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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo, jueves 22 de julio del 2004

  ¿QUIÉN HACE ESTO?              


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


María Zambrano la gatuna

 

Estamos en el centenario del nacimiento de María Zambrano. Los que no leyeron "Claros del bosque" seguirán sin leerlo, sin ver la mirada de María Zambrano sobre el mundo. La filosofía, al fin y al cabo, es un modo de mirar. Veremos una película sobre su vida de exilio y soledad, y supongo que al final de todo, como en tantas otras conmemoraciones centenarias, quedará apenas la reiterada impresión de tópico.

De todo el centenario de María Zambrano el mejor homenaje no lo ha organizado ninguna Academia ni facultad de Filosofía. Se lo vienen dando hace años los gatos del cementerio de su pueblo, de Vélez Málaga. María Zambrano era tres cosas: filósofa, republicana y gatuna. Defendió a los gatos como defendió a la República Española. Demostró su valentía en la defensa heroica de los gatos. Tuvo que abandonar su casa de Roma y salir de Italia tras la denuncia de un vecino fascista que odiaba a los gatos, quizá porque en una vida anterior había sido ratón, como dice el proverbio alemán. María Zambrano, tras salir desterrada de España por republicana, tuvo que exiliarse nuevamente de Italia por gatuna, y marchar a Suiza. Pasó de dar de comer a los abandonados gatos proletarios de los barrios de Roma a cuidar los orondos gatos capitalistas helvéticos.

María Zambrano, cuando en España recobró la libertad hasta el gato, volvió su tierra y a su muerte fue enterrada en su pueblo de Vélez-Málaga. En uno de esos hermosos cementerios andaluces de cal y geranios, de silencio y mirto. En esos cementerios suele haber gatos. Parece que están esperando la reencarnación a pie de obra: a ver qué alma pillan, como el gato que coge una cabeza de pescado para salir corriendo. Los gatos del cementerio de Vélez-Málaga reencarnan la gloria del pensamiento libre de María Zambrano. No están de acá para allá por el camposanto, sino que todos los que hay viven sobre su tumba. Generaciones enteras de gatunos han nacido y crecido junto al mármol que cubre las cenizas pensativas. ¿Quién les ha dicho que la señora que está en aquella tumba que han hecho su casa los amaba? La magia de los gatos, junto a la magia del pensamiento. Los gatos que María Zambrano defendió y cuidó en vida le ofrecen ahora el homenaje de la permanencia en su tumba. Ni la más heroica tumba de un soldado en Arlington tiene una guardia de honor más honrosa que los gatos que con su magia y hermosura velan a María Zambrano en su sepultura. Prueba de que los gatos son mágicos. Al fin y al cabo, filósofos, colegas de María Zambrano. Alguien, quizá una gata-diosa desde el antiguo Egipto, ha dicho a los gatos malagueños que allí está la que defendió la libertad que representaban y allí permanecen, en el mejor homenaje de su centenario. En esta hora en que tan difícil y arriesgado sigue siendo exponer el pensamiento, los gatos que dan guardia a María Zambrano en su tumba quizá nos están diciendo con la hermosura de su silencio que ellos, en cuanto que no tienen que atenerse a la dictadura de lo políticamente correcto, quizá sea los únicos que puedan filosofar en libertad.

 

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