En su último
libro Antonio Burgos intenta «recontar la historia de la transición» y devolvernos a
todos la memoria sobre lo que realmente fue aquella etapa, ya que en España, sociedad
amnésica, según Burgos, la crónica de esos años ha sido contada por lo que él llama
los vencedores de la transición, que fueron los que sin participar en ella se subieron
después al carro del desfile de la victoria y arrojaron al pozo del olvido a los
verdaderos protagonistas de la lucha.
«Reloj no marques las horas», recopilación de más de 70 artículos publicados en la
prensa andaluza por su autor, habla de Suresnes y bases americanas, de hambre y
romanticismo. El libro es cruda verdad y a la vez pura emoción -de ahí el acertado
título extraído de un boleroy pretende, según Burgos, servir de himno sentimental a una
generación, la suya, marcada por la represión y la esperanza de cambio político, por el
amor y el desamor.
«Una crónica grande hecha de muchas crónicas chicas, la historia de una memoria íntima
y pública», como resumió con acierto el ministro Javier Arenas, que apadrinó la
presentación de la obra, realizada en un céntrico hotel de Madrid en medio de un
expectante público que abarrotó incluso los pasillos de una sala con más de doscientas
butacas. Periodista y novelista, ensayista y poeta, compositor de habaneras y animal
político, analista y fabulador, psicólogo de almas y hombre de inteligencia prolífica y
camaleónica y andaluz hasta la médula, Antonio Burgos escuchaba en silencio, acomodado a
la derecha del ministro Arenas, las palabras dedicadas al «bautizo de su última
criatura», ceremonia para la que se trasladó a Madrid. «He venido a torear a Las
Ventas», contaba en tono jocoso cuando bajó de sus habitaciones del hotel al salón de
actos, tras el meteórico viaje de rigor y la consiguiente minisiesta que confesó haber
echado. A torear a Madrid, efectivamente, pero rodeado de andaluces. Desde el ya
mencionado Javier Arenas, hasta Curro Romero, que, estiradísimo, llegó en excelente
compañía femenina y embutido en un impecable traje azul. Incluso la chipionera Rocío
Jurado, ataviada con pantalón y elegantísima blusa de encaje negra y acompañada por su
José Ortega Cano, acudió a la presentación «como andaluza, como lectora de Antonio y
como amiga suya». Representación gubernamental tampoco faltó, desde el secretario de
Estado de Empleo, Manuel Pimentel, hasta el ex portavoz del Gobierno, Miguel Angel
Rodríguez, que, al ser preguntado por su reciente vocación literaria se jactó de haber
vendido la tercera edición de su novela.
Pero los andaluces, sin duda, imprimieron el ritmo y el aroma entre un público enjoyado y
cubierto de pieles y corbatas de diseño que se rompió las manos aplaudiendo. El siempre
entrañable Antonio Romero, que confesó su admiración y amistad por su tocayo Burgos
-«que jugó un gran papel en la lucha contra el franquismo y por la defensa de las
libertades»-, se presentó acompañado por el alcalde de Humilladero y otros
correligionarios. A su lado, Alfonso Ussía, rememorando la anécdota de su abuelo Pedro
Muñoz Seca que vestido con babi escolar y sentado en su pupitre junto al también escolar
y todavía no Nobel Juan Ramón Jiménez, escuchaba a su maestro de gramática contar la
lección del día: enterarsus bien de que sordao, barcón y mardita sea tu arma se escribe
con ele. Al final del acto, canapés y copas para brindar por el éxito de Antonio Burgos,
con el que Francisco Serrano, editor de Planeta, aseguró haber apalabrado otro nuevo
proyecto.
Pinche para ir al "apoyo" de la entrevista
en "Diario de Cádiz" |
|