Las migraciones del Imserso

"Se trata de traerlos y llevarlos por aquello de la migración:
de la migración de votos"

Tengo un apartamentito frente al Coto de Doñana, que no es que sea el Palacio de Liria, pero que a mí me da el avío para quitarme de enmedio del despacho, sin teléfono, ni móvil ni fijo, ni de Telefónica ni de Airtel, ni de Retevisión ni de Amena, y poder así dedicarme a escribir tranquilamente. No quiero ni contarles la delicia que son aquellas desiertas playas de Huelva a partir de estas lentas horas del otoño, fuera de temporada, cuando se ha ido la última gorda con la sandía, la casera, el picadillo y los gritos llamando a Vanessa, y cuando de la arena han quitado la última sombrilla y la última moto acuática. Una maravilla, si no fuera por las migraciones, cuya observación es mi distracción frente al Coto de Doñana y las playas de Torre de la Higuera y de Matalascañas.

-Ah, claro, junto a Doñana, se dedica usted a observar las migraciones de águilas reales, de garzas y de flamencos...

Pues no. Con ser espléndidas las bandadas de pájaros que cruzan camino de Canarias o de América, viniendo de los fríos del Norte o yendo a las selvas subsaharianas, no son ésas las migraciones que mejor se pueden observar en Matalascañas en plan Félix Rodríguez de la Fuente. El movimiento migratorio más observado en las playas del Coto de Doñana, como en cualquier costa española, es el de abuelete del Imserso, especialmente el jubilado y jubilada extremeños, qué afición. Vienen en bandadas a los hoteles de costa, con su inconfundible atuendo, como el lamentable chandal rosa que tantos disgustos costó a Camilo José Cela. Como Rodríguez de la Fuente de estos pájaros de la fauna española, del jubilatus migratorius vacationis Imsersu trincantis, vengo observando que ahora, más que por el chándal, se caracteriza por la ridícula gorra de béisbol que el abuelete lleva. Y por el bolso de ella. Que lleva él. Yo no sé por qué las jubiladas migrantes del Imserso usan bolso en los hoteles de playa donde mangan pensión completa por 17.150 pesetas a la semana. Casi ninguna lleva el bolso. El bolso lo llevan siempre ellos. No hay nada más ridículo que ver a un honrado labrador jubilado de, un poner, Salvatierra de los Barros, yendo por una playa desierta en pleno mes de noviembre, interpretado de Antonio Banderas con una gorra de béisbol y llevando en la mano el bolso de aquí-mi-señora, que como está mal de la columna, se lo deja a él para que porte con ese peso. ¿Qué llevan las beneficiarias de los programas hoteleros del Imserso dentro de ese bolso que no sueltan ni a la de tres? Ni Yeltsin porta el maletín nuclear con el ansia posesoria con que lo lleva el abuelete de la gorra de béisbol y las zapatillas de deporte debajo de los pantalones de pana.

Y luego, el trenecito turístico. Entre los muchos horrores de las playas españolas están los trenecitos turísticos. Esos tractorcillos disfrazados de locomotora por un chapista manitas, que arrastran unos vagones como antiguas jardineras de tranvías. Y que llevan en la unidad tractora, horror, un altavoz a toda potencia, con los más refinados tormentos chinos en forma de canciones, ora de Manolo Escobar, ora de Gaby, Fofo, Miliki y Fofito, que es peor todavía. Y hete aquí que estoy a lo mejor pegando el butacazo subsiguiente al telediario de las 3 de la tarde, en la plácida hora de la siesta, y desde la terraza llega el espanto del altavoz del trenecito turístico:

¡Hola, don Pepito!
¡Hola, don José!
¿Pasó usted ya por casa?
Por su casa ya pasé...

¿Es serio que unos venerables ancianos que se dejaron los huesos haciendo productiva la agricultura española en los periodos más duros de nuestra reciente historia hagan de esta forma el ridículo por cuenta del Estado, despertando a la gente de la siesta con sus saludos a don Pepito y a don José y con ese interés por si han pasado ya por su casa?

Y así, 400.000 jubilados migrantes, qué horror, esta temporada de otoño, invierno y primavera. Digo que así, como los que observo en la Reserva de Jubilados de Doñana, 400.000 va a llevar para arriba y para abajo mi admirada amiga Amalia Gómez, jefa de los Asuntos Sociales de este Gobierno. Su organismo tiene un nombre bastante bien puesto: Imserso, Instituto de Migraciones y Servicios Sociales. En verdad que son migraciones estacionales estos desplazamientos por la península, de Extremadura a Benidorm, de Asturias a Mallorca, de las inmensas bandadas de jubilados con gorra de béisbol, hacia los placeres del pasodoble, del bufé del desayuno con tantísima mortadela a barra libre.

Viéndolos desde mi apartamentito hacer el ridículo, comportándose como quinceañeros a sus setenta años, pienso si no sería mejor dedicar este dineral del Programa de Vacaciones para Mayores a dotar residencias de ancianos donde las hormigas no se coman a los abueletes. Pero, claro, se trata de traerlos y llevarlos del pueblo a la playa y de la playa al pueblo por aquello de la migración: de la migración de votos. *


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