Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 24 de octubre de 1996

Antonio Burgos

Buitres equivocados

 

Vuelven los buitres. Los buitres propiamente dichos. Los otros, los buitres en sentido figurado, nunca se acabaron de ir, ¿o no, Jesús Quintero? Por más que rebajen el precio de las hipotecas y los bancos endulcen su imagen de matatías con cajero automático, siempre tenemos una bandada de buitres en el horizonte. Han vuelto los buitres a la bahía de Cádiz y los ecologistas de Agaden están que no paran, recogiéndolos por las azoteas y los tejados. Será que los buitres han mirado el almanaque y han visto que ya han pasado los Tosantos en los puestos de los mercados de San Severiano y de la Merced, y que ya la pijota ha dejado de ser Rosariyo para volver a ser pijota, y que ya el pollo ha dejado de ser Antonio Banderas para volver a ser pollo. Los buitres, rondadores del aire, han oído ya en estas noches ensayos de cuplés de chirigotas y de tangos de coros y se han dicho:

--- Vamos a bajar a Cádiz, porque a estos hombres habrá que darles tema para las letras de Carnaval...

Y, como siempre, los buitres han escrito su cuplé carnavalesco, este mismo mío de hoy, que es casi un tango. Un buitre en Cádiz siempre es, o bien un tema de chirigota de Paco Alba o un asunto de artículo de Pemán. El buitre aquel famoso que se posó en el monumento de las Cortes hace ahora cuarenta años fue contemplado tanto por los dos autores, el popular y el culto. Paco Alba le sacó el cuplé de Los sarracenos, que acababa preguntándose qué le recordaría a aquella criada el pescuezo del buitre, que cuando lo vio se puso a pegar gritos como una loca. Pemán le sacó un artículo donde hablaba del problema que fue encontrar una escopeta en una ciudad marinera sin cazadores y con tantos pescadores, cuando alguien dijo que al buitre había que pegarle dos tiros porque no era de recibo que el símbolo de la carroña estuviera sobre la Constitución de 1812. Claro que en tiempos de Pemán y Paco Alba no estaban los de Agaden para preservar los ecosistemas del litoral gaditano, como ahora, por mucha tela que los buitres sigan dando que cortar a los letristas carnavalescos que en estos días echan horas extraordinarias componiendo el repertorio.

Me inquieta esta reaparición de los buitres, y precisamente en Cádiz. Jesús de las Cuevas decía que los buitres habían desaparecido del campo andaluz con las últimas bestias de carga, porque los buitres no comen chatarra de tractores desvencijados. Y eso que Cuevas sabía tanto de buitres que le puso Cada buitre en su almena a su memorable novela sobre Arcos. Si los buitres no comen entrañas de tractores muertos, algo tiene que haber en la bahía, coplas de Carnaval aparte, para que lleguen tantas de estas aves de golpe junto a las torres-miradores. Digo yo que, ya que no de tractores y de cosechadoras del subvencionado campo andaluz, quizá los buitres se alimenten ahora de las muertas promesas de reactivación industrial, o del cadáver del esplendor de los astilleros o de los restos del poderío del muelle.

Para mí que los buitres de Agaden, que pasaron antes por El Puerto de Santa María, por esa maravilla de nomenclator de la calle de los Pozos Dulces, de la calle Cielo esquina a la plaza de los Jazmines, o de la plaza de las Galeras Reales, se han contagiado del espíritu de la equivocada paloma de Rafael Alberti. Se equivocaron los buitres como se equivocó la paloma. Los buitres, en verdad, no tenían que haber aparecido en la bahía, sino en Madrid, en las Salesas. Los buitres hubieran estado en todo lo suyo sobre el frontispicio del Tribunal Supremo, devorando el cadáver de Montesquieu.


   

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