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La cruz de los caídos

"Gracias a las condecoraciones podemos distinguir a un
académico de la Española vestido de frac de
Fred Astaire o del metre del Hotel Ritz"

En el Congreso de los Diputados, solemnemente, España, perdón, el Estado Español, el Estado valiente, que el orgullo del sol es besarte la frente, como canta Marujita Díaz entre arrumacos antillanos de su cubano de cámara y catre, ha honrado la memoria de las Víctimas del Terrorismo. Si la palabra no estuviera tan desprestigiada, tendríamos que llamarlos Caídos. ¿O no son caídos por España los asesinados por los terroristas? Esto de los caídos demuestra la mala conciencia colectiva que arrastramos aquí. Cualquier nación que se precie de serlo tiene sus caídos, sus tumbas del soldado desconocido. Aquí no tenemos soldados desconocidos, sino que no los queremos conocer, que es una cosa muy distinta. O que oficialmente han sido olvidados, como los soldados españoles muertos por la Patria en las guerras de África, cuyos restos descansan ahora en cementerios del Reino de Marruecos cuyas tumbas, si no han sido profanadas, han sido abandonadas y casi destruidas por la herida del tiempo. Cuando se organiza algún acto oficial en memoria de los caídos por la Patria en tiempo de guerra, se da el rodeo o circunloquio de "los que dieron su vida por España". Eso, toda la vida de Dios y de España se ha dicho en castellano caídos. Claro que, si tal se dijera, lo que se celebró el otro día fue la entrega de la cruz de los caídos, lo cual no sólo está absolutamente pasado de moda, sino que es lo que se dice políticamente incorrectísimo.

Pues a los caídos del terrorismo, España los ha honrado en la memoria, entregando una condecoración a sus familiares. Los olvidados guardias civiles de los años 60, los ignorados policías nacionales, los militares, los paisanos, han recibido el recuerdo póstumo de la Gran Cruz del Reconocimiento Civil. Una Orden nueva, distinta a la del Mérito Civil de siempre, creada de nueva planta, con nuevo diseño para la medalla y me imagino que con las categorías habituales de gran cruz, encomienda y cruces de distintas clases. Lo cual está muy bien, que esta democracia consolidada tenga sus nuevas condecoraciones, al tiempo que mantiene las históricas. Todo menos la cursilería que han hecho con la Orden de Beneficencia de toda la vida, a la que tengo entendido que una Matilde Fernández o alguien por el estilo le puso el mote modelno de Orden de la Solidaridad, que suena a este Domund por lo civil que son las ONG.

Digo que está muy bien que esta España de la democracia cree sus nuevas condecoraciones, y pocas me parecen. Echo en falta que exista alguna Orden propia y privativa de la Casa Real, para que Su Majestad pueda recompensar a quien le salga de la augusta entrepierna, como en su tiempo existió la Orden de María Cristina, cuyos lazos de dama o cruces de caballero otorgaba el Rey por los servicios prestados a la Institución. El Rey, ahora, si quiere dar una medalla a alguien, se lo tiene que decir al Gobierno, para que le concedan, según los casos, Carlos III, Mérito Civil, Isabel la Católica, Alfonso X el Sabio o la Raimunda, que no es la de las psicofonías del Palacio de Linares, sino como los letrados llaman a la muy jurídica y curial Orden de San Raimundo de Peñafort.

Igual que el Gobierno reparte las condecoraciones de la Orden de Reconocimiento Civil, el Rey debería crear una de nueva planta y de su libre disposición, una especie de fondos reservados de medallas. ¿Qué digo yo? La Orden de Alfonso XIII, por ejemplo, que no estaría mal crearla en memoria de aquel gran monarca, tan de su siglo y su tiempo. O la Orden de la Constitución, ya que estamos en una Monarquía Parlamentaria. Para un roto y un descosido tenemos Isabel la Católica, que es la que el Rey suele conceder a los jefes de Estado y presidentes del Gobierno que nos visitan. Me encanta ver en el ¡Hola! las fotografías de las cenas de gala que el Rey da en Palacio a los dignatarios extranjeros que llegan de ilustres turistas, sólo por esto de las condecoraciones:

-A ver qué le han dado al moro...

Y resulta que al moro, a lo mejor, le han dado algo tan impropio como el collar de la Orden de Alfonso X el Sabio, que fue el que reconquistó Jerez a sus congéneres. O que le han dado al puñetero moro Isabel la Católica, más incoherente todavía, pues es altamente contradictorio que el jefe religioso de los musulmanes reciba la condecoración que lleva el nombre de la Reina que los echó de España. A no ser que entregar Isabel la Católica a un moro sea devolverle el pañuelo que Boabdil se dejó olvidado tras pegarse una pechada importante de llorar por la pérdida de Granada.

Bienvenida, pues, la Orden del Reconocimiento Civil y todas las nuevas condecoraciones que vengan. La condecoración es socialmente importantísima. Hombre, gracias a las condecoraciones podemos distinguir a un académico de la Española vestido de frac de Fred Astaire o del metre del Hotel Ritz.


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