Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  22 de enero de 1993

Antonio Burgos

Naranjas en las carreteras

 

Cae el sol de invierno sobre la carretera. De trecho en trecho, se ve en la lejanía una mancha de color sobre la cinta gris del asfalto de esta autovía amplísima. Conforme nos vamos acercando, se percibe cuál era la silueta de aquel color que columbrábamos en la lejanía. Un hombre joven, en la orilla de la carretera, ofrece unos sacos de naranjas. Los tiene apilados en el arcén, y tiene otro delante de sí, como de muestra, mientras en sus manos exhibe un cartel con el precio de la mercancía. Conforme vamos avanzando por la carretera, en esta mañana de sol y frío, de sequía y de crisis, vamos viendo muchos otros vendedores de naranjas. La carretera está tan jalonada de muchachos vendiendo naranjas como en los semáforos de la ciudad los jóvenes parados ofrecen cartones de tabaco de contrabando.

Vemos un cartel, escrito a mano sobre un cartón: "Dos kilos de naranjas de zumo, 50 pesetas". El cartel nos hace fijarnos en muchos árboles, cargados de naranjas. En la ciudad, las naranjas están por recoger en los árboles, a dos días como quien dice de que brote el azahar. Otros años, por estas fechas, ya habían pasado los camiones de la cosecha de la naranja agria de las calles de Sevilla. La tierra más dulce da las naranjas más amargas. Recogían aquellas naranjas y había una bellísima leyenda que nadie desmentía. Aquellas naranjas, siguiendo una costumbre que había iniciado Wellington, iban para Londres, decían, para hacer mermelada para el palacio de la Reina. ¡ Para naranjitas y limones está hogaño la Reina de Inglaterra...¡ Menuda amarga mermelada en cada desayuno son las últimas correrías de cintura para abajo del Príncipe de Gales... No sé si será por cómo anda la Corte de San Jaime, que no está para leyendas, pero las naranjas siguen todavía en las ramas de los árboles de las calles de Sevilla,. Nadie las quiere. El Ayuntamiento, como cada año, las sacó a subasta. Nadie pujó. Nadie da un duro por las naranjas en esta España de la agricultura subvencionada. Al final le han dado un dinero a uno que han convencido y quizá recojan la urbana cosecha dentro de unas semanas, cuando el azahar ya esté brotando y trasminando el aire.

No solamente en la ciudad las naranjas están por recoger en las ramas de los árboles. También en los campos se ven cosechas enteras que nadie se ha molestado en recoger, más que estos parados que las venden por sacos en los arcenes de las carreteras. Me he acordado de aquel diputado de Unión Valencia que se hizo famoso con su naranja. Fue el más agrario asalto al congreso. Aquella tribuna que fuera un día asaltada pistola en mano, fue tomada naranja en mano. A todos nos dio una lastima enorme la naranja del diputado de Unión Valenciana. Se cansó. No lo volvimos a ver, ni a él ni a su inseparable naranja. Ahora, en el arcén, me lo han recordado estos parados de los pueblos que salen a la carretera con el saco de naranjas que nadie quiere. De aquellas naranjas españolas que se las disputaban en los mercados europeos, aquellas que los turistas compraban como diamantes del mercado de Amsterdam cuando pasaban por delante de una frutería, ¿qué se hizo? Dicen que las naranjas eran las manzanas de oro del jardín de las Hespérides que tuvo que cosechar Hércules en sus doce trabajos. El trabajo heracleo ahora es venderlas, en esta agricultura donde todo sobra o todo falta, depende por donde se mire. Los ganaderos traen de vez en cuando sus cántaras y vierten la leche sobre la carretera como protesta. Las naranjas nadie las tira sobre el asfalto, pero ahí están los gritos de los sacos que tienen los parados en el arcén. Antes los parados vendían por la carretera palmitos, tagarninas, macetas de espárragos trigueros, cabrillas, lo que da la tierra sin que nadie lo cultive. Cuando venden naranjas como si fueran higos chumbos de las lindes, es que la crisis de la agricultura es mucho más honda y grave de cuanto cree el señor Solbes.


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