Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido de "La Semana Santa de Burgos" de la revista "Pasión en Sevilla", Febrero 2015


Patrimonio Inmaterial

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Es un monumento que tiene cinco siglos. En su formación y en su evolución han ido dejando sus huellas las generaciones, las mentalidades, las creencias, las convicciones, las claves sociales. Es un monumento que no pudieron derribar los franceses ni demoler los derribistas. Un monumento que no se llevó a París el mariscal Soult, que no fue desamortizado y convertido en cuartel. Un monumento que está vivo, sin que lo haya restaurado Bellas Artes, sin que el Ayuntamiento lo haya tenido que reutilizar.

Es un monumento que no tiene muros ni cúpulas de azulejos; ni espadañas con campanas pavonadas de aceite por manos monjiles; ni una cerrada capilla con zurbaranes oscuros y retablos de maestros castellanos que llegaron a la ciudad para dorar la devoción con los panes del oro que venia de las Indias mientras comerciantes genoveses lo velan llegar. Es un monumento sin cubiertas a cuatro aguas, sin columnas toscanas, sin entablamentos para que anidar puedan por junto las golondrinas que anuncian que hemos visto a los seises cantar la granazón de la Uva y del Trigo. Es un monumento vivo, pero sin cuerpo material, sutil y barroco, contrarreformista y culterano como la respuesta certera de la memoria a una pregunta del Ripalda. Un monumento que es de todos y de nadie es, que todos mantienen, con una profunda certeza en la verdad de la historia, en las claves de la ciudad, en sus formas de representación y de expresión, porque todos saben que ese monumento es Sevilla misma.

Porque este monumento vivo, este tesoro del patrimonio inmaterial de Sevilla, es la totalidad de los ritos, de las imágenes, de los pasos, de las túnicas, de los usos, de las costumbres, de las músicas, de las saetas, de las artesanías, de la fe, de la emotividad popular de la Semana Santa. En una ciudad ritualista que es una Venecia una Florenda en tesoros del patrimonio inmaterial, la Semana Santa es el gran monumento. En una Sevilla de Corpus, de procesiones de la Espada, de Su Divina Majestad en público; de infantes que bailan cubiertos ante el mismo Rey del Cielo, en gracia a ser grandes de Sevilla y haber tomado la almohada de damasco rojo del rito catedralicio; en una Sevilla de bandas de las procesiones de gloria, de clarines de San Pedro, de cohetes que anuncian romerías de marisma, la Semana Santa es el gran monumento del patrimonio inmaterial.

Y sin que nadie se lo diga, los sevillanos lo saben. Y sin que ninguna Unesco lo haya declarado, los sevillanos saben que se trata de un monumento vivo y universal. Vedlos esta mañana de olivos y palmas cumplir el rito colectivo, que empieza temprano, con ternos del XVII de los calonges por entre la naranjeria de Gradas Bajas. Van los sevillanos endomingados, y todos saben el papel exacto que han de representar en el Drama. Cogerán por la calle Regina, para ver la Amargura; irán al Salvador, Zaqueo siempre por la palmera de un jardín itinerante, a inaugurar la primavera, sin saber que vuelven a la mezquita ele Ibn Adabbas, y que todos somos hoy corno San Fernando, que pondremos la Cruz sobre el arco de herradura; y que todos seremos en la madrugada como San Hermenegildo, cristianizando los jirones de la caída del Imperio Romano que quedaron en la Macarena en forma de plumas de los armaos.

Es un monumento que tiene cinco siglos, ante el que la ciudad pierde el sentido del tiempo, para volverlo a crear cada año. Ocurre cada primavera, tal día como hoy. A ese monumento impresionante de la cultura andaluza, lo conocemos y lo amamos y lo vivimos como Semana Santa.

 

                  


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