Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

La ciudad sosegada y en calma

 

Lo dijo anoche, con la frase ritual, la Ronda que marchaba entre El Valle y Pasión: "La ciudad está sosegada y en calma como corresponde a la festividad del día." Yo le sugiero, lector, que no siga usted con este recuadro hasta que sean las tres o las cuatro de la tarde de este Viernes Santo de carracas antiguas y silencio en los barrios, mientras duermen los que acaban de venir de ver las de Madrugada. A esta hora sí que está la ciudad verdaderamente sosegada y en calma, en la tarde sin campanas, con un sol antiguo que se llena de túnicas azules por la calle Toneleros cuando Pepe Andréu está igualando la cuadrilla de la Carretería en la acera del Negro.

En esta ciudad sosegada y en calma yo le quiero hablar, lector, de una Sevilla de silencio que no olvidan las cofradías: la Sevilla de los que nos precedieron. Si algo constante hay en todos estos días es la exacta conciencia de la repetición del rito que aprendimos, que nos enseñaron y que hemos de legar. Por eso nunca olvidamos a quienes nos enseñaron. Las cofradías no lo olvidan. La gente no lo sabe, pero ahora, las tres o las cuatro de la tarde del Viernes Santo, la larga tarde sin campanas que está esperando al Cachorro en el puente, el cementerio está lleno de flores nuevas. Lirios de pasos de misterio, rojos claveles de montes de Crucificados, flores blancas de los entrevarales de un palio. En las hermandades alguien pronunció, terminada la estación, las palabras de todos los años:

---José María, dile al prioste que te dé del paso de la Virgen las flores para la tumba de tu padre...

En la alta noche, yo he visto a un nazareno salir de la puerta de una sacristía con un ramo de claveles blancos, olorosos de cera de candelería, tintineantes aún de una levantá a pulso. He visto perderse, por el camino más corto hacia la certeza de la memoria, a ese nazareno por las calles de Sevilla. Y lo he visto esta mañana, poco antes de que cerraran el cementerio. La ciudad de mármol también estaba sosegada y en calma. No había tambores ni trompetas, ni saetas en los balcones, ni niños pidiendo cera. Pero allí estaba, en el más impresionante paso de la Canina, la verdad de Sevilla. Valdés Leal. Ni más ni menos. Ese nazareno, ahora con un traje gris, avanzaba hacia la seguridad de una calle de cruces y recuerdos. No rozaba un varal el aire entre los cipreses. Había ese silencio que se hace cuando pasa la Mortaja. Ese nazareno de Sevilla dejaba unas flores del paso de la Virgen sobre su propio recuerdo, y en silencio le iba diciendo a su padre lo bien que fue ayer la cofradía, cómo se lució su Virgen.

Yo, ahora que la ciudad está sosegada y en calma, también cojo un ramo de flores que me ha dado el prioste de la más humilde cofradía y lo llevo sobre el mármol de la memoria de los que construyeron este gozo. Lo pongo sobre la tumba del maestro Farfán y suenan Campanilleros. Lo pongo sobre la silla del Pali en la calle Aduana y pasan las cuadrillas que tienen fuerza con gracia. Lo pongo sobre los versos de Rodríguez Buzón y vuelven a mecerse las bambalinas por Caballerizas, ya que por calle Sol no cabe. Yo tomo ahora unos lirios y los pongo sobre la Sevilla en flor de José Andrés Vázquez, los llevo al cementerio de disidentes donde nos enseña la única verdad Antonio Núñez Cabeza de Herrera, los pongo sobre la memoria de Manolito Sánchez del Arco. Y hay claveles rojos del puente de San Bernardo sobre el cuarto de estandartes de la memoria donde yace el clarín del brigada Rafael, y cojo unos lirios del Baratillo y los envuelvo en papel de calentitos para llevárselos a Florencio Quintero, y no sé de qué palio coger unas flores bordadas para llevárselas a

Juan Manuel Rodríguez Ojeda, y no sé qué clavel de señorito llevar a Rafael Franco, ni qué blancura de la Soledad acercar a Joaquín Romero Murube.

Porque si ahora la ciudad está sosegada y en calma como corresponde a la festividad del día es porque ellos slguen guiando nuestros pasos y templando nuestro pulso... A nosotros también, ay, nos llevarán un Viernes Santo flores que fueron fugacidad del gozo en una esquina...


   

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