Dos puentes aéreos

"Aquí todo se va en mimar a Barcelona y
a Sevilla y en despreciar a Valencia"

Cada vez siento más solidaridad con los valencianos, y como suelo proclamarlo, no crean que quiero que Rita Barberá me ponga en lista de espera para que me hagan hijo adoptivo de la tierra de las flores, de la luz y del amor. Mi solidaridad con Valencia quizá me venga como una herencia que me haya dejado el recordado Luis Sánchez Polack. O como secuela de mi fidelidad entre los oyentes de Luis Herrero. Me pongo en la piel de los valencianos y pienso que tiene que ser terrible ser natural y vecino de la tercera capital española y comprobar todos los días, de los asuntos más graves a las cosas más nimias, que aquí en España, aparte de Madrid, las dos ciudades que cuentan son exclusivamente Barcelona y Sevilla. Terrible por el lado de Barcelona, que es el pez grande que con su imperialismo cultural y lingüístico siempre se ha querido comer al Reino de Valencia, incluso con la complicidad de la crema de la intelectualidad regional, siempre atenta al agasajo postinero de Pujol, en plan Chicote y chotis Madrid de Agustín Lara. Y terrible por el lado de Sevilla. Aunque sevillano, no se me caen los anillos si reconozco justicieramente que aunque Valencia es la tercera capital de España por población, por pujanza y por capacidad de creación de riqueza, a los ojos de la nación Sevilla se le ha colado por delante, y desde 1992 a esta parte es la virtual y apócrifa tercera ciudad.

Fui a Valencia en las Fallas, a por atún de la paella y a ver al duque Curro Romero en el quadragésimo anno de su alternativa, que el Faraón hasta cumple efemérides que tienen nombres de encíclicas papales. Y no vean el trabajito que me costó llegar a la tercera capital de España desde la que le roba oficial y oficiosamente el puesto, con enlace aéreo por Madrid y con un vuelo desde Barajas a Manises en unas líneas aéreas regionales que, eso sí, te dan la bienvenida a bordo en valenciano, pero cubren el trayecto con unos aparatos contemporáneos al aeropuerto de Casablanca donde Humphrey Bogart despedía a la muchacha de la pamela.

Esperando en Barajas para ir a Manises o viceversa, recapacité en el agravio que deben sufrir. Hasta hace sólo unos meses, los valencianos no han estado unidos a Madrid por autopista, aquella autopista por la que tanto clamaron mis queridos Tip y Luis Herrero. Mientras que Barcelona tenía un puente aéreo de toda la vida y a Sevilla le ponían el AVE para celebrar los fastos del 92 a Valencia había que llegar en plan Blasco Ibáñez, con Arroz y Tartana. Ya tiene Valencia autopista. Pero aún no tiene puente aéreo. Ni tiene AVE. Aquí todo se va en mimar a Barcelona y a Sevilla y en despreciar a Valencia. El símbolo podemos encontrarlo hasta en la Casa Real. La Corona española también tiene sus puentes aéreos particulares con Barcelona y con Sevilla, por medio de las respectivas Infantas. Del puente aéreo de La Zarzuela con Barcelona se encarga la Infanta Doña Cristina de Urdangarín, y del puente aéreo de La Zarzuela con Sevilla se encarga la Infanta Doña Elena de Marichalar, con el refuerzo, en ese segundo caso, de los trenes especiales de la madre del Rey, Doña María de las Mercedes de Borbón, que ejerce oficialmente de todo lo sevillano que haya en materias de toros, de fútbol y de Semana Santa.

Como tendemos al reduccionismo, del triunfal año de 1992 se nos ha quedado esta imagen triangular de España, que es una nación con tres ciudades: Madrid, Barcelona y Sevilla. Para Madrid es más cómodo. Inquietaría bastante a estas alturas del siglo tener que recapacitar y hacer sitio a Valencia. Sin que sepamos por qué, igual que la dictadura castigó históricamente a las provincias traidoras por su deslealtad, la democracia está castigando al Reino de Valencia, primero dejándolo a los pies de los caballos del imperialismo catalán, luego dejándolo de lado en la España de los puentes aéreos. Madrid ha asignado sus papeles a Barcelona y a Sevilla, pero se ha olvidado de Valencia. A Barcelona le ha puesto el puente aéreo al considerarla la ciudad de la industria, del comercio. Un puente aéreo para que los ejecutivos vayan y vengan en el día con sus maletines y sus negocios, que la pela es la pela, e incluso para que los escritores de Madrid vayan cómodamente a contratar sus libros con Lara. Si Barcelona es la industria y el comercio, Sevilla es el ocio y la juerga, y también tiene su correspondiente puente aéreo, con esos aviones que vuelan bajito que son los trenes de alta velocidad. Por si Sevilla no estuviera bien comunicada por el AVE, ahora, como es primavera, ponen un tren cada media hora, a fin de que los madrileños puedan bajar a Sevilla a ver las cofradías en Semana Santa, a tomar manzanilla y jamón en la Feria, a la corrida de toros con Espartaco y El Juli o, cuando llegue mayo, a la romería del Rocío. Perfecto: un puente aéreo propiamente dicho para el negocio en Barcelona y otro puente aéreo en forma de AVE cada media hora para el ocio de Sevilla.

Y Valencia, mientras, fabricando, exportando, imaginando, pero cada vez más lejos no sólo de Madrid, sino de Barcelona y de Sevilla... y del resto de España. Estamos en un tiempo en que las distancias no se miden por kilómetros, sino por horas de vuelo o de tren. En tal caso debemos concluir que Valencia está, aproximadamente, a varios siglos del resto de esa España a la que parece que le da grima reconocer que es la tercera capital. *


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