Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 19 de enero de 1995

Antonio Burgos

La burrada de los campos de golf

 

Vengo viendo el mapa del tiempo en los programas informativos de televisión, donde dentro de poco pondrán hasta la parte del Golfo de México. ¿Han visto que la información meteorológica cada vez se refiere a regiones más extensas del globo? En esos mapas cada vez es más fácil saber la temperatura que ha hecho en Moscú y más difícil saber la mínima de Huelva. Y vengo viendo en ellos que mientras que aquí no llueve ni a la de tres, abundan los chubascos, las borrascas, las lluvias torrenciales y los chirimiris que calan los huesos por toda Europa. Parece como si las nubes supieran divinamente que los Pirineos nos separan de Francia, y nos los traspasan.

Es decir, las nubes están donde tienen que estar, y descargan donde siempre han descargado. Llueve habitualmente en los países de protestantismo, democracias consolidadas, grandes teatros de ópera y prados con vacas y ovejas gordotas y lanudas. Por el contrario, los países secos son aquellos donde hay procesiones de Semana Santa, políticos corruptos, compadreo en los cargos, jueces amenazados, capos que parten el bacalao y gente que canta como los ángeles y que se va a triunfar a Nueva York. No nos damos cuenta, pero tenemos en todo lo alto la sequía que nos corresponde. Somos , al fin y al cabo, el Mezzogiorno con fibra óptica, Sicilia con tren de alta velocidad, el Algarve con comisario en Bruselas. Somos lo que somos. El país no da para más. Se rasca y te encuentras la vieja España de Joaquín Costa que acaba de echarle, una vez más, siete llaves al sepulcro del Cid y un cerrojo fac al sepulcro de don Cristóbal Colón que en paz descanse, mientras le ha puesto un dispositivo de apertura retardada a los controles de la democracia, a la separación entre poderes, a la independencia de los tribunales, al imperio de la razón y al magisterio de las buenas costumbres. Aquí nos han cantado una nana europeísta. Nos creíamos que nos íbamos a acostar africanos para despertarnos europeos, y resulta que Bruselas nos ha castigado sin postre, y las nubes han seguido erre que erre en sus trece de no darnos ni mijita de agua.

Y aunque la vieja España seca sigue clamando al cuelo y temiendo de las alturas, aquí hemos emprendido la más absurda carrera del derroche. ¿Cómo no vamos a derrochar agua? Sería lo único que no derrochásemos en nación tan derrochona, que tiene un agujero en la palma de las manos por donde se va a los baños el río de los dineros de los presupuestos generales del Estado. Sería una honda contradicción que ahorrásemos agua, cuando no se escatima nada. Todo tiene la misma lógica y la catástrofe va para el mismo lado. ¿Cómo vamos a tener agua, por mucho que llueva, si en cada pueblo han puesto más césped que en Escocia? España ha cogido este disfraz de país húmedo, como cogió antes el disfraz de país rico, y se lo ha creído. Nos han metido por la cultura de la parcelita y la manguera, cuando esto ha sido toda la vida de Dios la tierra de la seca arena sobre el ruedo ibérico. No les digo nada de los campos de golf. España tiene ya más campos de golf que las Bahamas, Florida y California juntos. Venga césped, venga aspersores, como si tuviéramos un clima tropical con lluvias torrenciales...

Los ecologistas del grupo Verdemar del Campo de Gibraltar están repartiendo diez mil escuditos de solapa (me niego a escribir "pin") con la efigie del burro "Santo", para protestar contra el elevado consumo de agua en los campos de golf en estos tiempos de sequía. El burro "Santo" se hizo famoso por su fogosidad sexual y ahora está con todos los honores en San Roque, dándose la gran vida de semental. Aunque no sé lo que tenga que ver un burro tan entero con el despilfarro de agua, pocos alfileres de solapa me parecen los que reparten los ecologistas de San Roque. Bueno, sí sé que tiene que ver. Son las habituales burradas que hacemos aquí, con los ojos tapados como los burros de noria o los caballos de pica. Mientras los verdes campo del golf son el edén, la patronal agraria ha cifrado en 600.000 millones las pérdidas por la sequía en el campo andaluz en los cuatro últimos años. Convertir al campo andaluz en un campo de golf es una burrada, con "Santo" o sin "Santo".


 

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