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Artículo de Alfonso Ussía "Finito de Moscú", en el número anterior de "Epoca"

A Ussía, sobre "Finito de Moscú"

"Román Karpoukhine quedó en su debú en Barcelona
aproximadamente como Cagancho en Almagro, pero
con reportaje en El País y en Corazón de Primavera"

No te perdono, querido Alfonso Ussía, que en el último número de EPOCA escribieras sobre Finito de Moscú tocándome los costados, diciendo que si El Perestroiko (que tal hubiera sido apodo más acertado) iba a mandar a los albañiles al excelentísimo señor don Francisco Romero López, que si Morante de la Puebla se iba a tener que ir a hacer un FP subvencionado por Aparicio (ese ministro de Trabajo que tiene nombre de hijo de Maleni Loreto), y que si la primavera sevillana tal y cual... Y no te lo perdono, oh Alfonso de mis entrañas, no por nada, sino porque, en virtud del cierre adelantado de la Semana Santa, yo tenía ya escrito y a punto de enviar mi artículo para la revista que me había salido, como todos, precioso, y no como a otros... (Eso de "y no como otros", ni que decir tiene que va directamente por ti, compadre, por la jangá.)

Porque la jangá es que es Lunes Santo. Exactamente "la puñetera hora de la siesta", como dijiste en genial frase un día a Monseñor Tutu, aquel mangón sinvergonzón que tuvimos que ver en Johannesburgo por culpa del mangazo de viaje que le pegamos a la Phillips Morris. Y en la puñetera hora de la siesta del Lunes Santo, cuando iba a irme a ver cofradías, tomo el EPOCA que acaba de llegar y me encuentro lo tuyo sobre Finito de Moscú, que no te ha salido malamente del todo, lo reconozco: soy más amigo de la verdad que de Ussía. Y como antes de leer lo tuyo oí anoche a Fernández Román en su imprescindible Clarín de RNE, como todos los domingos por la noche, pues soy sabedor, Alfonso, del mitin y del petardo que ha pegado tu Finito de Moscú de tu alma en Barcelona. Román Karpoukhine quedó en su debú en Barcelona aproximadamente como Cagancho en Almagro, pero con reportaje en El País y en Corazón de Primavera. Con ese nombre se puede ser campeón de ajedrez en Linares, no torero en Barcelona. Y bien que lo siento. Hubiera querido que fuese cierto cuanto me decías, que parara la venta de Curro Romero, la esencia, y que fuera inmediatamente sustituido en las listas de "best sellers" por tu obra, Román Karpoukhine, la esencia, la presencia y la potencia... nuclear. Entre otras cosas, Alfonso, porque por el Marqués de Sotoancho sabes que eso de tener un libro de éxito es una pesadez, sobre todo por la firma en El Corte Inglés, y por el compañero de colegio que te llega y te dice:

-Hombre, Alfonso, aquí me tienes, como en todas tus firmas, para llevarme éste también. ¿Te acuerdas de cuando me firmaste Las buenas maneras en El Corte Inglés de Murcia?

Porque hay gente para todo: hasta para ir a Murcia a que le firmes Las buenas maneras. Y que se cree en la obligación de que los conozcamos; que nos acordemos de que ese gordo, calvo, baboso, impresentable, es aquel Escalante que, en efecto, estuvo en el colegio con nosotros, pero muy poco, casi nada, porque lo echaron por no aprobar la Reválida de Cuarto ni al tercer intento. Pero Escalante, por las 3.000 pesetas del libro, se cree en el derecho de meterte en su máquina de la verdad. Se sabe toda tu vida:

-¿Pilar sigue trabajando en el hospital?

Y llega así, Alfonso, el momento terrible: cuando Escalante ya te ha recordado tus aficiones infantiles, el nombre de tus padres, todo lo recordable, y te pone el libro para que se lo firmes... ¡y tú no te acuerdas de su apellido! Por más esfuerzos que haces, nunca consigues recordar que el pesado de Escalante es Escalante. Lo más terrible de publicar un libro es tener que firmarlo. Lo más espantoso de firmarlo, tener que preguntarle a Escalante, a bocajarro:

-Perdona, pero no me acuerdo ahora de tu apellido...

-Hombre, Alfonso, ¡Escalante! ¡Juanma Escalante! ¿Cómo se te va a olvidar?

Y dices:

-Ah, claro, Juanma...

Y ya le arreas el "afectuosamente" o el "cariñosamente" de turno a Escalante. Hubiera preferido, Alfonso, que entre Finito y el libro que ibas a hacer sobre su arte, me librarías de los Escalantes en los próximos cinco meses. No ha sido posible. Finito de Moscú demuestra que el toreo sólo puede darse por aquí abajo, preferentemente en el rincón andaluz de tu Antonio Ordóñez y de mi Curro Romero, con extensiones al Vitigudino de Santiago Martín, al Madrid de Antonio Bienvenida, al Toledo de Domingo Ortega y otras excepciones que confirman la regla. Estos toreros exóticos están bien para los apéndices del Cossío y para la prensa del corazón. Les pasa como a Morenito de Maracay, aquel negrazo que llegó un día de torero a la Maestranza, y del que dijo el veedor Miguel Criado:

-Si en Maracay los Morenitos son así, ¿los negros cómo serán?

Aunque ahora que lo pienso, Alfonso, tú eres el culpable del mitin que pegó Román Karpoukhine en Barcelona. Ya sabes lo que comentaba El Perestroiko tras su fracaso:

-Todo esto lo ha liado Alfonso Ussía para que Curro Romero y Antonio Burgos no tengan más remedio que convidarlo a langostinos en Oriza cuando vaya a Sevilla a presentar su próximo libro... *

 


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