Antonio Burgos / Antología de Recuadros

El Mundo de Andalucía, 22 de febrero de 1997

Antonio Burgos

Alejandrinos para Mario López

 

Al fin, viejo poeta, Horacio con pelliza, escrutador de cielos de tardes de septiembre, de pámpanos de entonces y plásticos de ahora; al fin, don Mario López, hoy recibes la carta con urgencia de siglos que viene de la Junta y un diploma que tiene, como todos tus versos, este nombre bendito de Madre Andalucía. Lo de menos, don Mario, llene usted esa copa, lo de menos, don Mario, ahora son esos premios. Le di hace muchos años el premio pequeñito que fuera emocionarme leyendo aquellos versos, sus versos, cómo huelen a rastrojos quemados, a regajo de alberca y a alhucema de copa. Son premios con retraso, como cartas de novia que nunca te llegaron con sellos imperiales, con perfumes antiguos, con letra de Irlandesas, con pianos solteros que tocan "Para Elisa", con prospectos del cine de verano y de estrellas, en donde Gary Cooper vestido de vaquero le da un beso a la noche de olores de jazmines. Bujalance es el mundo, lo sé por tu medida de caminos de leguas de herencias proindiviso, agrimensor sobrado de cortijos que siguen en tus libros de siempre con nombres de poemas: La Haza, Prados Llanos, Veedor, Capellanías... Y vienen por tus versos cargados los serones con uvas tempraneras y aceitunas de otoño que forman con las tapias los exactos colores de la bandera nuestra que portas como alférez, capitán de la tropa de los versos de Córdoba, de cánticos secretos, jardines para pocos, paraísos cerrados a un estanque y a un pozo, profundidad de pueblo, universal casino donde siempre los oros te salen en las cartas que adivinan la vida que en el mármol se apresa: el pregón de la siesta, el coche donde a un parto de un cortijo lejano corre la comadrona, el bautizo del niño que sacaron de pila aquellos de Baena que compraban aceite en cientos de almazaras que cerró ya el olvido.

Universo de pueblo, don Mario, que creaste, como un dios aburrido en el casino un día. Procesión Bujalance que desfila en tus versos. Correaje amarillo de los guardias civiles que van con el alcalde y el notario y el cura. Monaguillos rapados de hambre y catequesis que llevan dos ciriales con la plata aburrida. Las beatas de siempre, con rosarios y velas, y encajes que sacaron de arcones con disfraces de un Carnaval lejano donde todas las máscaras anunciaron al pueblo aquel julio de sangre. Ahora pasan, don Mario, las que son fuerzas vivas. Y ese culto letrado, suscriptor de Triunfo, y de alguna academia quizás correspondiente, le va hablando bajito de mineros de Asturias a Juan, que aquel febrero votó por las izquierdas. Vienen luego los hombres, oscuros los mas ricos; los más, uniformados con el gris de los campos en sus viejas chambrillas, que llevan en la frente ese timbre de gloria, que el sol de tantas horas le ha dejado tan blanca la piel que en las besanas el sombrero les cubre. Tu universo desfila mientras toca la banda una marcha que suena a vieja novillada con toreros de trajes de luces apagadas y voces del tendido por el vino encendidas. Tu universo de pueblo tiene sus meridianos: el reloj de las doce, el toque de las ánimas, el cartero que pasa, la carta que no llega, el canario en su jaula, la radio con el parte, y una niña asomada al balcón de la tarde para ver al muchacho que trabaja en el banco y le han dicho que dicen que se bebe sus vientos. Tu universo de pueblo, señor don Mario López, tiene sus paralelos, los ricos del casino, dominó, copa y puro; los pobres que pasaban claurando la tarde detrás del latigazo del carro de las huertas. Paralelos las torres, las rejas, las cigüeñas haciendo su gazpacho en la siesta de agosto. Paralelos de albercas, de chupones de olivo, búcaros de La Rambla rezumando frescores y esparto de capachos de almazaras romanas donde saca Minerva la vida de tu olivo.

Ecuadores y polos de universos de pueblo, hemisferios de siempre, de elección del cacique, no hace falta elegirlo, siempre ganan los mismos, vendrá un curita nuevo que diga que hasta Cristo estaba con los pobres, los que siempre perdieron. Universo de pueblo, lagar, casa vacía, ventana sin muchacha, y un membrillo endulzando la memoria cerrada que estaba abierta al mundo. Hay siglos en que un hombre, Horacio con pelliza, se recluye en un pueblo, en silencio, y escribe los versos más hermosos que nunca dio esta tierra. Hay siglos en que un hombre, señor don Mario López, dice que el universo se llama Bujalance.


 

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