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Domingo, 3 de octubre de 1999

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Las maletas de Isabel Preysler

NO SE ESTILA. YA SÉ que no se estila que te pongas en el ojal jazmines para cenar la pizza que has pedido por teléfono. Lo canta María Dolores Pradera, porque es una limeña de tradición. Vamos quedando muy pocos limeños de tradición. Poquísimos. María Dolores Pradera canta en el equipo de música, y el escritorio se llena doblemente de jazmines. Sus limeños jazmines en el ojal, el cochero que la espera junto a la iglesia mayor, a trotecito lento, y estos jazmines que tengo ahora sobre la mesa, como cada día de luna llena, que manos femeninas me han puesto en un cuenco azul y blanco de cerámica granadina que trajo un día un dulce de Carnaval. Los jazmines siempre me devuelven a un tiempo antiguo. Huelen al cuarto de mi madre, las noches infantiles de miedo que me iba a dormir con ella. Los jazmines me llevan a veranos antiguos de pregones, coches de caballos, jipijapas y chaquetas blancas de hilo. Aquellos jazmines de la memoria, del puente a la alameda virreinal y que trasminan en la voz de esta María Dolores que se mueve igual que las olas que mecen a un galeón de la Carrera de Indias en el puerto de Veracruz. Y estos jazmines de mi mesa. Tienen pedigrí literario. ¿No presumen de perros que son primos, nietos, hermanos de un perro del Rey? Yo presumo de jazmín literario. Si las plantas tuvieran guías, como los caballos, la de estos jazmines sería una ejecutora poética. Un día, el escritor Joaquín Romero Murube plantó un jazmín en el Alcázar sevillano del que era conservador, siendo tan liberal: una contradicción. Visitaba el monumento un día otro escritor, José Andrés Vázquez, y se prendó de aquel jazmín que el poeta plantara, ya crecido en hermosura. Al día siguiente, en su chalecito de burguesía republicana, José Andrés Vázquez recibió una maceta y un billete: "Te mando un esqueje de mi jazmín del Alcázar", le ponía Romero Murube.

Aquel jazmín sobrevivió a Romero Murube, a José Andrés Vázquez. Sus flores son las que ahora trasminan mi escritorio, granadino cuenco del dulce de Carnaval. Porque una mañana, hace ya más de quince años, recibí también una maceta y una tarjeta. Me las mandaba Amelia, la hija de José Andrés Vázquez: "Este jazmín que te mando es un esqueje del que plantó mi padre, que le había mandado Romero Murube del Alcázar". Si hubiera inmemoriales de jazmines, éstos que huelen en la luna de otoño mientras escribo serían grandes de España, hijos y nietos de escritores. Por eso me los voy a poner en el ojal todas las semanas, absolutamente en contra de la moda. Ya sé que no se estila. Por eso mismo armaré estas moñas de jazmines, con la horquilla de una mujer amada. Jazmines políticamente incorrectos, socialmente en desuso. Como los equipajes buenos. Vamos a Madrid, tomamos las negras, útiles bolsas de vinilo marca Lucas, evangelio de los americanos viajeros, que compramos en Lexington Avenue, e Isabel mi mujer me dice:
-Hay que ver que tenemos ahí las maletas de Loewe y no las usamos nunca...

Nada más igualitario que los equipajes. Manuel Otero Luna, dueño de un histórico hotel que recibía Reyes de España y Príncipes de Gales, me dijo un día:
-Antes llegaba un cliente a recepción y con sólo mirar el equipaje sabías quién era. Ahora te llega el Príncipe de Asturias y viene con unos vaqueros y una bolsa de deportes...

Así he visto retratado a Don Felipe de Borbón entre los huéspedes ilustres del Hotel Monasterio, cuando va a las regatas de El Puerto de Santa María. Así vemos a herederos de todas las Coronas europeas llegar a los hoteles, con unos vaqueros y una bolsa, como soldados en permiso de fin de semana. Miro en el AVE, y los equipajes de Clase Club son exactamente igual que los de Turista. Miro cuanto van escupiendo entre traqueteos destrozones las cintas de equipajes de los aeropuertos, y los que salen con la etiqueta de Executive Class son idénticos a los de Coach. Los equipajes son ahora la pequeña muerte viajera que a todos nos iguala. Desapareció la Tercera en los trenes pero antes desapareció la Primera de los equipajes de marca. ¿Hay algo más igualitario que un carrito de equipajes de un aeropuerto? Antes tenías que llevar moneda extranjera cambiada para darla de propina al maletero que acudía con su carretilla al coche cama en la estación de París. Ahora tienes que llevar monedas para poder liberar al carrito de su prisión de peaje en el aeropuerto. Antes mimaban nuestras maletas, porque llevaban adhesivos con todo un mundo de amor y lujo en los hoteles: Danielli, Carlton, Warldorf, Ritz... Ahora las destrozan en cada vuelo, por eso nadie usa maletas caras.

A modo de jazmines en el ojal, como no tengo posición, una vez me compré un juego de maletas de Louis Vuitton. Verdaderamente falsas. Con el tejido de Vuitton perfectamente falsificado en Ubrique. Nos invitó Guillermo Luca de Tena a un viaje a Alemania y las llevamos, a la grande du monde. Total, si las rompían en el avión, poco habían costado. Venían con nosotros en aquel viaje los marqueses de Salvatierra. Cuando las descargaban en el hotel de Munich, las maletas daban el pego. Hasta el punto que dijo Guillermo:
-Esas maletas Vuitton serán naturalmente de los marqueses...

Le dije, mientras señalaba a Isabel:
-Pues, no, estás muy equivocado: son de los burgueses...

Nunca me sentí tan vencedor del tiempo igualitario que aquel día de Munich. Por eso admiro tanto la anual llegada de Isabel Preysler al aeropuerto de Málaga, cuando en todo su esplendor y gloria de fotógrafos inaugura el veraneo en Marbella. Por el carrito del aeropuerto que porta Isabel Preysler no ha pasado esta revolución social del equipaje igualitario. Otero Luna la reconocería por las maletas. Isabel Preysler lleva absolutamente todo su equipaje de Louis Vuitton. Y verdadero. No como el falso de Ubrique que nos compramos los decadentes burgueses de jazmines en el ojal para que lo destrocen en los aviones.


ABEL INFANZON "LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

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