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En
estas tardes de julio, cuando le están poniendo al puente las
banderitas gitanas, la mareíta del anochecer tarda en saltar.
Días de calurosas siestas con viento Sur. Mañanas del levante
al que en la Vega llaman solano, un viento hecho a la medida de
las chicharras. En estas tardes veraniegas de levante, como en
las húmedas mañanas decembrinas de surestada con todas las
lluvias, no le preguntes al sevillano por los vientos. El
sevillano es quizá quien más sabe de lluvias y calores, pero
menos de vientos. ¿Cuál es el viento dominante en Sevilla? Ni
se le ocurra preguntarlo. Lo del Suroeste lo saben sólo los
meteorólogos. Porque aunque tenga una veleta como símbolo, la
Giralda, Sevilla es la ciudad que menos sabe de vientos del
mundo. Quizá por eso hay tantas veletas, por lo poquito que
sabemos de vientos. Hasta catálogos de veletas hay editados, en
hermosos libros: la veleta del soldado con bayoneta calada de la
Fábrica de Artillería, la veleta del cuervo en la parroquia de
San Vicente, las cuatro veletas gemelas de los pináculos de la
Casa Lonja... El sevillano, para saber de dónde sopla el
viento, tiene que mirar a la veleta. Y a menudo no lo hace para
saber de vientos, que los desprecia, sino para saber de aguas
que van a caer o se van a alejar. Todo el mundo sabe lo que va a
ocurrir con los nubarrones cuando la Giralda mira para Triana.
Nadie qué viento sopla cuando mira para la calle Oriente.
A una hora de autopista
de Sevilla está, por el contrario, la ciudad de mundo que más
sabe de vientos: Cádiz. Dicen que Cádiz está en medio del
mar, como un barco varado de cierros blancos y zócalos de
piedras ostioneras. Eso dicen. Para mí que está en medio de
los vientos. Dicen que su fundador mitológico, como el de
Sevilla, es Hércules. Para mí que es hija de Eolo, por cómo
sus vecinos saben de vientos. Los oyes por la calle, parados en
una esquina, y hablan de vientos. Como la buena educación
británica obliga a hablar del tiempo, la cabal cuna gaditana
exige hablar de vientos antes que de nada cuando te encuentras
por la calle con un amigo o con un conocido:
-- Vaya levantazo...
-- Por cómo se movían
las palmeras del Parque Genovés, yo creo que ya mismito va a
saltar el poniente.
-- Sí, parece que se
están empezando a pelear...
Y narran peleas de
vientos, como novios que se disputan a Cádiz, mujer amada.
Leyendas de las que por experiencia se sabe siempre el final: al
levante sólo le puede vencer el poniente en estas peleas de los
vientos. Ese levante que si entra en jueves todo el mundo sabe
exactamente cuánto dura, o cuándo se va si salta con marea
vacía. Por eso en Cádiz no hay apenas veletas. Cada vecino
lleva una veleta en la sensibilidad de su piel. Sale a la calle
y nada más que le da el aire, exclama:
-- ¡Vaya ponientazo!
En estas tardes de
julio de Sevilla, gaditaneo con mi portero, también un
enamorado de la Madre de Todos los Vientos:
-- Vaya levante...
-- Y como hoy es
jueves, pues calcule usted hasta cuándo lo vamos a tener...
Y, gaditanos traídos
aquí por los vientos, ninguno de los dos tiene que mirar más
Giralda que la exacta veleta de la memoria de una mar
contemplada por la cal y los estucos de los miradores.
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