Yo tuve un perro objetor

"Era un perro rojo perdido, pues aparte de objetor de
conciencia a las gloriosas armas de la caza serrana
también le huía al coheterío del 18 de julio"

Hace dos semanas, a propósito de los perros asesinos, evocaba yo un perro que tenía en los veraneos infantiles, el Curro. A modo de resumen de lo publicado, pondré lo que escribí: "Tanto me gustan los perros, los perros propiamente dichos, que en los veraneos del Bachillerato, yo tenía un perro en el pueblo de la sierra donde íbamos. El Curro. Un perdiguero. El Curro era del señor que nos alquilaba la casa. Entraba en el alquiler como una parte de aquella casa serrana, como el pozo, el zaquizamí, el soberado, la cuadra. El perdiguero lo sabía, y se lo olía que de San Pedro a San Miguel. Y nos reconocía como dueños de un año para otro. Cuando llegaba al pueblo, el perro me estaba allí esperando, moviendo el rabo. Se veía al campo conmigo, corriendo detrás de mi bicicleta, y hasta adivinaba las trochas por donde íbamos a las albercas o a las balsas de los arroyos a bañarnos. Y cuando llegaba septiembre y en el tren nos volvíamos a la ciudad, el Curro seguía al vagón por toda la vía, hasta que, extenuado, comprendía que otra vez había llegado el otoño".

Bueno, pues como el mundo es un pañuelo, gracias a ÉPOCA he recordado, que olvidado lo tenía, el pedigrí de aquel perro que me hizo currista desde mucho antes del debú de Curro Romero, pues fui partidario de Curro a secas, mi eventual perro serrano y perdiguero de Guadalcanal. Un amigo de aquellos veraneos me ha evocado además las grandezas del perro. Este amigo se llama Antonio Limones y trabaja en Milán. Limones era pariente de la familia que nos alquilaba la casa y nos cedía el perro. Antonio me lo ha recordado desde Milán, por correo electrónico: "Me alegré al comprobar que tu enciclopedia infantil funcionaba tan bien". Pues para ampliar aún más de Curro y de su historia, te diré que era hijo de una perra nuestra llamada Chona. Se lo regalé a Pepe Luis Yanes para que cuando fuéramos de cacería Curro nos ayudara a levantar la caza, cosa que nunca hizo porque tenía pánico a los tiros. Al primer tiro, volvía corriendo a casa, y cuando por la tarde llegábamos destrozados al pueblo, Curro nos esperaba en la puerta de su casa contentísimo y relajado, moviendo su rabito. Pepe Luis me decía: "Este perro es así".

Ahora me explico yo por qué le tomé tanto cariño a aquel perro: era un perro objetor de conciencia. Eso de que un perdiguero se asuste con los tiros es como si un piloto de Iberia sintiera miedo al avión o como si el comandante del Juan Sebastián Elcano se marease a bordo. Me parece estupendo que el instinto del animal fuera tan humano. Como yo a Curro lo tenía y disfrutaba fuera de la temporada de caza, no sabía de su magnífica actitud contra las armas de fuego, y que no estuviera por la labor de levantar liebres cuando lo llevaban de cacería. Algo me barruntaba de este perro objetor de armas de fuego. En aquel pueblo gustaban mucho los cohetes y los fuegos artificiales. En el 18 de julio, en la feria, en el aniversario de la toma del pueblo por las tropas de Franco, en la velada del Cristo, en todas las celebraciones, se hartaban de tirar cohetes, que lanzaba al cielo de la sierra un hombre-orquesta del Ayuntamiento, Rajamantas, que era pregonero, enterrador, encargado del carro de la basura, el que tocaba la tuba en la banda municipal y el que tiraba los cohetes y encendía los fuegos artificiales. Cuando luego se puso de moda la palabra pluriempleo, pensé inmediatamente:

-Ah, claro, pluriempleo era lo que tenía Rajamantas...

En cuanto Rajamantas tiraba el primer cohete, Curro salía corriendo y desaparecía. Cuando volvíamos a casa, me lo encontraba como lo hallaban al regreso de las cacerías: muy tranquilo, moviendo el rabo. Y como se trataba de celebraciones patrióticas y devotas, estoy por pensar que aquel mi Curro era un perro rojo perdido, pues aparte de objetor de conciencia a las gloriosas armas de la caza serrana también le huía al coheterío del 18 de julio o de la procesión de la Virgen de Guaditoca. Digo en descargo de Curro que también era objetor de tormentas. En aquellas sierras, agosto se despedía con tormentas pavorosas, cuyos rayos mataban cada año a dos o tres pastores en el campo. Y cada vez que venía una de aquellas tormentas, el objetor perro se escondía debajo de las camas. O salía corriendo igual que cuando los cohetes del 18 de julio o la media veda.

Pero con esta verdadera reconstrucción histórica del perro objetor de caza, Curro me ha fastidiado mi fábula y metáfora. Lo puse como ejemplo de un perro puesto en su sitio, haciendo vida de perro, frente a estos mimos y lisonjas que ahora se traen con los que, a lo mejor, hasta resultan asesinos. Mal ejemplo puse. Ahora que Antonio Limones me ha reconstruido la otra mitad de la historia de mi perro desde Milán, pienso que Curro era, en verdad, un progre encarnado en perdiguero. Más que de perro, Curro llevaba vida de secretario de una ONG pacifista. *


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