Campuzano y el "jackpot" de Gil

"Mira lo que mandará Gil en Marbella, que si El Gordo
quiere, las máquinas del casino te dan un jackpot"

En el hilo musical de la consulta, en la carta de ajuste del televisor, en lo que suena en el ascensor del hotel, usted habrá oído miles de veces su obra, desgranada por el clasicismo de un piano, y se habrá creído que la compuso un señor muy antiguo con barba y tufos, con pinta de bisabuelo de alguien. Pero no, esas músicas, las clásicas Salinas, la Andalucía espiritual, las compuso el gaditano Felipe Campuzano, que está vivito y coleando en Marbella, donde Jesús Gil lo ha nombrado director del Conservatorio de Música. Los estudiantes merbellíes de Solfeo y Piano quizá no lo sepan, pero les da clase uno que aunque ahora no lo valoremos, en cuanto que se muera será puesto en su sitio, al lado de Albéniz y de Turina...

-Joé, Antonio, no me mates por favor, no me mates todavía, que hasta la guitarra mía dice que eres un mamón... -dirá Felipe al leer esto, siempre con esa guasa gaditana que le viene directamente de Beni y de Picoco, de Agustín el Melu y del Cojo Peroche.

LA obra de Campuzano, dispersa en discos que sufrían los avatares de las casas que los editaron, acaba de ser reunida en cuatro compactos, cuatro, como un póker de este rey del piano. Rocío Jurado y Jesús Gil han apadrinado la presentación de estos cuatro discos enchampelados, como diría Felipe en su Caleta: El piano musical y romántico, Música y poemas para la mar, Flamenco, y Suite Espiritual. Llamé a Felipe a Marbella para felicitarlo por los cuatro discos y le dije esto del póker, y recordamos cuando nos encontramos en la sala de maquinitas del casino, donde está Felipe, con sus gafas de ver de cerca, dale que te pego a la ladrona de un solo brazo del póker. Una tarde que me lo encontré allí, le dije, como cada vez que lo veo, que es un clásico a su pesar, y cuando ya me había alejado vino corriendo a decirme:

-Ven a saludarme otra vez, que me has dado suerte. Nada más irte, me ha dado un póker la joía máquina...

Sabe tela de maquinitas Felipe Campuzano, como si hubiera quedado guardando el sitio en el casino a la pobre Lola Flores. Cuando me lo encontré en la boda de la hija de Rocío Jurado en Yerbabuena, iba con Jesús Gil y empezamos de chanzas sobre el
casino marbellí. Elogiaba Campuzano a Gil y me dijo, guasa pura:

-Mira lo que mandará Gil en Marbella, que si El Gordo quiere, las máquinas del casino te dan el jackpot.

Jackpot, por si no lo saben, es como el bote o premio especial que van acumulando las máquinas tragaperras, y que a veces se pone en un millón o dos millones. Campuzano sabe tanto de jackpots como de las melodías clásicas que salieron de su piano. Aunque sé que era en su guasa gaditana de elogio a Gil, el caso es que me quedé con su copla del Gordo y las máquinas tragaperras. Copla de la que me acordé cuando este verano estaba almorzando un día con la familia en el chiringuito de La Pesquera, donde solemos aterrizar los huéspedes habituales del Don Pepe, y llegó Gil. Listo como el hambre, el alcalde se acercó a saludarme, y me dijo lo que suele:

-Tú te meterás mucho conmigo, pero mira cómo vienes a descansar a Marbella...

Así, jijí, jajá, que ya quisieran muchos políticos encajar los golpes como los recibe el gordo boxeador del Ayuntamiento de Marbella, anduvimos de bromas hasta que Gil, muy en serio, me dijo:

-Bueno, que si te hace falta algo, me llamas.

Entonces me acordé de la guasa de Campuzano, y le dije:

-Pues, mira, Jesús, te lo voy a pedir ahora mismo. Ese que está ahí es mi cuñado Enrique, que está loco por coger un jackpot en las maquinitas del casino. Y como Felipe Campuzano, el muy mariquita, dice que tú eres aquí el que ordena a quién le tienen que dar el jackpot, haz el favor de llamar para que le salga uno a mi cuñado...

Nos reímos, naturalmente, con aquello que parecía de la cuñadocracia del PSOE y de los cafelitos de Juan Guerra, y nos olvidamos del lance. Aquella noche recalamos por el casino con mi cuñado, y allá que andaba el hombre, dale que te pego a la maquinita, cuando ya me cansé y me iba. Vi que tenía 70.000 pesetas a su favor en el marcador de premios, y le recomendé:

-Saca las 70.000 pesetas y vámonos, que como sigas las vas a perder...

-No me hizo caso, y allá que se quedó, pim, pam, porque me dijo que la máquina estaba enrachada. Ya me había acostado cuando sonó el teléfono. Era mi cuñado Enrique, pegando saltos de alegría:

-¡ Que Campuzano tenía razón...! Que Gil ha tenido que llamar al casino, porque la cabrona de la máquina me acaba de dar el jackpot...

-¿Cuánto?

-Kilo y medio, veníos para acá, que esto hay que celebrarlo...

Lo celebramos al día siguiente, pero se nos olvidó convidar a Campuzano y a Gil. Felipe Campuzano lo decía de guasa gaditana total, en elogio de su alcalde, pero a mi cuñado Enrique Rodríguez Luque, veraneante de Cabopino, no hay quien le quite de la cabeza que Jesús Gil manda tanto en Marbella que las maquinitas del casino no te dan el jackpot hasta que lo dice El Gordo amigo de Campuzano. *


Volver a Página Principal