Jueves, 2 de octubre de 1997
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Hay un nuevo deporte nacional. Podía parecer que es el balonmano, por Iñaki Urdangarín , o el golf, por Severiano Ballesteros , que dicen que en Valderrama ha asentado el espíritu europeo mucho más que con el Tratado de Roma. El deporte que ya empieza a practicar todo el mundo es una modalidad de nueva planta, quizá hasta olímpica, porque lo ha promovido quien fue nuestro abanderado en los Juegos de Barcelona y en torno a la Ciudad Condal ha surgido. Viene el deporte como anillo de desposada Cristina al dedo para la-ola-del-corazón-que-nos-invade. Desde lo alto de estas agujas góticas de la Catedral de Barcelona, los 600 millones de espectadores de reglamento nos contemplan por televisión, entre basura del Arny y flecos de la muerte de Diana.
A este nuevo deporte nacional tendría que ponerle Juan Antonio Samaranch marchamo olímpico. Tendrían que incluirlo en la Vía Digital, en la Vía Augusta o en la Vía Layetana. Es un deporte que muy bien podría dar hasta un presidente de club con gancho popular como Gil o Ruiz de Lopera. Porque el nuevo deporte nacional, señores, existe. Está siendo inventado en estas horas. Es casar, y cuanto antes, al Príncipe de Asturias. España ha cogido una perra nacional bastante importante con la soltería del heredero de la Corona. Todos nos hemos puesto medias azules, y andamos de casamenteros. Casamenteros del sector tatianista y casamenteros de la parte de Suecia, de todas y cada una de las casas reinantes. Mucho Liechtenstein y mucha Monarquía europea. Puede tratarse de otro milagro de Diana de Gales, que era una santa, pues todo el mundo ha descartado ya la idea igualitaria antes imperante, y ya nadie cree que lo más democrático sea que el Príncipe de Asturias se case con una dependienta del Cortinglés. Ahora vamos por las coronas del tirón. Por las profesionales, que aguantan, callan, tragan, lloran y no se van con un capitán guapetón o con moro. El que avisa no es traidor. A partir del sábado, el problema más importante de España será la soltería de Don Felipe de Borbón . Yo es que no duermo de preocupación...
