Antonio Burgos / Antología de Recuadros

El Mundo, 28 de mayo de 1996

Antonio Burgos

Paco Cortijo, rojo de toda la muerte

Al humo de las velas, cuando ya se había proclamado que los comunistas no tenían rabo ni cuernos, los empresarios le encargaron a Paco Cortijo, rojo de toda la vida, rojo ahora de toda la muerte, que pintara un retrato del Rey. Y cuando ya Carrillo entraba por los salones de Palacio como Pedro por su casa; cuando el PCE enarbolaba la bandera rojigualda al pasar directamente de Pepe Díaz a Marujita Díaz; cuando todo era posibilismo y sumisión reformista, Paco Cortijo, que seguía creyendo en la ruptura, y en la huelga general revolucionaria, y hasta en la utopía, fue y pintó a Don Juan Carlos sentado sobre un cajón, con los pies colgando. Paco Cortijo se llamaba Francisco Trinidad Cortijo Mérida. Qué bien sacaron de pila al hijo de aquel barbero de la Puerta Real. Francisco Cortijo era su propia Trinidad: pintor, comunista y republicano, libre siempre frente al cortijo artístico de las conveniencias, con el norte puesto desde la Bética en la romanidad de Emérita Augusta. Como no pudo ser emperador por el adocenamiento de galerías, Facultades de Bellas Artes y otras islas adyacentes de la mediocridad, cuando pintó sus mejores cuadros, que fueron sus nietos, les puso de nombre Adriano y Trajano.

Aún estoy viendo a Paco Cortijo llegar a casa, con una carpeta de grabados de Estampa Española bajo el brazo, para que le firme un papel que pide la libertad de los mineros de Asturias. Es 1962. Cuando otros inventan bosques de Barbizon para no ver Andalucía, Paco se ha metido en los cortijos de su apellido, y ha hecho buril de dolor sobre el linóleo de los surcos de su trabajo. Aquellos grabados son repudiados por los santones de entonces, que son más o menos los santones de ahora, pero tienen unos fieles seguidores: los policías de la Brigada Social. Paco Cortijo es comunista y se nota bastante. Que se notara entonces apenas tenía mérito. Lo que tenía mérito es que se le siguiera notando ahora, en la eterna candidez de su utopía por la libertad. Lo mismo que largaba contra el dictador, siguió largando contra los reformistas. Estaban otros en la santurronería de la transición cuando me dijo:

-Hay que tener mucho cuidado con Carrillo, porque es de los que no pueden mascar chicle y cruzar la calle al mismo tiempo...

Vino luego, con la Constitución, la explosión del color, y aquella oscura paleta de niñas de primera comunión de la Galería Quixote, y de su madre vestida como ahora Cristina Sánchez, se ensanchó en vida, para mí que en esperanzas no cumplidas. Cuando le encargaron un cartel de feria, compensó la aparente claudicación pintándolo con ordenador, su pasión última. Cortijo siempre tuvo la sinceridad de limpiarse en las cortinas cuando lo metían en la caseta de feria donde tantos antiguos comunistas estaban de palmeros de la situación. En sus cuadros y en su vida, nos enseñó a ser más libres. Comprendo ahora, en la hora de su muerte, que si pintó al Rey con los pies colgando fue porque tenía los suyos puestos en el suelo más firme, que fue siempre su cándida utopía de la libertad.


 

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