"Hoy en día tengo
sesenta y dos años. Cincuenta trabajando detrás del mostrador, trece años de
dependiente y treinta y siete años como industrial; hoy vivo feliz, tengo mujer, hijos y
nietos, y si Dios quiere pienso retirarme el año que viene, y entonces le entregaré a mi
hijo Rogelio Gómez Gómez el negocio, y nada más que le diré que trabaje con la misma
fe que yo lo he hecho, y que tenga el mismo prestigio profesional"...
Estas palabras pertenecen a un excepcional documento para la historia de los montañeses
en el comercio sevillano: la breve "Autobiografía" que el popular
"Trifón", de "La Flor de Toranzo", acaba de publicar (escrita por su
mujer, Isabel Gómez López) en la revista "Capela", que alienta Bernardo
Víctor Carande como "Boletín de Información Personal de un hombre que vive en el
campo". No recordamos (desde las notas que envió a "Casco Antiguo" este
pasado verano don Antonio González Nicolás) un documento tan curioso sobre este
interesantísimo y crucial aspecto de la historia del comercio sevillano, como es la
presencia de los inmigrantes procedentes de la Montaña, de los que "Trifón"
(ya sevillano, y bético por más señas, como Plácido el de Las Teresas, otro buen
montañés) es un señero ejemplo.
El texto autobiográfico de nuestro personaje tiene, como tantas cosas de la ciudad,
carácter de bodas de oro. Porque también Trifón llegó a Sevilla en 1929, el año de la
Exposición. "Tenía entonces -nos dice- doce años de edad; vine colocado a la
tienda "El Reloj", entonces propiedad de don Fernando Ortiz Pérez (q.e.p.d.);
desde entonces empecé como dependiente". Trifón en realidad no se llama así, sino
Triunfo Venancio Gómez Ortiz, nacido el 1 de abril de 1917 "en el Valle de
Toranzo", en un pueblecito que se llama San Martín de Toranzo (Santander)".
Pero esta historia de "Trifón" tiene un curioso origen, que este querido
montañés narra con singular gracia: "Al incorporarme (al cuartel) para ir al frente
me tocó un sargento que por lo visto sabía de santos más que yo, y al preguntarme: ¿Su
nombre? Le respondí: Triunfo Gómez Ortiz. Se me quedó mirando con cara de pocos amigos
y me dijo: ¿Qué nombre es ese? Eso ni es nombre ni es ná. Y repetía "Triunfo,
Triunfo...Será Trifón". Y desde entonces este buen señor me bautizó de nuevo:
Trifón Gómez Ortiz, y con este nombre soy conocido comercialmente".
Pero habíamos dejado a Trifón de dependiente en "El Reloj", en la Sevilla de
la Exposición. Allí estuvo seis años, trabajando como entonces lo hacían los internos
de los comercios, según se ve en sus palabras: "Algunos iban con vacaciones a ver a
sus padres; yo no fui a verlos, pues cuando iba a ir estalló nuestra guerra civil y
adonde fui fue a la guerra, con dieciocho años. Así es que seis años sin ver a nadie de
mi familia y sin esperanzas de verlos. Yo, en zona nacional; Santander en zona roja, como
se decía entonces". Después ya viene la historia del bautizo como
"Trifón", la guerra, una herida casi al finalizar la contienda, en el frente de
Monterrubio (Badajoz). Convaleciente, Trifón ve por fin a sus padres, y hay una gran
tragedia humana en sus palabras: "No conocía a mis hermanos, y de mis padres tenía
una imagen distinta a la que encontré. Habían envejecido, bien es verdad que yo salí un
niño y volvía un hombre de veintidos años". Se recupera después Trifón, es
licenciado, y decide volver a Sevilla, a "El Reloj" de la Puerta del Arenal,
hasta que en 1942 se establece con un paisano en la calle San Luis, "y de común
acuerdo decidimos titular nuestro negocio con el nombre de nuestro valle, La Flor de
Toranzo". A los tres años, en 1945, ambos socios se separan, y Trifón sigue solo
con la tienda de la Macarena. Hasta que, en 1952, lo traspasa y logra su deseo de volver
al centro, y se establece en su actual sitio de Jimios esquina a Barcelona y Joaquín
Guichot, donde en 1966 labró una casa de nueva planta, en cuyos bajos tiene el negocio y
en cuyos altos vive la familia. "Y esta es mi historia -concluye Trifón en
"Capela"-, la historia de un montañés que también cumple cincuenta años
detrás del mostrador". Y de qué forma, podríamos añadir, día y noche, siempre al
pie del cañón, en el especial sentido del trabajo y del tesón que han tenido estos
ilustres montañeses, gloria del comercio sevillano. |