Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 27 de marzo de 1997

Antonio Burgos

El jazmín de la Marta

 

En esta mañana de mantillas y secretos de canarios que cantan ante los sagrarios de los monumentos de los conventos, los cierres tipográficos de recuadro tendrían hoy que ser los hierros de un balcón, para poder tocar con los dedos su frío de alta noche. Como cuando se canta una saeta. Porque casi es una saeta, que llegara misteriosamente, como un paso racheao sobre los pies, Balilla, llámate un poquito, mi alma... En Sevilla, la belleza de las cosas, la plenitud de la vida y de la muerte sigue escribiendo leyendas de Bécquer en estos días señaladitos que van de palmas a albero. Sólo es necesario tener ojos en el alma para poder leer esas leyendas. Durante muchos años, esta mañana de feria de barrio que es el Jueves Santo en el barrio de la Macarena, dentro de la muralla y por los callejones, tenían la alegría del gozo de las vísperas de una saeta, agitanada, que habría de herir con certeza y corazón el aire del compás de la basílica, cuando a la noche saliera la Virgen. Saetas que sonaban con la exactitud del reloj del corazón cuando la Virgen de la Esperanza pasaba por la calle Parra, de regreso al barrio. Era la saeta que año tras año, por muchos que ya tuviera y desde que era joven, le cantaba a la Virgen de la Esperanza una cantaora que cuentan que había sido guapa y triunfadora, Marta Serrano y que, ya en el ocaso de su vida, era una voz de sol que cada mañana de Viernes Santo se levantaba atufarse sus pelos y decirle a la Virgen el viejo piropo cantado a la belleza inalterable:

Toíto el mundo ha confesao
que eres tú la más bonita,
gitana pura y bendita
por tos los cuatro costaos...

La saeta de aquel balcón de la Marta era ya un rito macareno como las plumas de los armaos o como las cinco mariquillas de esmeraldas que la Virgen luce en su pecho desde que se las regaló Joselito el Gallo. Yo escuché muchas de esas últimas saetas del balcón de la Marta, hasta que callaron para siempre. Y las había olvidado, hasta que una mañana, que salía de la basílica de rezar a la Virgen, un macareno me llamó aparte y allí en el breve jardincillo del atrio me dijo: "A usted que le gustaba escuchar la saeta del balcón de la Marta, haga el favor de venir, que le voy a enseñar algo que le va a interesar". Y señalándome un jazmín en el breve jardín del arriate, me dijo: "Este, para que usted lo sepa, es el jazmín de la Marta. Mire usted, cuando la Marta murió dejó dicho que quería que la incineraran, para que echaran sus cenizas junto a este jazmín lunero del atrio de la Virgen. Y así se hizo. Aquí, junto a este jazmín lunero, están las cenizas de la pobre Marta..."

Esta noche volverá a escribirse una de esas leyendas macarenas de la vivísima ciudad becqueriana. Bella entre las mujeres, saldrá de su basílica de la Macarena, tan hermosa como la noche, la Madre de Dios según Sevilla. Será la luz de siempre en la madrugada, Gioconda a lo divino, riendo su pena o llorando su alegría de ver allí a la ciudad de siempre. Y como estará alta la luna, andará florecido el jazmín del breve jardincillo del atrio de la basílica. Cuando la Virgen salga, y haya sonado la Marcha Real, y los costaleros de Luis León y Antonio Santiago la hayan levantado al cielo glorioso de la noche, como todos los años, nadie podrá oírla. Pero entre el sahumerio de ciriales, pertiguero, dalmáticas y navetas, habrá una saeta en forma de un olor que más intenso que el del incienso llegará a quien sepa olerlo. Yo, muchas noches de Jueves Santo, junto al arco de la Macarena, he olido el mágico jazmín lunero, que, en el silencio sobrecogido de mirar a la Virgen, por dentro me iba cantando una saeta. Una saeta que le decía a la Macarena que toíto el mundo había confesado su belleza por los cuatro costados de las veletas de las espadañas. Y es que, en las cenizas de la tierra donde hunde sus raíces, la Marta seguía cantando su saeta a la Macarena en el breve olor de un jazmín lunero que, para quien sepa advertirlo, a la gloria del incienso domina y que a la noche trasmina entera.


   

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