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Frente
al terrorismo, unidad, cierto. Indudablemente. Aquí, gracias a
Dios, y a ese Gran Poder que no estaba lejos incluso ni
físicamente del lugar donde detuvieron a los asesinos, no
estamos en el Norte, donde el simple lema de una pancarta hace
que cada partido tire por su lado. Pero unidad no es unanimidad
tragona, ni el dedo en la boca. Tras la
madrugada de la colaboración ciudadana, Sevilla volvió a
dar el ejemplo de su presencia en la hermosa bulla de la Plaza
Nueva, con nuestro lenguaje. Cada ciudad andaluza tiene sus
formas de expresión y Sevilla habla con la voz colectiva de sus
bullas, civiles o religiosas. Pero en la impresionante
concentración de la Plaza Nueva echamos algo de menos y algo de
más.
De más echamos el horterísimo lazo negro, en
plan Sida, que plantificaron sobre el sobrio y elegante
repostero con las armas de la ciudad con que estaba colgado el
balcón principal del Ayuntamiento. El luto de Sevilla siempre
se expresó en nuestro sentido de la medida con la bandera a
media asta. Si hay una bandera a media asta, sobran los lazos.
En el mejor de los casos, un simple crespón negro en la
colgadura del balcón, pero no una pieza entera de tela negra de
Los Caminos, so catetos.
Eso, lo de más. Y lo de menos, la voz de una
locutora famosa, de un actor, de un profesional destacado, de
alguien representativo de la sociedad, no de la clase política,
para leer el manifiesto. Es lo que se hace en todas partes, que
cuando se trata de una movilización ciudadana ningún político
osa apuntarse el protagonismo de la lectura. ¿Qué hacía el
alcalde leyendo el manifiesto, aparte de buscar protagonismo a
costa del pobre de Antonio
Cariñanos? Ese manifiesto tenía que haberlo leído alguna
de las voces que tan generosamente cuidó el coronel de la
eterna sonrisa tras una corbata de lazo. Las que saben de la
humanidad del médico de la clínica Virgen de Aránzazu, donde
me parece que el alcalde no puso un pie en su vida.
Ese manifiesto tenía que haberlo leído, por
ejemplo, Cristina Hoyos, que tiene más que reconocido el valor
civil de dar la cara públicamente por su sentimiento de
libertad y de democracia. Pero, claro, si el manifiesto lo
hubieran leído Cristina
Hoyos, o Matilde Coral, o Paco Valladares, o
Juan Peña El Lebrijano, el alcalde no habría podido lucirse en
el primer plano televisivo de las retransmisiones en directo,
con esos dos tíos impresentables que estaban detrás de él
mascando chicle. ¿Quiénes eran esos dos tíos, Dios mío de mi
alma, del chicle en momento tan solemne?
Y hablando de lazos negros y de lutos, tenían
que haberse buscado otro negro para escribir el manifiesto.
Porque no hemos oído texto más desangelado y menos
emocionante. Cuidado que lo aplaudió poco la gente, con lo
predispuesta a la emoción que estaba la bulla... Y qué texto
más mezquino, sí, mezquino, con la bendita memoria de Antonio
Cariñanos. Una sola vez, y muy al final, fue citado su nombre.
Y hablando de la tumba de Antonio
Cariñanos... Señores de Aviación, excelentísimo señor
teniente general González Gallarza: guarden para mejor ocasión
la tierra del honor del panteón de los héroes de las Gloriosas
Alas de España en el cementerio de San Fernando. Si nuestro
coronel no dio su vida de militar por España en acto de
servicio a la sociedad, que venga su Cachorro y lo vea.
Sobre el asesinato de
Antonio Muñoz Cariñanos, en El RedCuadro:
"Un militar de
puertas abiertas"
"El coronel de la corbata de lazo"
"Otra
Madrugá"
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de artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
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