| El Mundo,
             lunes 18 de mayo  de 1998
 Dictadores
            de pañuelos verdesFermín Bohórquez, Andy Cartagena y Hermoso de
            Mendoza salen a hombros de Las VentasYo era
            de los ilusos que esperaban que Aznar iba a hacer la anunciada regeneración democrática
            y nos hemos quedado con las ganas, viendo cómo los del capullo se fueron de rositas. Me
            cabe, empero, el consuelo de que por lo menos nos ha quitado de encima a dos dictadores
            que cada mes de mayo se nos colaban en la salita desde el televisor. No me ocurre como a
            la Reina ni como al Príncipe de Asturias: soy aficionado a los toros, ¿pasa algo? Tuve
            que tragar y, como tantos, me apunté al canal del librero de texto para poder ver las
            corridas de San Isidro. Y, como tantos aficionados, he sufrido durante las últimas
            temporadas la dictadura taurina de un lengua brava y un matador retirado, que cada tarde
            nos decían lo que es y lo que no debe ser. Mientras el uno pontificaba, el otro, sombra
            de sí mismo, era su eco: "Sí, se acuesta por el izquierdo; sí, va de más a
            menos..." Qué daño le han hecho estos dos señores a la fiesta nacional... Durante
            las temporadas que han tenido por el mango la sartén de acuñar triunfos, han puesto como
            ejemplo a España entera a lo peor de la afición de Madrid, al sector pañuelos verdes, a
            esos 10.000 especialistas en Traumatología Veterinaria que cada día llegan al coso de
            Las Ventas del Espíritu Santo con el único fin de diagnosticar que todo cuatreño que
            sale por los chiqueros, si no es cojo, poco le falta. 
            Yendo con mi puesto de turrón
            por las ferias de España siguiendo a toreros queridos, comprobé el daño que los dos
            dictadores habían hecho a la fiesta. En plazas antaño respetuosas, surgían pañuelos
            verdes, al madrileño modo. En sitios donde no se devolvía ni un burriciego reparado de
            la vista, todo toro era cojo. Figuritas sin interés llegaban puestas en dinero por la
            vaselina que les habían dado en el canal del librero. No se ha dicho, pero el felipismo,
            que todo lo enfangó, también llegó a la fiesta nacional, representado por estos dos
            telerrevisteros. A los que, gracias a
            Dios, han quitado de enmedio. Uno de los mayores placeres que he tenido en los últimos
            años ha sido llamar donde el librero para decirles que se llevaran el cacharrito
            descodificador, que me iba con los toros a otra parte. Otra parte donde los aficionados
            que no somos abonados a la primera plaza del mundo ni pertenecemos a la mejor afición del
            universo comprobamos cómo hay dos señores responsables que, tarde tras tarde, están
            desmontando con argumentos de peso la mitificaciòn de lo peor del publico de Las Ventas
            como modelo a seguir en el resto de España. Lo que antes se aplaudía y se jaleaba,
            ahora, como es natural, se censura. Me parece que a la retransmisión de las corridas de
            San Isidro ha llegado algo que faltaba, cual era el pundonor taurino. Roberto Domínguez
            no es el eco patético de un locutor, sino un torero que sabe tratar a los compañeros con
            algo consustancial del oficio: respeto. Me pareció siempre patético que un torero
            retirado trincara por poner verdes a los muchachos que acaban de tomar la alternativa y
            que van a por todas. Esto no hay que explicárselo a Roberto Domínguez. Habla con el
            respeto que los aficionados queremos que los toreros hablen de sus compañeros, el que se
            merece todo el que está allí abajo, en el sitio o fuera de cacho, pero delante de
            aquello con esas perchas que les gustan a los de los pañuelos verdes. Yo, que creí que
            Aznar iba a terminar con mucha mierda de la vida nacional, compruebo que al menos ha
            terminado con la antañona mierda de los propagandistas televisivos de los pañuelos
            verdes.
 
              
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