Si el XVII en su conjunto o con la mitad del anterior fue el Siglo de Oro,
y el XVIII fue el Siglo de las Luces, y el XIX el Siglo de las Ideas o del Romanticismo,
salvo aquello que lo llamó humorísticamente Dámaso Alonso en afortunado juego de
palabras, "el siglo de las siglas", no he hallado denominación de origen para
la centuria que se va, que es la de las Comunicaciones, la Tecnología, los Cambios
Sociales, la Preocupación por el Medio Ambiente, las Nuevas Energías, la Rebelión de
las Masas. El siglo esdrújulo de la aeronáutica, el teléfono, el cinematógrafo, la
informática, la bomba atómica, los antibióticos. Del automóvil. De la televisión.
El
novecentismo
Quizá por falta de
perspectiva histórica, nadie adjetiva aún al siglo que se nos va. Si dieciochesco es lo
perteneciente o relativo al siglo XVIII y decimonónico lo perteneciente o relativo al
XIX, ¿cómo adjetivamos el siglo XX? ¿Acaso podemos hablar de Picasso como un autor
vigesimonónico? Veinteno quizá sea el adjetivo exacto para nombrar al vigésimo siglo de
la era, por más que por analogía con dieciochesco y de decimonónico, es más que
probable que del "Noucentisme" con que se catalogaron las corrientes artísticas
del Modernismo catalán en los albores de la centuria pueda quizá derivarse un castellano
"novecentista" por cuya fortuna en el uso quizá no sea arriesgado apostar.
Probablemente los escolares del año 2015 hablarán de Machado o de Cernuda como poetas
novecentistas.
Salvadas todas estas
precauciones a la hora de disponerse a algo tan de nuestra hora como poner etiquetas a
hechos o ideas, y por deformación profesional de cronista y escritor de periódicos, en
una apasionante aventura por encima del tiempo y del espacio, algo muy de nuestra hora,
nos atrevemos a esbozar al menos el memorial sevillano de esta centuria, enmarcando
nuestro espacio en el ancho tiempo del mundo.
De los
globos aerostáticos al Concorde
Don Antonio
González-Meneses, aquel médico humanista que pintaba azoteas de Cádiz en los cuadros de
la belleza de palabras desgranadas entre estos venerables muros y a cuya generosidad no es
ajena nuestra presencia hoy en esta tribuna, me hacía ver la grandeza de la privilegiada
perspectiva histórica de que había disfrutado su generación. Don Antonio, que había
visto los globos cautivos ascender al cielo de Sevilla, contemplaba ahora las pruebas del
Concorde en los llanos del cortijo de la familia Marañón. El que había conocido las
últimas diligencias de mulas que iban a los pueblos, contemplaba ahora los proyectos del
trazado del tren de alta velocidad a Madrid. Don Antonio había ido al colegio con medias
de canutillo y se vestía ahora con tejidos sintéticos que no conocían fibra vegetal. Y
si privilegiada era la generación de González Meneses para la evocación de la memoria,
no menos la nuestra. Creo que es un deber histórico de los que nacimos en las
inmediaciones anteriores y posteriores a la guerra civil española dejar memoria de lo
vivido por este carácter excepcional de los cambios de mentalidades, de costumbres, de
tecnologías que nos ha sido dado conocer. Quizá por la paralización absoluta que para
la economía y la sociedad supusieron los efectos de la contienda incivil, los sevillanos
que nacimos en los años 40 del siglo XX pudimos alcanzar a conocer usos y costumbres aún
del XIX. Leemos la descripción de costumbres andaluzas en las obras de Fernán Caballero
o de los modos de vida españoles en los Episodios galdosianos y no accedemos a una
página de la historia, sino que retornamos a la patria cierta de nuestros recuerdos
infantiles. E incluso sobre la generación de nuestros abuelos y nuestros padres tenemos
una perspectiva del futuro y sus nuevas tecnologías que ellos no disfrutaron.
Podemos hacer, pues,
un casi memorial de un siglo, o un memorial de casi una centuria, porque nuestra
generación ha pasado, como observaba aquel querido compañero de esta Casa, de los globos
aerostáticos al "Concorde", pero también del anafre al microondas, del
lebrillo al lavaplatos, del cosario a las mensajerías, del telégrafo al telex, del telex
al fax y del fax al correo electrónico, de los toros como fiesta nacional al fútbol como
fenómeno de masas, de los romances de ciego al cinematógrafo.
De Europa al
Tercer Mundo
De la revolución
burguesa al fascismo, del fascismo al comunismo, del comunismo al neoliberalismo, del
asalto al palacio de Invierno a la caída del muro de Berlín, de la guerra fría al nuevo
orden mundial, de la descolonización de Africa al hombre en la Luna, de Trento al
Vaticano II, de las postrimerías del hombre a la teología de la liberación, de la
caridad a la solidaridad, de la diligencia al automóvil eléctrico, de la Sociedad de
Naciones a la ONU, de la locomotora de vapor al tren de alta velocidad, de los Derechos
del Hombre a los Derechos Humanos, de la minerva a las imprentas electrónicas, de la
linotipia al procesador de textos, del libro al CD-Rom, de las demoras en las conferencias
al teléfono móvil, de la lucha de clases al Estado del bienestar, del barro al
plástico, del palanganero a los cuartos de baño, del refregador a la lavadora, del
lebrillo al friegaplatos, de la fresquera al frigorífico, de las barricas de sardinas
arenques al pescado congelado, del analfabetismo al lenguaje de programación, de la
sífilis al sida, de la galena al chip, del pecado a la permisividad, de la peste al
cáncer, de la sulfamida a los antibióticos, de Europa como medida de la humanidad al
protagonismo de los países del Tercer Mundo.
Tantos han sido los
cambios que hemos podido vivir en este siglo que probablemente los contemporáneos del
Descubrimiento de América no llegaron a contemplar tantas novedades en la civilización,
la cultura, las tecnologías, las mentalidades, los cambios sociales, los modos de vida.
La conquista de la Luna ha sido como el descubrimiento de América de nuestra hora, por
cuanto las investigaciones tecnológicas de la carrera del espacio han dotado al hombre de
medios que lo hacen sentirse un pequeño dios vencedor del tiempo y del espacio. Cualquier
estudiante de enseñanza primaria de nuestra hora, cualquier bachiller, tiene en la
enciclopedia electrónica cargada en su ordenador más información de la que pudo
disponer el más ilustrado erudito de hace cien años. En minutos se recorren distancias
para las que se necesitaban días a comienzos de siglo.
Tomando del
espíritu del siglo las enseñanzas de la primacía de la imagen, de la inmediatez, de la
superación de los imperativos de espacio y de tiempo, permítasenos una aproximación
literaria, una pintura más impresionista que realista de lo que ha sido para la ciudad la
centuria en la que tuvo que superar el impacto de dos exposiciones; donde pasó de ser
capital de una cultura agraria a centro de una sociedad de servicios. Una Sevilla en unos
aspectos anclada en el pasado de las artes y las letras, en otros adelantada a su tiempo,
pionera de una Aviación que pone en los antiguos campos de Tablada, tiro de pichón,
hipódromo, lo que en su momento fue un Cabo Kennedy a la española, para una particular
carrera del espacio que nos llevaba, como los galeones de la Carrera de Indias, a las
Américas. Una Sevilla que ve nacer y que saca de pila a la Generación del 27, el hecho
poético más importante de la centuria en lengua castellana, pero donde se siguen
escribiendo los eternos versos de Semana Santa. Una ciudad donde Juan Belmonte revoluciona
el arte del toreo, pero donde sigue habiendo gallistas aun en nuestros días. Una ciudad
que en pocos meses pasa de ser la Sevilla la Roja de la II República a la ciudad
sublevada contra el régimen donde el general Queipo de Llano inventa la aplicación de la
radiofonía a las técnicas de la propaganda bélica, que todos los beneficiosos inventos
del siglo también se encaminaron al arte de la guerra.
Personajes
sevillanos de un siglo
La ciudad barroca
sigue repitiendo su esquema de duales opuestos , la antítesis de las mitades, pero en
todas ellas podemos ver cuánto de esencia de Sevilla permanece, vencedora del tiempo,
como la torre simbólica de su campanario. Es la Sevilla de la pérdida de Cuba y de la
guerra de Ifni, de la Casa de Sánchez Dalp y de El Corte Inglés, de la Pasarela y de
Isla Mágica, de Aníbal González y de Cruz y Ortiz, de los pavías y del MacDonnald, de
Juan Manuel Rodríguez Ojeda y de Luchino y Victorio, de Unión Radio Sevilla y de Giralda
Televisión, de los Alvarez Quintero y de Rafael de León, de las cigarreras por la calle
San Fernando y de las zonas para no fumadores, de Paco Cortijo y de Bandarán, del
tranvía de la Puerta Real y del metro ultraligero, de las largas vísperas de la
Exposición Iberoamericana de 1929 y de las amplias resacas de la Exposición Universal de
1992, de la Niña de los Peines y de Triana Rock, de los Hotelitos del Guadalquivir y de
los adosados del Aljarafe, de Muñoz y Pabón y de Javierre, del centro comercial en La
Campana y del centro de negocios en la Milla de Oro de Nervión, de Antoñito Procesiones
y de don Antonio el Betunero, de Bacarissas y de Gordillo, de la feria en el Prado y de la
feria en Los Remedios, de los nazarenos alquilones y del "numerus clausus" en
las cofradías, del Seminario en San Telmo y de la Junta de Andalucía en San Telmo, de
Chaves Nogales y de Sánchez del Arco, de los escaparates de Ochoa y de las cadenas de
hornos en franquicia, de los corrales y del Polígono, de don Blas Tello y de la anestesia
epidural, de los pregones de los búcaros finos de Lebrija y de los millones de turistas
con la botella de agua mineral, de Luis Cernuda y de Antonio Rodríguez Buzón, del
Marqués de las Cabriolas y del Barón de la Castaña, del Vacie y de Las Tres Mil
Viviendas, de Juan Talavera y de Vázquez Consuegra, de la Asociación Sevillana de
Caridad y de Cáritas Diocesana, de Jiménez Aranda y de Carmen Laffón, de José de
Velilla y de Rafael Laffón, de la duquesa de Santoña y de la duquesa de Alba, de Adriano
de Valle y de Manuel del Valle, de don Cecilio de Triana y de Carmen Sevilla, del Padre
Francisquito y del Cura Leonardo, de Juan Sierra y de Eslava Galán, de la Venta de
Eritaña y de los almuerzos de negocio en Oriza, de Sánchez Pizjuán y de Sánchez
Mejías, de Rico Cejudo y de Romero Ressendi, de Pastora Imperio y de Imperio de Triana,
de las riadas del Tamarguillo y de las sequías de la Minilla, del cardenal Spínola y de
Bueno Monreal, de la Bética de Cámara y de la Real Orquesta Sinfónica, de José Díaz y
de Hernández Díaz, del Doctor Vallina y de Sancho Dávila, de la quema de conventos y
del Glorioso Movimiento nacional, de José Laguillo y del Loco de la Colina, del marqués
de la Vega Inclán y del marqués de Soto Hermoso, de Soto y Saborido y de Coca de la
Piñera, del asesinato de Pedro Caravaca y del asesinato de Jiménez Becerril, de José
María Izquierdo y de Pepito Caramelos, de Castillo Lastrucci y de Nicomedes, de los
tratantes de la calle Sierpes y del World Trade Center, del Mechero y de La Huerta
Vicente, del Bizco Pardal y de Gandía, de López Pinillos y de Manuel Ferrand, de Pascual
Lázaro y de Beta, de Martín Villa y de Manuel Clavero, del duque de T´Serclaes y del
Duque de Segorbe, de Font de Anta y de Eduardo Torres, de Rafael Santisteban y de Carlos
Herrera, de Juanita Reina y de Isabel Pantoja, de las cruces de mayo y de los conciertos
de rock, de Joaquín Guichot y de Domínguez Ortiz, de las cuadrillas de niños sevillanos
y de las cuadrillas de hermanos costaleros, del doctor Relimpio y de Losada Villasante, de
los parches de la calle Relator y del Servicio Andaluz de Salud, del Real Círculo de
Labradores y de la Peña Sevillista de la Puerta Carmona, de Turina y del maestro Quiroga,
de los coches de Laverán y de Tussam, del Zapico y del Cerro de los Sagrados Corazones,
del crimen de las Estanqueras y del crimen de los Galindos, de Eizaguirre y de Rogelio, de
Gambrinus y de El Torbiscal, de Manuel Halcón y de Alfonso Grosso, de Alfonso Grosso y de
Jaime Burguillos, de La Sombrerera Española de Fernández y Roche y de Abengoa...
Dos
Sevillas, una Sevilla
La Sevilla del campo
de Real Patronato y del Estadio Olímpico, del Himno de Riego y de la Marcha Real, de Luis
Montoto y de Santiago Montoto, de las teleras de Alcalá y de los congelados de
Continente, del Puente de Tablas y del Puente del Alamillo, de las tapias de la calle
Torneo y de la SE-30, de las tapias de Cobián y del Sevilla Este, de los comercios de la
calle Regina y del Nervión Plaza, de Jerónimo Jiménez y de Manuel Castillo, del
ensanche de la calle Imagen y de la urbanización de Tablada, de la muerte de Joselito y
de la muerte de Paquirri, de Pepe Brandt y de Benito Villamarín, de El Rinconcillo y del
Riviera, de Fernández de la Bandera y de Fernández Rodríguez García del Busto, de la
Fábrica de Tornillos y de ISA, de Pepe Luis Vázquez y de Curro Romero, de Araujo y de
Gordillo, del muelle de Nueva York y de la Dársena del Centenario, de la Corta de Chapina
y de la Isla de la Cartuja, de los armaos de la Macarena y de los pitos del Silencio, de
Carmen Díaz y de Marujita Díaz, de Joaquín Hazañas y de Morales Padrón, del Rocío de
Triana y del Rocío de Sevilla Sur, de los leones de los buzones de correo en la calle San
Acasio y de los mensajes escritos en el teléfono móvil, del Café de París y de la
cerveza de tanque de salmuera, de la palanqueta del Conde Halcón y del PGOU, del General
Merry y de Fernando Parias Merry, del Coliseo España y del Teatro de la Maestranza, de
Manuel Torre y de Antonio Mairena, de la División Azul y de la acción humanitaria en
Kosovo, de Gamero del Castillo y de González Márquez, del Cardenal Segura y de la
Iglesia Española Reformada Episcopal, de Antonio Ruiz Soler y de Antonio Pantión, del
arroz de las marismas y de las subvenciones del trigo duro, de Vara del Rey y de Saturnino
Barneto, de Galerín y de Manuel Summers, de Fal Conde y de Antonio Mije...
¿El río o
el puente?
¿Qué nos queda de
la memoria de un siglo? Una ciudad más igualitaria; sin diferencias sociales
escandalosas; más instruida, pero menos culta; pagada de sí y de sus tradiciones, pero
encandilada con todo lo nuevo que le llega. Los siglos pasan, pero Sevilla permanece: el
carácter de la ciudad, la psicología de sus habitantes, un indefinible sentimiento de
afirmación en lo propio. Cada sevillano sigue creyendo que su ciudad es lo mejor del
mundo. El "quien no vio Sevilla no vio maravilla" fue reescrito, y con música;
ahora es "en Sevilla hay que morir". Para el sevillano de cada hora, su ciudad,
la que vive, la que conoce, la que recuerda, la que evoca, la que sueña, es la mejor de
las posibles. Cada sevillano lleva una ciudad dentro de su corazón, y al conjunto de
todos esos sueños solemos llamar Sevilla. Y cree el sevillano de cada tiempo que el suyo
es el más espléndido y gozoso de cuantos a orilla de este río se han vivido.
Contemplada a lo largo de una centuria, en la eterna dualidad de su carácter, seguimos en
la verdad de la duda de lo que pueda ser Sevilla, si el río que fluye o el puente que
permanece.
He dicho.-
Qué
es la Real Academia Sevillana de Buenas Letras
Lista
de académicos numerarios
ABEL
INFANZON "LA ESE 30"
MEMORIA DE ANDALUCIA La Andalucía de Idígoras y Pachi