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Casa de ABC de Sevilla,  10 de junio de 2014                 
                                
 
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Texto del artículo "El cartucho de Pepe Luis Vázquez", premio Manuel Ramírez 2014
Discurso de agradecimiento en la entrega del

VI Premio Periodìstico Taurino Manuel Ramírez

 
"Marchando pal teatro", decía; yo le respondía "Pista, que va el artista"; y en mi mesa de redactor-jefe en la vieja Redacción del ABC de la calle Cardenal Ilundain me entregaba los folios de una entrevista perfecta a su Curro Romero, o una crónica sentimental sobre su Betis de su alma, o sobre ambos a dos, sobre el Currobetis que acuñó Luis Carlos Peris y al que dio universalidad y curso legal. Hablo de un gran periodista de raza, de Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, a cuyo nombre, aparte de aquellas guardias en aquellas garitas del mejor periodismo, queda honrosamente unido el mío gracias a este premio de ABC, cuya generosa concesión agradezco a un jurado tan sevillano que estaba presidido por un nazareno del Silencio y patrocinado por un penitente de Los Estudiantes.

La zapatera del Niño de la Virgen de los Reyes me hubiera dicho como cuando me dieron el Cavia por un artículo sobre un real mozo llamado Don Felipe de Borbón que se embarcaba de guardiamarina en el "Juan Sebastián Elcano" y que desde un Cádiz virreinal de goletas del siglo XIX comenzaba su singladura hacia su proclamación como Rey de la España del siglo XXI. Evoco aquel Cavia, porque mi madre ahora, con el premio Manuel Ramírez, me hubiera dicho lo mismo: "Ea, hijo mío, ahora, unos poquitos de enemigos más". Porque cualquiera de estos enemigos, que los tengo y los cuido cada día en el artículo, porque a los enemigos hay que cuidarlos más que a los amigos... Cualquiera de esos enemigos me diría: "¿Tú, qué? ¿Que coleccionas premios del ABC donde dijiste que menos la primera comunión lo habías hecho todo? Ya tienes el Cavia, el Romero Murube, el Luca de Tena y ahora el Manuel Ramírez. Hijo, nada más que te falta el Mingote, y eso porque no dibujas..." No le pongas lìmites a la Divina Providencia, le contestaría a ese enemigo íntimo.

Y a vosotros, amigos, compañeros, lectores, toreros, ganaderos, aficionados, les diría que el premiado es un artículo que nunca me hubiera gustado escribir, por su necrológica materia, y que no tiene más mérito que sus circunstancias de trastos y avíos. Como en Baviera hay aún paladar y el de la Ascensión es fiesta y uno de los tres jueves que hay en el año que relucen más que el sol del tendido 12 en la corrida del día de la Virgen de los Reyes, estaba yo el año pasado abueleando en Munich durante ese puente de vacaciones de los nietos. Y por el teletipo de los crisantemos recibí una triste nueva, enviada por un gran amigo y mejor sevillano y afincado, del excelentísimo tabernero don Rogelio Gómez, "Trifón" en los carteles del lomo en manteca. Decía su SMS: "Pepe Luis Vázquez ha muerto". Yo me había ido a Munich con los deberes hechos y los artículos entregados, y sin ordenador ni recado de escribir. Pero no podía dejar ni a Pepe Luis sin recuerdo ni a mis lectores sin gorigori por el Sócrates de San Bernardo, que me demostró ser amigo cierto en las más inciertas horas de mi carrera profesional y de quien recibí las mejores lecciones, las últimas cuando ya no era Sócrates de San Bernardo, sino ciego y sabio Homero de Nervión junto al amor y la compaña de Mercedes Silva, con quien echamos una inolvidable tarde junto con Curro Romero.

Y en aquella tierra más germana que los Moéckeles del Baratillo, me dije al saber de la muerte de Pepe Luis: ¿Y cómo escribo yo ahora de Pepe Luis aquí en Munich, Dios mío de mi alma, si el San Bernardo más cercano es la raza de esos perros que llevan en el cuello una Casa Morales ambulante para darles peñascaró cuando los encuentren a los que se han desnortado por estas nieves de los Alpes bávaros? Sin ordenador, bajé a buscar uno desde mi cuarto del hotel donde me visto cuando toreo en Baviera. Y hallélo en una antigua cabina telefónica del Kempinski de la Maximilianstrasse, tuneada como terminal de Internet. Y allí empezó mi tortura, porque había, en efecto, un ordenador, pero con el sistema operativo y el procesador de textos... ¡en alemán! ¿Cómo se dice "abrir archivo", cómo "guardar" en alemán? A tientas casi, abrí como pude un archivo de Word y me puse a teclear. Pero el puñetero teclado era también alemán el joío, y donde nosotros tenemos la Y griega el muy mamón tenía la Z, y viceversa. De modo que cuando escribía el glorioso "Vázquez" del apellido de Pepe Luis, me salía "Vayquey", que suena a playa de aquella Cuba que también enamoró a Manolo Ramírez, ¿verdad, Concha, te acuerdas del vídeo de "Lágrimas Negras" en Trinidad? Eso, la Y y la Z. Por no hablar de la Ñ de España. Aunque católicos y con el día de la Ascensión como festivo, los alemanes tienen tan mal gusto que no conocen la eñe, por lo que tuve que poner dos enes cada vez que tenía que aparecer la letra de España, que por eso lleva en su pelo una moña de jazmines.

Ese es el único mérito de este artículo, no otro: estar escrito con sentimiento del Arenal de la plaza de los toros a pesar de las nuevas tecnologías alemanas y de la leche que mamaron. Digo ahora como Ignacio Ezpeleta cuando homenajeaban en Cádiz al aviador Ramón Franco tras la hazaña del "Plus Ultra". Invitaron a Ignacio a que se uniera a los discursos del homenaje al aviador y dijo: "Sí, este hombre ha tenido un gran mérito, cruzar la mar hasta Buenos Aires en un aeroplano casi sin gasolina. Ahora, que mérito, mérito, lo que se dice mérito, el de mi compadre Agustín el Melu, que el otro día tuvo que llevar hasta San Fernando treinta y siete gallinas por la carretera, las llevó...¡y no se le perdió ni una!".

El mérito, pues, es haber encontrado papel de pescado de la freiduría de la calle de la Mar en Munich, para dejar escrito sobre él, con un teclado infernal y un procesador de texto para matarlo, la gloria imperecedera del toreo según Sevilla, que se llamaba, se llama y se llamará Pepe Luis Vázquez. Y como me gustan las cosas facilitas, pues encima lo escribí en versos alejandrinos. Y no debió de salirme muy malamente, cuando me lo han premiado estos señores con su generosidad. Al cabo del tiempo, no me gusta el título, aunque fue el pretexto para sacar de ese cartucho de pescao toda la verdad de la Sevilla de Pepe Luis. O toda la verdad de su toreo según Sevilla, el que viene de José y Juan, pasa por Chicuelo, culmina en Pepe Luis y Curro acerca a nuestros días de sede vacante. Creo que el cartucho de pescao fue el gran enemigo de Pepe Luis; la anécdota que nos impide ver su gran categoría en la profundidad de su toreo. Se cita el cartucho de Pepe Luis y se habla del tópico de la gracia del toreo según Sevilla. Pero no se dice, y lo proclamo ahora, y mi querido Faraón, su legítimo heredero directo, no me dejará por embustero, que sin técnica no hay gracia posible; sin unos buenos cimientos no se puede construir el kikirikí de un arco lobulado o el pase de la firma de una columna solomónica. Metieron muchos dentro del cartucho de pescao a todo Pepe Luis, y se olvidaron del lirismo de su capote, del poderío de su muleta, de su conocimiento y dominio de los terrenos y de los toros, cuando las figuras, en vez de dar comunicados, mataban camadas enteras de Miura, y en vez de anunciar relojes, los paraban con el temple de sus muñecas. Por eso digo que el cartucho de pescao fue el gran enemigo de Pepe Luis, por más que ahora lo veamos perpetuado en bronce frente a la plaza del Arenal.

Y como aquel humorístico cantaor Pepe el Limpio decía en su fandango: "Yo no digo que mi barca/sea la mejor del puerto/pero a mí me da el avío..." Así digo: yo no digo que el cartucho de pescao refleje la grandeza y hondura de la suprema gracia de Pepe Luis, pero a me dio el avío para simbolizar nada menos que la Sevilla del gran torero que se nos había ido y de cuya muerte me informó Trifón por el currista teletipo de las amapolas, que se había puesto de negro luto como SMS de los crisantemos, igual que la Esperanza estrenó lágrimas de verdad cuando lo de José en la Talavera que también se nos llevó a Manuel.

Y así fue, pegándole doblones por bajo a un teclado alemán y a la suerte contraria de un sistema operativo infernal, fue cuando tecleé aquel poema en alejandrinos que terminaba diciendo:

"En ese tu cartucho, Pepe Luis, van pregones de arropía y maceta, con olores de albahaca, y van, naturalmente, esas cuatro azucenas que coronan la torre que llamamos Giralda y que lleva el pandero como tú la muleta, cuando citas los vientos desde lejos y vienen, a beberse sus pliegues, pues te saben perfecto, que el arte de Sevilla es la torre más fuerte, la gracia más profunda, más honda, que se asienta en el conocimiento que tienes de los toros, desde niño, que entonces ya supo aquel añojo que te embistió en el patio del Viejo Matadero que estaba inaugurando la gracia de Sevilla, que ahora se le ha muerto a un mayo entristecido que llora en sus magnolias y en jacarandas llora."

Y Sanseacabó, que dice el heredero de Pepe Luis.

Texto del artículo "El cartucho de Pepe Luis Vázquez", premio Manuel Ramírez 2014

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