, las casetas privadas que se montan sin un
solo duro de subvención...
Y sin subvención alguna, pagado por bolsillos
particulares, ante esas casetas, el asombro de los carruajes y
los tiros de caballos. Sin una sola peseta de subvención. Aquí
donde hasta la Iglesia pide dinero al Estado aconfesional para
restaurar sus templos, estos señores aficionados a los coches y
a los enganches, con su dinerito, rescatan viejos carruajes
históricos abandonados en gallineros de los cortijos, rotos,
medio podridos, y los mandan restaurar hasta devolverles su
estado primigenio. Gracias a esta bendita afición, se han
perpetuado oficios en trance de pérdida, como guarnicioneros,
talabarteros, cocheros, tapiceros, herreros, carpinteros no de
lo blanco, sino del verde carruaje. Nada le ha costado a las
arcas públicas un duro, y ahí está esa riqueza, sin duda alguna
el más importante parque de carruajes históricos del mundo. Sin
subvención tienen estos coches de dulce, en estado de revista y
policía, y sin subvención mantienen las cuadras, los establos,
los mozos, los mayorales, los cocheros.
Y a la tarde, en la plaza del Arenal, la
liturgia civil de los toros. El monumento es mantenido sacado de
brillo por unos señoritos particulares, los maestrantes, sus
dueños. El espectáculo, tan símbolo de España que en Cataluña lo
quieren prohibir, se mantiene sin un solo duro de subvención. No
tienen subvención las ganaderías de bravo, que mantienen una
especie animal única en el mundo y conservan para su cría y
protección 300.000 hectáreas de medio ambiente más que
preservado. No tienen subvención los toreros. No tiene una sola
peseta de subvención el público que paga religiosamente su abono
o su billete y que mantiene todo este prodigio cultural en pie,
vivísimo.
La Feria es una prodigiosa reserva de
iniciativa privada en una sociedad cada vez más subvencionada y
estatalizada.
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