La dictadura del plato único

"Con las cositas al centro para picar le hemos dicho adiós
para siempre a aquellas comidas legendarias,
compuestas por sopa, dos platos y postre"

Volvemos al plato único. O conocemos por vez primera el Día del Plato Único los que no llegamos a padecerlo o a gozarlo, según se mire. No tengo edad para haber vivido aquella España de postguerra y plato único descrita en los libros de Rafael Abella, de Fernando Vizcaíno Casas o de Fernando Díaz Plaja. Mis primeros recuerdos en usos de alimentación son la alegría de mi madre cuando quitaron las cartillas de racionamiento. Debió de ser hacia 1951. Por eso no me quiero exponer mucho a la venganza del lector en las "Cartas al director" sentenciando sobre el plato único, que, salvo error u omisión, tengo entendido que era una forma de apretarse el cinturón obligatoriamente en materia alimenticia durante los años de las carencias y la autarquía. Claro que el ingenio español, que puede con todo, pronto superó la adversidad del Día del Plato Único, preparando, en efecto, comidas que se componían de un solo plato, pero qué plato. En el plato único había de todo y por su orden. La ley decía que había que servir un plato único. Y como no decía nada sobre qué contuviera ese plato único, ahí entró arrasando la imaginación del español para dar medias verónicas y chicuelinas a la norma.

Ahora basta ir a una comida de negocios, ese espanto al que le llaman almuerzo de trabajo, donde ni se almuerza ni se trabaja; basta una cena de amigos, especialmente en su modalidad de viernes y de matrimonios, para volver a los tiempos del cuplé del plato único. Cuando se acerca el metre para tomar la comanda, siempre hay quien le dice:

-No, mire usted, mejor que nos ponga unas cositas al centro para picar y que después cada uno pidamos un plato...

Ya está: el plato único. La dictadura del plato único, a la que volvemos en plena democracia. Con el aliviadero de las cositas al centro para picar, de las tonterías prologales, hemos dicho adiós para siempre a aquellas comidas legendarias, compuestas por sopa, dos platos y postre. Ya tiene que ser un banquete para que te sirvan la sopa, el gazpacho o la vichusuá y después los dos platos de reglamento. Me parece que fueron los Paradores Españoles, con los famosos Entremeses del Parador los que impusieron esta moda. En algunos de estos paradores, como en el Albergue de Carretera de Bailén, te ponían hasta dieciocho o veinte fuentecitas con cosas para picar. Los entremeses del Parador eran siempre una atracción local, que hasta iban a conocer las gentes del pueblo o de la ciudad donde el enclave hotelero público se hallaba, como si se tratara de una catedral gótica o de un cuadro atribuído a Velázquez. Los cordobeses cogían la carretera del Brillante arriba y se decían unos a otros:

-¿Pero, cómo? ¿Que tú no conoces los entremeses del Parador?

Aquellos entremeses de los paradores del Marqués de Vega Inclán y de Fraga nos trajeron estas entraditas así al centro, en plan simpático, para picar, sin que nadie diga qué tienen que poner, que sustituyen a un plato. Un plato menos para la cocina, aunque nunca un plato menos para la factura. Ponen cositas para picar, pero luego, cuando traen la cuenta, te dan la estocada hasta la bola del boli. Porque "al centro, para picar" acaban poniendo siempre lo que quiere la casa:

-Les podemos poner el foie, y les podemos poner también un revuelto de ajetes tiernos con ajetes Galván...

Les podemos poner, les podemos poner... ¡Como que lo ponen siempre los tíos, caiga quien caiga! Sin que nadie proteste. Y sin que nadie compruebe luego en la factura que "las entraditas simpáticas, así al centro, para picar" salen más caras que si pidiéramos de primero un bogavante por cabeza. Como reivindicación del clásico menú español, les invito a la rebelión ante esos nuevos dictadores de nuestro tiempo que son los metres. Cuando llegue el metre proponiendo la pamplina de la propiedad horizontal de los platos mancomunados al centro, para picar, resístanse a estas obligadas comunidades de vecinos de mesa:

-De entrada, ¿les pongo unas cositas al centro, para picar?

-No, al centro nada, que en el centro además es muy difícil buscar aparcamiento. Como soy de derechas, a mí me va a poner usted aquí en la parte derecha de la mesa mi buena sopa de picadillo de toda la vida, con todos sus avíos y después me va usted a poner dos platos como Dios manda, un changurro y un villagodio, y vamos a dejarnos de tonterías al centro reformista...

La idea me la ha dado un paisano guasón, aparte de mangón de comidas y currador de cenas, que en estas vísperas de feria cenaba con unos señores de Madrid que lo convidaban. Llegó, como siempre, el metre y propuso poner al centro unas cositas para picar. Y el sevillano replicó:

-Y en vez de unas cositas al centro para picar, ¿por qué no cambiamos el tercio, que ya hemos tomado dos varas de chistorras de la casa, y nos trae usted tres pares de langostinos de Sanlúcar a cada uno? ¡ Y que cada cual los banderillee como pueda...!


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