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Gaudí y otros arquitectos beatificados

"No hace falta que el Papa haga santo a Gaudí.
En Madrid, sin intervención pontificia, ya
han subido a los altares a Rafael Moneo"

Como hay gente para todo, quieren hacer santo al arquitecto Antonio Gaudí, y seguro que lo consiguen, porque no hay nada que le guste más a Juan Pablo II que un proceso de beatificación o canonización. Con decir que al Papa le gusta un santo nuevo más que a Carmina Ordóñez una entrevista de trincar... A mí me encantaría que canonizaran a Gaudí, porque sería el primer santo muerto por un tranvía. A los santos, habitualmente, los solían matar los infieles cuando iban a evangelizar, los enemigos de Dios en las guerras de religión, los tiranos ante los que denunciaban las injusticias, pero no los tranvías. No había ningún santo muerto atropellado por un tranvía, como tampoco hay ningún santo fallecido en accidente de circulación... por ahora.

Hasta que han plantado su nombre en el jardín de las flores de santidad, yo no sabía que Gaudí era todo lo contrario de lo que entendemos por un arquitecto. Es más: si es verdad lo que dicen sus biografías oficiales, a la hora de figurar en el santoral será muy desorientador que ponga Antonio Gaudí, arquitecto, como pone Ignacio de Loyola, fundador. Porque por arquitecto, arquitecto, lo que se dice arquitecto, entendemos hoy en día todo lo contrario de la figura de Gaudí. Cuentan que el autor de la Sagrada Familia de Barcelona era un hombre muy modesto. Tal como suena. Lo cual significa que era tan atípico que no padecía la enfermedad profesional de los titulados en Arquitectura, que es la soberbia. Los ángeles rebeldes se quedan en nada al lado del arquitecto. Los ángeles rebeldes querían ser como Dios, y los arquitectos se saben dioses, que han de ordenar la vida a la gente. Un amigo mío de Sevilla encargó su casa a un arquitecto de moda y de premios internacionales, y en mala hora, porque descubrió que la verdadera especialidad del renombrado artista no es proyectar casas de ensueño, sino arruinar a los propietarios que se las encargan. Había medio terminado la casa, y mi amigo el cliente arruinado del arquitecto de campanillas visitó la obra con el artista. Reparó en los armarios empotrados del cuarto de invitados. El arquitecto genial había proyectado unos roperos ridículos. El cliente le dijo:

-El armario es muy bonito, pero veo que ahí no caben las perchas.

-Eso no es problema -dijo el genial arquitecto-: que tus invitados no se traigan nada más que lo puesto y así no tienen problemas de armario. ¿Vas a estropear las proporciones que tiene con respecto al cuarto con esa ordinariez de que quepan las perchas?

Por eso harán quizá santo a Gaudí, porque aun siendo arquitecto no se sentía en la posesión suprema de la verdad y en el derecho de ordenar la vida a la gente, que tiene unas aspiraciones estúpidas, como que las chaquetas quepan en los armarios. Y no tenía Gaudí solamente la heroica virtud de la humildad aun siendo arquitecto, sino que cuentan que era hombre frugal, austero, hasta negligente en el vestir, de modo que a veces fue tomado por un mendigo. A estos arquitectos de Armani y de Adolfo Domínguez, todos con ropas informalmente carísimas, prontito los van a confundir no digo ya con un mendigo, sino con un albañil de los que trabajan en las obras que les encargan sus clientes en trance de reformado del proyecto hasta la total ruina del propietario...

Aunque, bien pensado, no hace falta que el Papa se tome el trabajo de hacer santo a Gaudí. En Madrid y en lo que no es Madrid, sin necesidad de intervención pontificia, la progresía ya ha subido a los altares y hecho santo virtual a Rafael Moneo, haga lo que haga con Los Jerónimos, con el aeropuerto de Sevilla, con las esculturas del museo de Mérida, que como sabrán son esos monigotes romanos de mármol que hay por allí por la obra importantísima de Moneo, que es lo que hay que admirar en Emérita Augusta. Y quien dice la canonización de Moneo dice la beatificación gloriosa de Ricardo Bofill, el ex consuegro de Isabel Preysler, el padre de Bofilín. A Bofill lo iban a hacer, qué horror, comisario de la Exposición Universal de Sevilla. No querían sólo que a la capital del Guadalquivir le cayera la maldición de una exposición universal, sino que encima fuera dirigida por Bofill. Gracias a Dios, Bofill nunca fue nombrado para aquel cargo. Pero ahora, como desagravio, la misma cuidad que se libró de sus genialidades lo llama como redentor, para que haga nada menos que la ordenación urbanística de la orilla del Guadalquivir, en el proyecto de Puerto Triana. A Bofill lo han canonizado ya en Sevilla, ciudad donde nadie se atreve ya a poner en duda su genialidad. Los progres que canonizaron civilmente a estos arquitectos hasta les otorgaron la infalibilidad. Ni Moneo ni Bofill se equivocan. Ya digo: santos, que son unos pedazos de santos sin necesidad de que los proclame el Papa...

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