Antonio Burgos

 Antonio Burgos

Fragmentos del Discurso inaugural del curso 1999-2000 en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, pronunciado por el académico de número Excmo.Sr.Don Antonio Burgos Belinchón. Sevilla, 1 de octubre de 1999


Casi memorial de un siglo

 Personajes sevillanos del siglo

Si el XVII en su conjunto o con la mitad del anterior fue el Siglo de Oro, y el XVIII fue el Siglo de las Luces, y el XIX el Siglo de las Ideas o del Romanticismo, salvo aquello que lo llamó humorísticamente Dámaso Alonso en afortunado juego de palabras, "el siglo de las siglas", no he hallado denominación de origen para la centuria que se va, que es la de las Comunicaciones, la Tecnología, los Cambios Sociales, la Preocupación por el Medio Ambiente, las Nuevas Energías, la Rebelión de las Masas. El siglo esdrújulo de la aeronáutica, el teléfono, el cinematógrafo, la informática, la bomba atómica, los antibióticos. Del automóvil. De la televisión.

El novecentismo

Quizá por falta de perspectiva histórica, nadie adjetiva aún al siglo que se nos va. Si dieciochesco es lo perteneciente o relativo al siglo XVIII y decimonónico lo perteneciente o relativo al XIX, ¿cómo adjetivamos el siglo XX? ¿Acaso podemos hablar de Picasso como un autor vigesimonónico? Veinteno quizá sea el adjetivo exacto para nombrar al vigésimo siglo de la era, por más que por analogía con dieciochesco y de decimonónico, es más que probable que del "Noucentisme" con que se catalogaron las corrientes artísticas del Modernismo catalán en los albores de la centuria pueda quizá derivarse un castellano "novecentista" por cuya fortuna en el uso quizá no sea arriesgado apostar. Probablemente los escolares del año 2015 hablarán de Machado o de Cernuda como poetas novecentistas.

Salvadas todas estas precauciones a la hora de disponerse a algo tan de nuestra hora como poner etiquetas a hechos o ideas, y por deformación profesional de cronista y escritor de periódicos, en una apasionante aventura por encima del tiempo y del espacio, algo muy de nuestra hora, nos atrevemos a esbozar al menos el memorial sevillano de esta centuria, enmarcando nuestro espacio en el ancho tiempo del mundo.

De los globos aerostáticos al Concorde

Don Antonio González-Meneses, aquel médico humanista que pintaba azoteas de Cádiz en los cuadros de la belleza de palabras desgranadas entre estos venerables muros y a cuya generosidad no es ajena nuestra presencia hoy en esta tribuna, me hacía ver la grandeza de la privilegiada perspectiva histórica de que había disfrutado su generación. Don Antonio, que había visto los globos cautivos ascender al cielo de Sevilla, contemplaba ahora las pruebas del Concorde en los llanos del cortijo de la familia Marañón. El que había conocido las últimas diligencias de mulas que iban a los pueblos, contemplaba ahora los proyectos del trazado del tren de alta velocidad a Madrid. Don Antonio había ido al colegio con medias de canutillo y se vestía ahora con tejidos sintéticos que no conocían fibra vegetal. Y si privilegiada era la generación de González Meneses para la evocación de la memoria, no menos la nuestra. Creo que es un deber histórico de los que nacimos en las inmediaciones anteriores y posteriores a la guerra civil española dejar memoria de lo vivido por este carácter excepcional de los cambios de mentalidades, de costumbres, de tecnologías que nos ha sido dado conocer. Quizá por la paralización absoluta que para la economía y la sociedad supusieron los efectos de la contienda incivil, los sevillanos que nacimos en los años 40 del siglo XX pudimos alcanzar a conocer usos y costumbres aún del XIX. Leemos la descripción de costumbres andaluzas en las obras de Fernán Caballero o de los modos de vida españoles en los Episodios galdosianos y no accedemos a una página de la historia, sino que retornamos a la patria cierta de nuestros recuerdos infantiles. E incluso sobre la generación de nuestros abuelos y nuestros padres tenemos una perspectiva del futuro y sus nuevas tecnologías que ellos no disfrutaron.

Podemos hacer, pues, un casi memorial de un siglo, o un memorial de casi una centuria, porque nuestra generación ha pasado, como observaba aquel querido compañero de esta Casa, de los globos aerostáticos al "Concorde", pero también del anafre al microondas, del lebrillo al lavaplatos, del cosario a las mensajerías, del telégrafo al telex, del telex al fax y del fax al correo electrónico, de los toros como fiesta nacional al fútbol como fenómeno de masas, de los romances de ciego al cinematógrafo.

De Europa al Tercer Mundo

De la revolución burguesa al fascismo, del fascismo al comunismo, del comunismo al neoliberalismo, del asalto al palacio de Invierno a la caída del muro de Berlín, de la guerra fría al nuevo orden mundial, de la descolonización de Africa al hombre en la Luna, de Trento al Vaticano II, de las postrimerías del hombre a la teología de la liberación, de la caridad a la solidaridad, de la diligencia al automóvil eléctrico, de la Sociedad de Naciones a la ONU, de la locomotora de vapor al tren de alta velocidad, de los Derechos del Hombre a los Derechos Humanos, de la minerva a las imprentas electrónicas, de la linotipia al procesador de textos, del libro al CD-Rom, de las demoras en las conferencias al teléfono móvil, de la lucha de clases al Estado del bienestar, del barro al plástico, del palanganero a los cuartos de baño, del refregador a la lavadora, del lebrillo al friegaplatos, de la fresquera al frigorífico, de las barricas de sardinas arenques al pescado congelado, del analfabetismo al lenguaje de programación, de la sífilis al sida, de la galena al chip, del pecado a la permisividad, de la peste al cáncer, de la sulfamida a los antibióticos, de Europa como medida de la humanidad al protagonismo de los países del Tercer Mundo.

Tantos han sido los cambios que hemos podido vivir en este siglo que probablemente los contemporáneos del Descubrimiento de América no llegaron a contemplar tantas novedades en la civilización, la cultura, las tecnologías, las mentalidades, los cambios sociales, los modos de vida. La conquista de la Luna ha sido como el descubrimiento de América de nuestra hora, por cuanto las investigaciones tecnológicas de la carrera del espacio han dotado al hombre de medios que lo hacen sentirse un pequeño dios vencedor del tiempo y del espacio. Cualquier estudiante de enseñanza primaria de nuestra hora, cualquier bachiller, tiene en la enciclopedia electrónica cargada en su ordenador más información de la que pudo disponer el más ilustrado erudito de hace cien años. En minutos se recorren distancias para las que se necesitaban días a comienzos de siglo.

Tomando del espíritu del siglo las enseñanzas de la primacía de la imagen, de la inmediatez, de la superación de los imperativos de espacio y de tiempo, permítasenos una aproximación literaria, una pintura más impresionista que realista de lo que ha sido para la ciudad la centuria en la que tuvo que superar el impacto de dos exposiciones; donde pasó de ser capital de una cultura agraria a centro de una sociedad de servicios. Una Sevilla en unos aspectos anclada en el pasado de las artes y las letras, en otros adelantada a su tiempo, pionera de una Aviación que pone en los antiguos campos de Tablada, tiro de pichón, hipódromo, lo que en su momento fue un Cabo Kennedy a la española, para una particular carrera del espacio que nos llevaba, como los galeones de la Carrera de Indias, a las Américas. Una Sevilla que ve nacer y que saca de pila a la Generación del 27, el hecho poético más importante de la centuria en lengua castellana, pero donde se siguen escribiendo los eternos versos de Semana Santa. Una ciudad donde Juan Belmonte revoluciona el arte del toreo, pero donde sigue habiendo gallistas aun en nuestros días. Una ciudad que en pocos meses pasa de ser la Sevilla la Roja de la II República a la ciudad sublevada contra el régimen donde el general Queipo de Llano inventa la aplicación de la radiofonía a las técnicas de la propaganda bélica, que todos los beneficiosos inventos del siglo también se encaminaron al arte de la guerra.

Personajes sevillanos de un siglo 

La ciudad barroca sigue repitiendo su esquema de duales opuestos , la antítesis de las mitades, pero en todas ellas podemos ver cuánto de esencia de Sevilla permanece, vencedora del tiempo, como la torre simbólica de su campanario. Es la Sevilla de la pérdida de Cuba y de la guerra de Ifni, de la Casa de Sánchez Dalp y de El Corte Inglés, de la Pasarela y de Isla Mágica, de Aníbal González y de Cruz y Ortiz, de los pavías y del MacDonnald, de Juan Manuel Rodríguez Ojeda y de Luchino y Victorio, de Unión Radio Sevilla y de Giralda Televisión, de los Alvarez Quintero y de Rafael de León, de las cigarreras por la calle San Fernando y de las zonas para no fumadores, de Paco Cortijo y de Bandarán, del tranvía de la Puerta Real y del metro ultraligero, de las largas vísperas de la Exposición Iberoamericana de 1929 y de las amplias resacas de la Exposición Universal de 1992, de la Niña de los Peines y de Triana Rock, de los Hotelitos del Guadalquivir y de los adosados del Aljarafe, de Muñoz y Pabón y de Javierre, del centro comercial en La Campana y del centro de negocios en la Milla de Oro de Nervión, de Antoñito Procesiones y de don Antonio el Betunero, de Bacarissas y de Gordillo, de la feria en el Prado y de la feria en Los Remedios, de los nazarenos alquilones y del "numerus clausus" en las cofradías, del Seminario en San Telmo y de la Junta de Andalucía en San Telmo, de Chaves Nogales y de Sánchez del Arco, de los escaparates de Ochoa y de las cadenas de hornos en franquicia, de los corrales y del Polígono, de don Blas Tello y de la anestesia epidural, de los pregones de los búcaros finos de Lebrija y de los millones de turistas con la botella de agua mineral, de Luis Cernuda y de Antonio Rodríguez Buzón, del Marqués de las Cabriolas y del Barón de la Castaña, del Vacie y de Las Tres Mil Viviendas, de Juan Talavera y de Vázquez Consuegra, de la Asociación Sevillana de Caridad y de Cáritas Diocesana, de Jiménez Aranda y de Carmen Laffón, de José de Velilla y de Rafael Laffón, de la duquesa de Santoña y de la duquesa de Alba, de Adriano de Valle y de Manuel del Valle, de don Cecilio de Triana y de Carmen Sevilla, del Padre Francisquito y del Cura Leonardo, de Juan Sierra y de Eslava Galán, de la Venta de Eritaña y de los almuerzos de negocio en Oriza, de Sánchez Pizjuán y de Sánchez Mejías, de Rico Cejudo y de Romero Ressendi, de Pastora Imperio y de Imperio de Triana, de las riadas del Tamarguillo y de las sequías de la Minilla, del cardenal Spínola y de Bueno Monreal, de la Bética de Cámara y de la Real Orquesta Sinfónica, de José Díaz y de Hernández Díaz, del Doctor Vallina y de Sancho Dávila, de la quema de conventos y del Glorioso Movimiento nacional, de José Laguillo y del Loco de la Colina, del marqués de la Vega Inclán y del marqués de Soto Hermoso, de Soto y Saborido y de Coca de la Piñera, del asesinato de Pedro Caravaca y del asesinato de Jiménez Becerril, de José María Izquierdo y de Pepito Caramelos, de Castillo Lastrucci y de Nicomedes, de los tratantes de la calle Sierpes y del World Trade Center, del Mechero y de La Huerta Vicente, del Bizco Pardal y de Gandía, de López Pinillos y de Manuel Ferrand, de Pascual Lázaro y de Beta, de Martín Villa y de Manuel Clavero, del duque de T´Serclaes y del Duque de Segorbe, de Font de Anta y de Eduardo Torres, de Rafael Santisteban y de Carlos Herrera, de Juanita Reina y de Isabel Pantoja, de las cruces de mayo y de los conciertos de rock, de Joaquín Guichot y de Domínguez Ortiz, de las cuadrillas de niños sevillanos y de las cuadrillas de hermanos costaleros, del doctor Relimpio y de Losada Villasante, de los parches de la calle Relator y del Servicio Andaluz de Salud, del Real Círculo de Labradores y de la Peña Sevillista de la Puerta Carmona, de Turina y del maestro Quiroga, de los coches de Laverán y de Tussam, del Zapico y del Cerro de los Sagrados Corazones, del crimen de las Estanqueras y del crimen de los Galindos, de Eizaguirre y de Rogelio, de Gambrinus y de El Torbiscal, de Manuel Halcón y de Alfonso Grosso, de Alfonso Grosso y de Jaime Burguillos, de La Sombrerera Española de Fernández y Roche y de Abengoa...

Dos Sevillas, una Sevilla

La Sevilla del campo de Real Patronato y del Estadio Olímpico, del Himno de Riego y de la Marcha Real, de Luis Montoto y de Santiago Montoto, de las teleras de Alcalá y de los congelados de Continente, del Puente de Tablas y del Puente del Alamillo, de las tapias de la calle Torneo y de la SE-30, de las tapias de Cobián y del Sevilla Este, de los comercios de la calle Regina y del Nervión Plaza, de Jerónimo Jiménez y de Manuel Castillo, del ensanche de la calle Imagen y de la urbanización de Tablada, de la muerte de Joselito y de la muerte de Paquirri, de Pepe Brandt y de Benito Villamarín, de El Rinconcillo y del Riviera, de Fernández de la Bandera y de Fernández Rodríguez García del Busto, de la Fábrica de Tornillos y de ISA, de Pepe Luis Vázquez y de Curro Romero, de Araujo y de Gordillo, del muelle de Nueva York y de la Dársena del Centenario, de la Corta de Chapina y de la Isla de la Cartuja, de los armaos de la Macarena y de los pitos del Silencio, de Carmen Díaz y de Marujita Díaz, de Joaquín Hazañas y de Morales Padrón, del Rocío de Triana y del Rocío de Sevilla Sur, de los leones de los buzones de correo en la calle San Acasio y de los mensajes escritos en el teléfono móvil, del Café de París y de la cerveza de tanque de salmuera, de la palanqueta del Conde Halcón y del PGOU, del General Merry y de Fernando Parias Merry, del Coliseo España y del Teatro de la Maestranza, de Manuel Torre y de Antonio Mairena, de la División Azul y de la acción humanitaria en Kosovo, de Gamero del Castillo y de González Márquez, del Cardenal Segura y de la Iglesia Española Reformada Episcopal, de Antonio Ruiz Soler y de Antonio Pantión, del arroz de las marismas y de las subvenciones del trigo duro, de Vara del Rey y de Saturnino Barneto, de Galerín y de Manuel Summers, de Fal Conde y de Antonio Mije...

¿El río o el puente?

¿Qué nos queda de la memoria de un siglo? Una ciudad más igualitaria; sin diferencias sociales escandalosas; más instruida, pero menos culta; pagada de sí y de sus tradiciones, pero encandilada con todo lo nuevo que le llega. Los siglos pasan, pero Sevilla permanece: el carácter de la ciudad, la psicología de sus habitantes, un indefinible sentimiento de afirmación en lo propio. Cada sevillano sigue creyendo que su ciudad es lo mejor del mundo. El "quien no vio Sevilla no vio maravilla" fue reescrito, y con música; ahora es "en Sevilla hay que morir". Para el sevillano de cada hora, su ciudad, la que vive, la que conoce, la que recuerda, la que evoca, la que sueña, es la mejor de las posibles. Cada sevillano lleva una ciudad dentro de su corazón, y al conjunto de todos esos sueños solemos llamar Sevilla. Y cree el sevillano de cada tiempo que el suyo es el más espléndido y gozoso de cuantos a orilla de este río se han vivido. Contemplada a lo largo de una centuria, en la eterna dualidad de su carácter, seguimos en la verdad de la duda de lo que pueda ser Sevilla, si el río que fluye o el puente que permanece.

He dicho.-

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