El Mundo

Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, sábado 6 de septiembre de 1997

Antonio Burgos

Los antiguos veraneos en otros capítulos de esta serie:

Mañana nos vamos de veraneo

Amanecer en la estación de la Plaza de Armas

Jugando a la Vuelta a Francia

Aquellas ferias de septiembre

 

El veraneo duraba hasta San Miguel. Había que volver para ir al colegio, porque ya nos habían hecho la matrícula de Cuarto y Reválida. En Sevilla decían que había una feria de San Miguel, pero era únicamente que toreaban Pepe Ordóñez, y Joselito Huerta, y Antonio Bienvenida, la feria no se veía por ninguna parte. Donde de verdad había feria de septiembre era en el pueblo. Todos lo pasábamos en la feria del pueblo mucho mejor que en la feria de Sevilla. En la feria de Sevilla había colegio, que los curas hasta ponían las composiciones trimestrales en aquellas mismas fechas, nada más que para fastidiar, porque ellos no podían ir, mientras que en el pueblo estábamos de vacaciones. La feria del pueblo daba por eso una extraña sensación de representación de la libertad. Sin colegio, sin Caseta del Labradores donde no pudiésemos entrar porque no éramos socios, con todos los cacharritos para nosotros, con niñas que hasta bailábamos con ellas los primeros bailes:

Maruzzella, Maruzzé,

tus ojos son de verde mar,

tus encantos imposibles de olvidar...

La feria de septiembre llegaba con el calendario veraniego de las Vírgenes. Si en el año estaban los tres jueves que relucían más que el sol, en el verano estaban las tres Vírgenes. La Virgen del Carmen, que era la Virgen de Julio y que la de la procesión marinera de las barquitas de Rota... La Virgen de los Reyes, que era la Virgen de Agosto, y que era la de la procesión de Sevilla, aquel año que nos trajeron desde el veraneo para que la viéramos salir, tan impresionante el olor de los nardos, el madrugón, los tambores de la Banda Soria, el himno, "a tus plantas se postra Sevilla..." Y estaba la Virgen de Septiembre, que era la de la feria del pueblo de la sierra donde nos llevaban porque tenía muy buen agua, muy buen pan y un aire muy sano. La Virgen de Guaditoca tenía un lunar en la cara, como mi hermana Fina, y estaba en el pueblo desde la primavera hasta finales de septiembre, que se la llevaban a la ermita. Ahora, porque antes no se le llevaban, nos decían, porque todavía estaban por la sierra los huidos de la guerra y no se atrevían a dejarla sola en la ermita, no la fueran a quemar otra vez, como la quemaron en el 36, que ésta era nueva, que la había hecho Antonio Illanes, la antigua era más bonita, y Doña Cándida, la que criaba periquitos en las jaulas coloniales del patio, hasta nos había enseñado una estampa antigua de la Virgen para que viéramos que la que quemaron los rojos era más bonita. Porque entonces todavía había rojos. En el decir de la gente y huidos en la sierra.

Mucho antes de que empezara la feria, la fiesta era ir por las tardes al Coso, a ver cómo la estaban montando. Eran días de rumores, de qué atracciones iban a venir:

--- Pues mi padre, que trabaja en el Ayuntamiento, me ha dicho que este año viene el Circo Arriola, y yo me he enterado que salen en el trapecio unas tías en cueros...

--- Que no, que el que viene es el Circo Alegría, el de todos los años, y ahí no salen tías en cueros, sino un mariquita bailando "El Antequerano", que es el mismo que antes ha estado rifando el bastón de caramelos...

Antes del enigmático circo iban llegando las casetas del tiro al blanco, los puestos de turrón: "Aquí están los legítimos productos de David Soto". David Soto era judío, de las Lumbreras, y no se ponía en las barracas de los demás turroneros, alquilaba un zaguán y allí vendía sus frutas escarchadas y la banderola, la misma que veíamos en la calle San Fernando cuando íbamos para la feria de Sevilla. Llegaban también los camiones que traían las atracciones grandes. Los güitomas, que se dividían en dos, los güitomas y los güitomitas chicos. Las carmelas, que se subía el tío renguinchado en la barra para pararlas. Las burras cachondas. En Sevilla era "la ola", pero en el pueblo, como no había colegio y estábamos ya medio picardeados, les decíamos "las burras cachondas..." Eran tardes de hombres con el torso desnudo, que hacían agujeros en el suelo, muchos agujeros en el suelo, donde iban poniendo los palos del alumbrado, que eran como los del Corpus de Sevilla. Por todo El Coso se iba levantando la feria. Ya ponen las lonas blancas en la estructura metálica de la Caseta de Arriba, que era como la del Círculo en El Prado, pero en miniatura. Ya están colocándole la barandilla de madera a la Caseta del Cebollino.

Por la carretera de Llerena llegaba un tropel de tratantes de ganado, porque todas aquellas ferias, aparte de la Virgen de Septiembre, eran todavía para celebrar el mercado de ganados. Llegaban las mulas, en cobra como cuando pisaban el grano en la era, amarradas con sogas por el cuello, ensortijadas en un laberinto de esparto que un mayoral manejaba con maestría. Detrás llevaban los muletos, como una página de "Platero y yo". Las yeguas llevaban un esquilón como el de los cabestros de la plaza de los toros... Levantaban todo el polvo de la carretera, camino de secretos corrales, los tratantes camino de la posada, donde no cabía un jergón más en aquellas noches. Noches que encendían los carburos de los turroneros cuando volvíamos al pueblo, que iban a dar las diez y con las diez iban a sonar las campanas del toque de ánimas, que era nuestro toque de queda. Y entre el polverío de las bestias, sobre un caballo, poderoso, altivo, el traje de pana negra, el sombrero negro de ala ancha, el oro de la leontina recorriéndole la orografía del chaleco sobre la silla, aquel que nos deslumbraba en las sombras de la noche cuando alguien anunciaba su llegada:

--- ¡ Que ya ha llegado de Azuaga el rey de los gitanos...!


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