Mingote y los aeropuertos

"Si para Le Corbusier la casa era una máquina de vivir,
para sus seguidores los aeropuertos son una
máquina de dar por saco a los viajeros"

El avión venía desde Puerto Rico, galopando y cortando el viento como Estrellita Castro iba con su jaca cartujana caminito de Jerez. El viento no era muy favorable al Airbus 340, jaca cartujana de Iberia. Los aparatos que van diciendo por la pantalla lo que queda por llegar, cada vez ponían que Madrid estaba más lejos. Lejos en tiempo, que es como se miden ahora las distancias, en horas y en minutos. Todo el que se fue a vivir al chalé presume de que vive a veinte minutos del despacho. Y como teníamos que hacer el enlace con Sevilla, la azafata, sevillana, Mercedes Maza, que venía trabajando a la órdenes de otro paisano, el sobrecargo Madueño, se me acercó y me puso el alma en un puño:

--El comandante me ha dicho que llegamos a las menos veinte y el avión de Sevilla sale a las y media... Veremos a ver si podemos coger el enlace...

Y uno, despacito, con calma aprendida del maestro don Francisco Romero, le dijo a la paisana y amiga azafata:

--Hay tiempo, Mercedes, hay tiempo...

--¿Qué hay tiempo? ¿Tú sabes lo que hay que andar desde la puerta de llegada de la terminal de internacional a la puerta de salida de la terminal nueva de nacional por donde se embarca el vuelo de Sevilla?

--Tú lo tienes que saber mejor que yo, que lo haces cada lunes y cada martes...

--Pues por eso, hasta lo he medido, y hay exactamente tres kilómetros ochocientos metros...

--Casi como ir a Sevilla andando, Mercedes...

--Sí, pero con la lengua fuera, corriendo por esos pasillos, y con el tiempo encima...

Me creía que eran exageraciones de mi paisana hasta que, antes de la hora prevista por el comandante, el avión llegó y tuve que atravesar Barajas de pitón a rabo, hasta la puerta donde salía el avión de Sevilla. ¿Tres kilómetros ochocientos metros? Yo creo que Mercedes se quedó corta. Con la lengua fuera y hasta con agujetas, calculo yo que desde Internacional al Nacional nuevo, en Barajas hay algo así como 20 o 25 kilómetros. Y eso, tirando corto... Porque no venía con nosotros un mariquita amigo nuestro que tiene mucha gracia, que, si no, seguro que hubiera dicho, con las bolsas corriendo por aquellos pasillos más largos que una lista de colocados por el PSOE:

-Ay, hijo, pero aquí, ¿a qué venimos? ¿A coger el avión de Sevilla o a correr la maratón? Nada más que falta por aquí Pedro Pacheco con la camiseta, porque esto es igualito que la maratón de los Nueva Yores...

Como sufridor provinciano de aeropuerto madrileño, me alegra que el maestro Antonio Mingote haya abierto la veda aeroportuaria y haya abierto el banderín de enganches de los objetores de modernidad en aeronáuticas cuestiones. Los aeropuertos diseñados por los arquitectos de la modernidad y el progreso son un absoluto desastre. Si para Le Corbusier la casa era una máquina de vivir, para sus seguidores los aeropuertos son una máquina de dar por saco a los viajeros. El pasillo rodante es un gran invento hasta que se estropea, como están, por obras, listos de papeles todos los que llevan en Barajas desde Internacional a Nacional y viceversa. La tecnología punta de la chapuza española ha inventado algo que hasta ahora no se había logrado en ninguna parte: el pasillo rodante que no rueda absolutamente nada. Andar por un pasillo rodante parado es como ver un museo donde hubieran quitado todos los cuadros de las paredes. Qué claustrofobia entra por esos pasillos en obras...

Con su críticas a la arquitectura aeroportuaria, Mingote se ha quedado corto. En Sevilla, Rafael Moneo hizo un aeropuerto de locos, donde después de gastarse 12.000 millones de pesetas sólo pusieron cinco fingers, por lo que la mayoría de las veces te llevan al avión como cuando había tranvías: en la jardinera. Hay puertas de embarque que caen tan lejos, que una vez Manuel Olivencia, cuando íbamos de excursión por aquellos pasillos, me dijo:

-Tengo tan mala suerte que siempre me toca embarcar por esta puerta, que aunque dicen que pertenece al aeropuerto de Sevilla, está en realidad en Carmona...

El mundo se esfuerza por hacer la vida más agradable a la tercera edad y los arquitectos aeroportuarios la han tomado con los envejecientes. Mi padre, que está mal de las piernas a sus 84 años, ¿cómo va a correr en quince minutos los 3.800 metros de la maratón de Nueva York, digo, del avión de Puerto Rico? Al señor mayor le ofrecen como compensación lo peor que puede pensarse: la silla de ruedas. Depresión de la edad al canto, por culpa de la silla de ruedas. Tendrán que poner coches eléctricos, como en los campos de golf, si no queremos que la tercera edad viajera acabe con una depresión de caballo, de montarla en sillitas de ruedas para evitar el desastre que pensaron los arquitectos. Así que choque usted esos cinco, maestro Mingote, por la denuncia. Yo que era mucho de usted, lo soy ahora más todavía, desde que ha dicho que no le tiene miedo al avión, sino a los aeropuertos. (Sólo hay algo a lo que tema más que al aeropuerto, que es al taxista de aeropuerto...) *

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