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Imagínense
que ven la retransmisión televisada de una corrida de la feria
de San Isidro. Y que el comentarista, cuando sale en pantalla,
aparece perfectamente vestido de chulo de "La verbena de la
Paloma", con su ajustada chaqueta de cuadros, su gorrilla y su
blanco pañuelo al cuello. Disfrazado de madrileño para dar los
toros de Madrid. Sigan imaginando. Están viendo una corrida de
toros de la feria de Sevilla. Y el comentarista aparece en
pantalla vestido de flamenco, con sombrero de ala ancha.
Disfrazado de señorito andaluz para dar los toros de Sevilla.
Imaginen las corridas de las Fallas en Valencia, que el
comentarista sale con el gris blusón huertano, o un festejo en
la plaza de Oviedo y que el crítico va de etiqueta de sidra El
Gaitero. Esta gaita tan ridícula ocurre
cada año por las fiestas navarras de San Fermín y parece normal.
No solamente en las retransmisiones de las corridas de toros el
crítico aparece disfrazado de pamplonica, blanca camisa, blanco
pantalón, rojo pañuelo. Conectan los telediarios con ese parte
de guerra de los daños colaterales de cornadas en el encierro a
que reducen la riquísima fiesta, y los informadores aparecen
igualmente disfrazados de pamploneses. Tan ridículo como si el
corresponsal en Washington se viera en la obligación de
disfrazarse de Tío Sam para dar su crónica y el enviado especial
a Roma saliera vestido de gondolero de Venecia.
Cada vez que veo este Carnaval globalizado en
que han convertido las fiestas de San Fermín, pienso en lo que
sentirán los navarros que ven llegar esta invasión mediática
anual para presentar al resto de los españoles unos ritos que a
lo mejor merecerían nuestro respeto de dejarlos solos, como a
los de Tudela, para que quienes sienten estas tradiciones las
pudieran vivir sin intrusos, según sus arcanos. Echo de menos
este año la llamada de mi querido veedor de toros Miguel Criado,
que cada San Fermín me hablaba de la Casa de Misericordia y de
su amigo Ignacio Cía, y se lamentaba de la degradación del viejo
rito: "¿Tú crees que es serio que corran el encierro unos tíos
en pantalones cortos con mucha mugre y una borrachera muy
gorda?" Miguel Criado me comunicaba cada año esta sensación de
invasión de los bárbaros que deben de sentir los verdaderos
navarros. Me pongo en sus zapatos y enrojezco, como el color del
pañuelo, al ver a tanto intruso en el respetable rito navarro
disfrazado, que no vestido, de mozo de Pamplona.
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