Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

La mañana de las palmas

 

 

La mañana de la Virgen vemos el amanecer. La mañana del Corpus vemos cómo el cielo empieza a vestirse con el celeste de un seise para echar romero por las calles. Mañana de nardos. Mañana de romero. Pero ¿y esta mañana de palmas y de olivos, de azahar y zapatitos nuevos y de colores que los barrios estrenan? ¿Y esta mañana de palmas nuevas en los balcones antiguos, de latines de los canónigos por Gradas Bajas y cintitas del Gran Poder en las solapas? ¿Por qué Sevilla, que es vieja guerrera, que narrar gusta sus hazañas de belleza, cuando cuenta sus glorias no repara en la nerviosa alegría de esta mañana, sillas nuevas apiladas en la calle Sierpes, losas que esperan la primera gota de cera, mármoles de la Catedral que aguardan el primer pie descalzo de un nazareno que sienta el frío antiguo de los disciplinantes? ¿Por qué nunca nos acordamos de la plenitud de esta mañana, del gozo de esta mañana, la más viva estampa de la alegría?

Porque hoy, siendo mañana grande de Sevilla, no vemos amanecer. Hoy las claras del día grande llegan al alma, no a las azoteas y a la espadañas. Hoy alumbra el sol en la impaciencia del sevillano, que sabe que la vida no se perpetúa hasta que no está la primera en la Campana. Hoy empieza todo y hoy todo comienza a acabarse. Mirad el primer nazareno. Hay una gran alegría. Ese es el tardío amanecer de esta mañana, el nazareno apareciendo de pronto en una esquina. Seguid mirando el primer nazareno. ¿No hay una gran tristeza también? Ya nunca más, hasta el año que viene, volverá a desvelarse el misterio, que nunca sabemos dónde se produce, un sol sin rosicleres que surge de la sorpresa de la vida.

¿Cuántos siglos dura la mañana de las palmas? Porque esta mañana no ha empezado hoy. Esta mañana empezó el día que el marqués de Tarifa dio el primer paso por el viacrucis, que al lugar lleva de donde la luz viene. Es un encuentro con la luz; la luz de las varas de los olivos romanos de la Bética que se hacen jerosolimitanos con el macareno Pilatos, pregona la luz de los cirios, de los hachones, de los faroles, de las candelerías. La larga luz de esta mañana es una luz antigua. Hace siempre muchos siglos que amaneció en esta mañana de la impaciencia, larga para el deseo, corta para la delectación. Te estás poniendo esta mañana los zapatos y tú mismo te estás estrenando, eres el niño que vuelve a ponerse los zapatos nuevos de aquel Domingo de Ramos; y cuando pasas por el Salvador, camino de la Amargura, el alma se té va a corretear sobre la rampa.

Salid, sevillanos. Con el gozo de las palmas y los latines a los que les marcan el ritmo las cadenas de las Gradas, escuchad las altas campanas de la torre, que no suenan hoy como la mañana de la Virgen, nardo y pueblo, ni como el amanecer del Dios de junio, romero y juncia de la verde orilla del río. Salid, sevillanos, gozad de la eternidad en forma de mañana; que el gozo durará un abrir y cerrar de ojos. Tanto gozo, pecado puede llegar a ser: la alegre soberbia de los ángeles rebeldes que se sienten en la plenitud de sevillanos y quieren llegar a aprisionar el tiempo, como dioses, y a detenerlo en una vara de olivo, en la palma de un balcón, en el blanco olor de un naranjo. Pero en ese instante en que os queráis sentir dioses de la primavera vendrá un ángel que va camino de tomar la espada de fuego en forma de cirio encendido para ponerle final a la rebelión de la mañana y proclamar que Grande es Dios cuando muere en Sevilla sobre un monte de claveles. Ese primer nazareno es un ángel que va por el camino más corto a encender su espada de fuego, para que esta tarde, soberbios sevillanos de la mañana de las palmas, rindáis ante Dios, entre tambores, las bellas armas de la alegría.

 

 


 

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