Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

ABC de Sevilla, Domingo de Ramos de 1985


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Estreno de manos

                   

 Igual que las novias han de ir al altar con algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul, en Sevilla, en este día en que se alquilan balcones y sillas de la carrera oficial para un casamiento que se va a hacer, que se casa la ciudad con la primavera, hay que estrenar algo. Todos estrenamos algo. La ciudad entera es como una antigua exposición de estrenos. Sevilla estrena, cada Domingo de Ramos, el aire, la luz, el olor de azahar, la nueva sorpresa antigua del primer nazareno, la color del albero en los jardines.

---El Domingo de Ramos, el que no estrena, no tiene manos... ¿Tú que estrenas?

----Las manos...

Manos para tocar Sevilla. Manos para poseer la certeza de este paraíso. Manos frías, todavía con el vientecillo de la mañana, para acercarse a la Catedral, a las Gradas Bajas, a esperar la procesión de las palmas. Manos para tocar el mármol de las columnas, el hierro de las cadenas. Manos para ser extendidas a alguien que te da una rama del olivo de la Minerva Bética llevado a Jerusalén por la memoria del marqués de Tarifa. Manos para pasar a la Catedral y tocar las rejas, los alabastros, mientras suena el órgano, mientras cantan los niños, que ya vuelve el cuadro de Gonzalo Bilbao del morado de los canónigos de recorrer las gradas.

Manos de Sevilla que irán hoy a una sacristía donde apalabraste la palma y que la llevarán, cimbreante, alfanje para cortar la luz de primavera, por las esquinas que a la tarde tendrán tambores. Manos que entrarán en el zaguán, que tirarán del pavonado llamador, que tocarán, abriéndolo, el hierro de la cancela. Manos que medirán con prisas el pasamanos de caoba virreinal y que en un rincón dejarán la palma nueva.

Manos que otra vez volverán al aire de la mañana, y que se encontrarán con otras manos que te pondrán en la solapa cintas azules, lazos blancos; manos que cogerán unas monedas y las dejarán en unas mesas con estampas y salvillas de plata, con viejos recordatorios de noches de quinarios y mañanas de solemnes protestaciones de fe. Manos de Sevilla en la mañana de Sevilla, tocando en San Juan de la Palma el dorado de los respiraderos del paso de un Cristo que tiene un nombre tan sevillano como el Silencio en el Desprecio. Manos que abrirán la puerta entornada de una pequeña capilla, donde hay un revuelo de priostía preparando unos pasos que no saldrán hasta el Martes, hasta el Jueves. Manos de la mañana que tocarán plata en San Jacinto, terciopelo en la Hiniesta, cera en San Roque, una copa de fino ya con la tarde en puertas, cuando esas manos quizá se acerquen a unos ojos húmedos en el recuerdo de una madre y un niño, cuando otro niño repita ante otra madre la sorpresa de cuanto Sevilla estrena:

---¡Mira, mamá, el primer nazareno...!

Y manos de la tarde del Domingo de Ramos, gloriosas en un abrir y cerrar la hoja con el recorte del horario. Manos en la barandilla del puente esperando a la Estrella, manos por angostillos de San Andrés en busca de la Amargura. Manos de madre poniendo la cola al nazareno, manos de penitente agarradas a las cruces, manos de los costaleros de una primera trabajadera asomando por debajo del faldón en una arriada por parejo, manos de músicos de pueblo en los pistones de las trompetas del viejo repeluco de "Estrella Sublime", manos del tío del cántaro con la latilla, manos del que lleva la escalera detrás del palio, manos de nazarenos niños dando cera, manos niñas pidiéndola en la carrera oficial, manos impacientes de muchachos que miran la hora y esperan a una novia primera debajo del reloj del Ayuntamiento, manos de señoras con el carné de los palcos, manos de madres con el bocadillo de la Borriquita, manos del capataz en el martillo, manos del diputado mayor de gobierno transmitiendo su nerviosismo al nunca encendido pabilo del palermo, manos de los nazarenos en los antifaces de los largos tramos negros, manos de los monagos en el incienso que a todos nos anuncia que Sevilla se estrena hoy a sí misma, que por eso sí tiene manos para unirlas quizá y pedir a Dios que nos perdone a todos por atrevernos a tocar con ellas el ala virgen de la primavera.

                          


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