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¿Curras o currelas?

"¿Qué puede esperarse de una nación donde al trabajo, en germanía coloquial, lo llamamos como si fuera un engaño?"

La maldición bíblica del trabajo es menor si se la camufla con un cafelito a media mañana: ganarás el pan con el sudor de tu frente, pero por lo menos de diez a diez y media te quitarás de enmedio para el desayuno, para leer el periódico y comentar cómo quedó el Betis. No contaba Dios con que a su maldición le iban a hacer bastante mella los convenios colectivos de trabajo. La media hora de bocadillo que ya es aceptada me parece que hasta en el Estatuto de los Trabajadores es una forma como otra cualquiera de contravenir los designios divinos. Por bastante menos que por media hora de bocadillo, vamos, por cinco minutitos de manzana, expulsó Dios del paraíso a Adán, el primer currelante que se tomó un alivio en la dura tarea de doblarla.

También se puede escurrir el bulto de la maldición divina siendo cuñado de alguien del poder, o montando un despacho de influencias, o saliendo elegido diputado autonómico por Castilla-La Mancha o miembro del consejo de administración de Canal Sur Televisión, que son algunas de las más bonitas formas que hay de no doblarla en esta nación que de tal modo le cogió las vueltas al Creador y de momento le puso desodorante al sudor de la frente transpirado por el trabajo . O con palabritas finas, ya se sabe el valor terapéutico de la palabra que descubrió don Gregorio Marañón, ahora tan absolutamente pasado de moda que hasta nos atrevemos a nombrarlo aquellos a quienes nos gusta provocar yendo contra corriente y contra el modo de plantar las flores según la moda de "El País", así me gusta a mí. Hace unos años se puso de moda aquella preguntita que decía, con las del beri: "¿Diseñas o trabajas?" Según mis experiencias en el lenguaje, habría que cambiarla por otra: "¿ Curras o currelas?" Que aunque parezca lo mismo, no es lo mismo.

Yo he venido defendiendo que no es lo mismo currar que currelar. Y que, por las mismas, un currante no es lo mismo que un currelante. Currar, según los usos del lenguaje andaluz, tan influido por los gitanismos y las germanías, es engañar, timar, aprovecharse de alguien, obtener ganancias con malas artes. El que curra de este modo es un currante, también dicho, y más extendidamente, curraor . Se puede ser curraor de copas, como aquellos indios gorrones que describió mi compadre Alfonso Ussía, o como aquel que no había forma de que obtuviera la convidada en la tertulia de cazadores, por lo que roneó de haber dado a un pájaro perdiz un tiro en todo el bebe:

-- ¿ Qué bebe?

-- ¡ Tinto con agua...!

También se puede ser curraor de turistas, que son los que frecuentan a las alumnas de cursos de extranjeros y alemanotas hermosotas y nórdicas asimiladas por mesones de patatas bravas y sangría, con mayores pretensiones gastronómicas que eróticas, o si caen las dos, pues mil sobre hojuelas. Hay curraores de viejas, a los que en Europa y especialmente en París de la Francia son tan cursis que les llaman gigolós.

Otra cosa bien distinta que currar. y hasta antagónica, es currelar, que es gitano puro, romaní por los cuatro costados, con ese característico sufijo -elar, primo hermano de tajelar (correr) o de naquerar (hablar). Currelar es trabajar, doblarla, meter el hombro, como aquel que había estado descargando un camión de cemento en el muelle, cobró, se fue a la taberna, se puso a gustito de moyate, y cuando volvió a su casa, le dijo la parienta:

---- ¡ Qué horror, hay que ver cómo hueles a vino...!

--- ¿Y a cemento no huelo, hija mía, y a cemento no huelo...?

El que currela o descarga barcos es un currelante, y la actividad a la que se dedica es el currelo, que es lo que falta en España, por eso hay cuatro millones de parados. En los albores de la democracia, Carlos Cano hizo famosa su "Murga de los currelantes", que todavía oímos en la-ola-de-folklore-que-nos-invade en esta España que ha vuelto a ser cañí, de charanga y de esa pandereta tristona que es Arzallus tocándole el pandero a Eta, pander-Eta.

Yo no sé lo que ha pasado, que ha habido una completa confusión de lenguas, y ya no sabemos qué es currelar (trabajar) ni qué currar (engañar). Yo que defiendo el distingo entre ambos verbos, he recibido una cumplida información de una lectora, doña María Isabel Gea Ortigas, que se ha tomado el trabajo de ver cómo aparecen definidas ambas voces en los repertorios lexicográficos al uso. Hasta para la edición de bolsillo del Diccionario de la Academia currar es trabajar, y no incluye el verbo currelar. Yo no sé lo que ha pasado, que currar ha desplazado al clásico currelar. O sí que lo sé, pero no me resisto a pensarlo. Esto es otra de las consecuencias de la cultura del pelotazo. Se ha tomado el currelo como curro, el trabajo como engaño. El que de verdad ganaba el dinero como tierra era el que curraba, curraba contratos, curraba subvenciones, curraba fondos reservados, no el que currelaba tela marinera del telón de sol a sol por el salario mínimo. De modo que hay que cambiar aquella pregunta clásica del "¿trabajas o diseñas?" por el "¿curras o currelas?" ¿ Qué puede esperarse de una nación donde al trabajo, en germanía coloquial, lo llamamos como si fuera un engaño?

 


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