La empinada calle del barrio de la Estación de Pozuelo de Alarcón, donde está la Ferretería León y el colegio Cluny, se llamaba entonces Francisco Franco. Ahora es avenida de Juan Pablo II. Allí está el convento de los Oblatos. De donde los milicianos sacaron hacia la muerte en 1936 a los Mártires que ahora recuerda la calle que rodea esta Casa del Escolasticado. De cómo habían cambiado las cosas en España en 1972 habla un dato: el 24 de junio, precisamente en ese mismo convento de los Mártires Oblatos, se reunía la dirección de las clandestinas, ilegales y rojísimas Comisiones Obreras, nacidas contra Franco en las minas de Asturias, que habían logrado infiltrarse en los Sindicatos Verticales del sonriente Pepe Solís y copaban los enlaces del ramo del Metal. Sindicato del que era alma un trabajador de la Perkins cuyo nombre se unía simbólicamente a la lucha por las libertades: Marcelino Camacho.
Y fue que en aquel mes de junio florido y deleitoso de Pozuelo se presentó en el convento de los Oblatos la Brigada Político Social y detuvo a la cúpula dirigente de Comisiones Obreras en pleno. Consigno sus nombres, pues muchos de los que cayeron en manos de La Social han caido en manos del olvido: Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, Miguel Ángel Zamora Antón, Pedro Santiesteban, Eduardo Saborido Galán, el cura obrero Francisco García Salve, Luis Fernández, Francisco Acosta, Juan Muñiz Zapico "Juanín" y Fernando Soto Martín. La dictadura iniciaba el sonado Proceso 1.001 contra el sindicalismo clandestino. De aquellos diez del Proceso 1.001, yo conocía a los tres sevillanos: Eduardo Saborido, Fernando Soto y Francisco Acosta. Al primero que conocí fue a Eduardo Saborido. De alumno en prácticas en ABC me encargaron la información de una asamblea que el día de San José Artesano (1º de Mayo fuera de España) celebraba la Hermandad Obrera de Acción Católica en el cine Emperador de Triana. Allí escuché por vez primera hablar a Saborido, ardorosamente ilusionado con sus ideales, un muchacho que se había hecho líder en la Escuela de Aprendices de la fábrica trianera de Hispano Aviación. Andábamos en el mismo barco y Soto, Zabordo y Acosta eran tres de los cuatro o todo lo más cuatrocientos gatos que nos oponíamos a la dictadura en Sevilla en tiempos de la Mesa Democrática que presidía Alfonso de Cossío, y en la que codo con codo andaban comunistas, carlistas, socialistas, liberales, democristianos y andalucistas.
Por esa relación en el común sueño de las libertades, vinieron a verme al periódico Carmen, la mujer de Saborido, y Luz María, la de Paquito Acosta. Era diciembre de 1973. Desde hacía más de un año, desde la "caída" (como decían los comunistas) en Pozuelo de la cúpula del 1.001, sus maridos estaban en Carabanchel. Se habían comido los ahorrillos familiares. Me pedían ayuda económica para coger el Talgo e ir a Madrid al juicio oral del Proceso 1001, donde juzgarían a Eduardo, Fernando y Paquito. Juicio que, con la de días que caben en 40 años de dictadura, fue señalado precisamente para el 20 de diciembre de 1973. A la misma hora casi en que la ETA asesinaba a Carrero Blanco en la calle Claudio Coello y había quien daba veinte mil duros por un agujero donde meterse, ofú, qué miedo.
A Soto, Saborido y Acosta, como al resto de los encartados del 1.001, los condenaron. Fuertes condenas: 20, 12, 17 años. La cumplieron en Carabanchel hasta que el Rey los indultó y los recibimos en Sevilla, en la estación de San Bernardo, como los héroes de la libertad que eran. Perdonad, Fernando, Eduardo, Paquito, que os recuerde a los 40 años del Juicio del 1.001. Leo las noticias de que vuestros nobles ideales han degenerado en un sindicalismo trincón, en el verticalismo de la mariscada, y pienso, Carmen, pienso, Luz María, que aquel Talgo del 1.001 en forma de sueño salió de Sevilla, ay, no hace 40, sino hace 1.001 años. Y que iba a la patria de las libertades, no al "no es esto, no es esto" de la gamba y del langostino.
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