Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 28 de mayo de 1997

Antonio Burgos

Carta de amor a la Giralda

 

Giganta mía:

Bueno, niña, lo de "mía" es un decir. Un cernudiano error de amor como otro cualquiera, como el de Amalio el pintor, que se creía que era tu novio y resulta que tú no le correspondías, tú siempre acabas haciendo lo que te ordenan esas tías solteronas y desagradables que tienes, que son los canónigos, quienes te decían que un artista no era partido para ti, y te pusieron en relaciones con un arquitecto, qué horror, con lo peligrosos que son los arquitectos, que se creen que la Historia no está rematada hasta que ellos echan su borroncito para embarbascar la cosa.

Giganta mía, muchacha de bronce del Corral de los Olmos, perfil del horizonte, vencedora del viento, eterna duda de esta Sevilla cambiante que tanto se desnorta: te quitan para siempre del alto balcón de los vencejos, del barandal de los aires, y ya no te podremos rondar la calle tus enamorados. Ya te dije que ese novio formal que te hicieron echarte los canónigos, Alfonso Jiménez, hasta que no acabara contigo, no paraba. Ea, ya se habrá quedado tranquilo. Sin que nadie se enterara te destronaron y bajaron a la Azotea de las Azucenas. Ya estás como una paisana tuya, Doña María de las Mercedes de Borbón, cuando estaba en Estoril: de reina en el exilio. No queda muy claro en los papeles, pero me parece que por lo visto te llevaron junto a la Venta Gaviño, sin que tampoco nos enteráramos, a La Pañoleta, como un novillero que va a debutar sin caballos. ¿Tú en una nave industrial? Al fin y al cabo, es lo más adecuado. Entre la Mitra y el Cabildo han convertido las naves de la Magna Hispalensis en naves industriales de esa fábrica sin chimeneas que es el turismo. Turris fortissima pecunia hominis, la torre más fuerte es ahora el dinero del hombre.

Pero mira, niña, después de todo, mejor que te quites de enmedio. Para lo que hay que ver en Sevilla, mejor que te ahorren ese trago de lo que tenías que quincar desde allí arriba. Contemplaste la destrucción, el abandono, la degradación, el envilecimiento de la ciudad, con el dinero como medida de todas las cosas, empezando por las cosas de ese Dios de cuyos vientos eras la rosa. Dicen que estás rotas y cansada, ¿no vas a estarlo, con lo que llevas padecido ese cuerpo, sufriéndolo todo desde las alturas? El otro día otro novio tuyo decía que Sevilla no se merece a Cernuda. Yo digo ahora que Sevilla tampoco se merece a la Giralda. Ni Sevilla merece la pena de que tú sufras por ella más fatigas del metal. Eso es lo que te ha quitado de tu sitio, la fatiga que tienen muchos por coger el vil metal.

Tú, desde ahora, niña, haz como han hecho siempre los grandes señores de Sevilla: que otros den la cara por tí, para que se la partan mientras ellos se quedan en la retranca y en la recacha. Aquí siempre mandan personas interpuestas, como has visto en esos cuatrocientos años que te has llevado dando la cara por la ciudad frente al poniente y hasta frente al terremoto de Lisboa. Si se lo preguntas a Justa y Rufina, tus vecinas del aire, te lo dirán también así. Estamos, niña, en una ciudad "light" y falsa, donde primero montamos la escografía casticista del barrio de Santa Cruz y luego el teatro moderno de la Expo. Eso es lo que interesa aquí, el paripé. Total, en tu lugar van a poner un paripé tuyo. ¿No es Sevilla toda acaso un paripé de si misma, niña? ¿Pues qué más da que seas la verdadera o la falsa? Nosotros siempre sabemos cuál es la falsa Sevilla y cuál la verdadera, pero somos esos cuatro gatos novios tuyos que contemplamos esta ciudad sin pulso donde da siempre igual ocho que ochenta, cuatro siglos que cuatrocientos.

Te van a quitar de enmedio sin hablar con el padre de la muchacha. Nadie dirá nada, descuida. Esto es una enorme cofradía del silencio, interesado y cómplica. Hacen con nosotros lo que quieren. Aquí, niña, no ha habido el menor debate para quitarte o ponerte. Eres de Sevilla, pero Sevilla siempre calla. Fagamos una copia tal que los siglos venideros nos tomen por tontos.


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