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El Recuadro

 Antonio Burgos
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El Mundo,  lunes 30 de julio del 2001

     ¿QUIÉN HACE ESTO?      


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ron para Machín 

Los cubanos se acuerdan de Antonio Machín. Ahora. Viejas trovas y nuevos sones en gira recaudatoria van cada año como haciendo el camino de Santiago, de Santiago de Cuba, hasta su tumba del angelito de mármol negro del cementerio de Sevilla. Sobre ella asperjen, como en rito de santería, una botella de ron añejo, quizá con la Giraldilla habanera su etiqueta. Ahora.

Ahora es muy fácil reconocer la cubanidad de Machín, cuando la dictadura musical de Castro ha amnistiado al bolero, la guaracha, el guaguancó, el danzón o el son de su originaria maldición de músicas burguesas que había que borrar de la memoria del pueblo tras el triunfo de la revolución. Castro pudo con muchas cosas, menos con la memoria de las maracas de Machín. En los años de la demagogia revolucionaria de la gran zafra, mandó al Olympia de París a Carlos Puebla y Los Tradicionales, los primeros soneros que llevaron dólares a Cuba al regreso de su gira. Los progres de toda Europa vieron que Castro había perdonado al son de su estigma burgués, del mismo modo que Serrat empezaba en la época a absolver a Concha Piquer del pecado original de franquismo. En los pisos de porro y póster del Che sonaban los discos de Carlos Puebla, pero en verdad querían oír el son de la loma. Mas no había forma saber de dónde son los cantantes. No eran revolucionarios. Carlos Puebla era un sucedáneo rojo de Beny Moré, de Joselito Fernández, de Miguel Matamoros. O de Machín.

Que murió en 1977 sin conocer este esplendor del son, solo, abandonado, en la España que había elegido como patria cuando estaba en París en 1939 y se empezaba a oír el compás del paso de la oca del Tercer Reich. Machín fue un eterno fugitivo. Con Don Azpiazu, triunfó en La Habana del Casino Nacional, fue el primer negrazo que cantó en aquel garito de terratenientes nacionales y gánsteres de importación, pero se fue a Nueva York. Triunfó en el Nueva York del Cuarteto Machín y sus 300 canciones grabadas tras el cucurucho de "El manisero", pero se fue a Francia. Triunfó en Europa, pero buscó la tranquilidad y el amor en Sevilla, donde su hermano era plomero desde la Exposición Iberoamericana de 1929. Aquí, Machín no pasaba del disco del oyente de "Madrecita del alma querida", despreciado su arte, porque el son no estaba de moda. Allí, en su Cuba de Sagua La Grande, el castrismo ignoró a aquel mulatón hijo de gallego que quiso ser cantante de ópera en una época en que despreciaban su color.

Ahora dicen que Machín fue el primer bolerista cubano. ¿Cubano? Es muy fácil que ahora los soneros del régimen proclamen su cubanidad, con ron sobre su tumba. A buenas horas... Cuando vivía, sobre las maracas de Machín florecieron las dos españolísimas gardenias del olvido. La gloria de Machín se la ha ingresado en su cuenta Compay Segundo.

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