Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

Un nazareno en el balcón

 

La Alfalfa tiene un color antiguo en esta mañana de llovizna de primer viernes de marzo, como la voz de placa de una saeta. Te das cuenta allí. Te lo encuentras de frente. Es un cartel sobre una blanca sábana extendida sobre una fachada: "Sandalias de nazareno". Desde ese momento, a todos los transeúntes les empiezas a ver cara de nazareno.. Las caras de nazarenos no se ven, ocultas por el antifaz, en Semana Santa. Se ven ahora. Ese tío que viene ahí, con la gabardina, con el paraguas, bajito de cuerpo como todos los sevillanos, regordete, qué clásico es... Qué cara de nazareno tiene... Y sigues andando, Alcaicería de la Loza abajo, y sabes de dónde tiene que venir, seguro que tiene que venir de ahí, ese sevillano de la gabardina y del paraguas, tan blanquito de tez, con tanta cara de nazareno. Tiene que venir de una de esas tiendecillas medievales, que asoman por los balcones el signo de admiración de un capirote descomunalmente largo a modo de reclamo. El sevillano con cara de nazareno ha tenido que entrar en una de esas tiendecitas cernudianas, donde en estos días los postizos de pelo se cambian por las cartoneras. Miras en el interior de esas tiendas y son como tantas tiendas románticas que has visto tantas veces en Venecia, en Cádiz, en La Habana... Mostradores donde se detiene el tiempo. ¿Qué venden sino tiempo detenido esas tiendecillas de la Alcaicería? Tienen como un ejército de capirotes alineados en el suelo, que parecen mandados por los más altos, por los de la Madre y Maestra, por los del Gran Poder, por los de Los Estudiantes... Las cofradías de negro hacen que sus capirotes sean los cabos de gastadores del pelotón de los barrios, cortos capirotes de La Lanzada, de la Esperanza de Triana, de la Mortaja...

No tienen que decir que huele a Semana Santa en esta mañana de llovizna del viernes, porque en la calle Alcuceros, en el postigo del patio de los naranjos del Salvador, un cartel dice que hoy estará en besapiés el Señor del Silencio. Primer viernes de marzo. Lo fácil era irse a la cola del Cautivo. Lo difícil, esta Sevilla profunda que algunos saboreamos. Encontrar el Silencio de Sevilla pegado en un cartel, ver a ese Cautivo que es el tiempo antiguo de la ciudad detenido en los mostradores de la Alcaicería, entre cintas métricas y botes de engrudo con un olor a tramos primeros, de hermanos nuevos.

Y te vas para Francos y hasta te estorban a la vista las bandoleras de los anuncios. Por aquí no cabe un paso. Por aquí sí cabe, por estos escaparates, este paso racheado de las vísperas. En calle Chapineros han puesto un escaparate nuevo de escudos de cofradías. Ves allí confirmarse tu barrunto. Cuantas más sedas llevan, y más oros, más pobre es el barrio del que esa cofradía sale. Quien comprenda el lenguaje que hablan estos escudos desde el escaparate es que sabe oír a Sevilla.

Y has doblado la esquina de la calle de las Escobas, y allí, frente a Chicarreros, sí que está detenido el tiempo. ¿Has visto cómo pesa este año el tiempo en los escaparates del Siglo Sevillano? El reloj marca allí los días que faltan. Viendo esta decadencia, ¿de qué año será ese Domingo de Ramos que señala? Y ves una cierta agonía de Sevilla en estos escaparates, tan brillantes antaño, tan baldíos hogaño. Y crees que una Sevilla va a faltar. Te retiras hacia el arroyo de la calle para ver el balcón. Esperas que el nazareno no va a estar este año asomado. Todos los días descubres Sevilla. Porque contra lo que pensabas, allí está asomado ese nazareno del Siglo Sevillano. Tiene cuerpo. Tiene alma. Es quizá el padre, ya muerto, del sevillano con cara de nazareno que viste por la Alcaicería. Es un sevillano que viene todos los años del otro barrio, se viste de nazareno y se pone a ver cómo están montando los palcos. Ayer estaba en su balcón el nazareno del Siglo Sevillano y era una Sevilla antigua que encendía sus hachones para el Vía Crucis del marqués de Tarifa.

 


   

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