Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Marie Claire, número 121, octubre de 1997

Antonio Burgos

 


Olivares de plata

Un azul de Murillo, un amarillo de albero, otro azul de la mar de Huelva, otro amarillo de las hojas del otoño en los jardines del Generalife, un blanco de azahar, magnolia, jazmín, nardo o dama de noche ( táchese lo que no proceda, pero no procede tachar ningún olor). Esparto de túnica de nazareno o de cabo enverdinado de patera del Estrecho. Verde de campo de polo de Sotogrande, de vestido de Curro Romero, de arrayán del Alcázar de los Reyes Cristianos, o de los Reyes Moros, o de Don Pedro el Cruel, o de Don Pedro el Justiciero. El aceite del olivo de Minerva y el aceite que se arrojó a la cara Doña María Coronel, para que un Rey no la requebrara de amores, mientras Mariana Pineda cosía la bandera de la libertad. La muerte de Joselito, la muerte de Manolete, la muerte de Paquirri, la muerte de Ignacio Sánchez Mejías. El nacimiento de Velázquez, el nacimiento de Cánovas del Castillo, el nacimiento de García Lorca, el nacimiento de Venus entre las olas, al que solemos llamar Cádiz desde hace tres mil años. Fenicios, y tartesios, y más moros, y más cristianos, y descubridores, y caballeros cubiertos, ilustrados, liberales, doceañistas, la Mano Negra, la sal tan blanca, Casas Viejas, Blas Infante, verde y blanca, Antonio Gala, Quintero, León, Quiroga, Muñoz Seca, Pemán, Villalón, Juan Belmonte, unas torrijitas, niña, no, mejor unos pestiñitos, ¿y por qué no unas bocas de la Isla? Orilla de América, islas del Guadalquivir donde se fueron los moros que no se quisieron ir, cómo se iban a ir. Y Sanlúcar, donde una Reina descubrió la mar y donde puedes hacer reina a la mujer que amas llevándola a descubrir el oro de los atardeceres, las gaviotas, el vino, ay, el vino, lo que se perdieron los moros no bebiendo vino, el Corán hablaba del vino, pero no decía nada del Málaga dulce, del moscatel, de la manzanilla, del fino, del montilla, de la mistela, nunca estuvieron tan limpios los manchados mostradores. Y murallas de alcazabas, Almerías de luna con sol a mares, a espuertas de cal de Morón, de cal de Arcos de la Frontera, olivares de plata, y bueyes de las arenas del Rocío, y los caballos de Jerez, y los jinetes de Córdoba por el llano de las vegas de naranjos, de almendros, de almazaras, de albéitares, de alféizares, de alhucemas, de albardones de mulas que van al río llevando un cante, una copla, una canción, penas y alegrías, esperanzas y quebrantos, la emigración, el paro, firmar con el dedo, sentimientos que atraviesa un Ave, que baña una Costa del Sol, que rodea un campo de golf, un hotel de cinco estrellas, Don Juan Tenorio, y Carmen, Fígaro, ópera, maestro, ópera flamenca, Lola, y Rosario y Antonio, que no es Don Antonio, que es el de Mairena, y que no es el Maestro de Maestros, que es el de Marchena, y el otro Don Antonio, Machado, y el otro Machado, Manolo, y la saeta que no es de ninguno, sino de Serrat ya, y tras el Cristo de los Gitanos, que no es un Cristo, sino un Nazareno, como El Gran Poder, como El Abuelo, como Nuestro Padre Jesús el Rico, como El Greñúo, viene la Macarena, y viene la Virgen de la Cabeza, y viene la Virgen de las Angustias, y viene la Virgen de laCinta, y viene la Virgen del Rosario, porque por patrona tiene, que al Rocío no le llaman Almonte, sino relicario de la Virgen del Rocío, viva esa blanca paloma de Picasso, y Alberti le da arbejones en la arboleda perdida, y Antonio Ordóñez la lleva de la mano por los montes de Ronda para que no la haga cautiva un palomo ladrón que va con la partida del Tempranillo, de Seisdedos, de Queipo de Llano, con los garrochistas de Bailén y con las bombas que tiran los fanfarrones, mientras Trajano y Adriano se colocan en Roma de emperadores y aquí queda una Giralda, una Mezquita, una Alhambra, y un pueblo, sencillamente un pueblo, una patria, una nación, a la que, como de algún modo había que llamarla, le dio a la gente por decirle Andalucía.


 

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