|
Los
cubanos se acuerdan de Antonio Machín.
Ahora. Viejas trovas y nuevos sones en gira recaudatoria van
cada año como haciendo el camino de Santiago, de Santiago de
Cuba, hasta su tumba del angelito de mármol negro del
cementerio de Sevilla. Sobre ella asperjen, como en rito de
santería, una botella de ron añejo, quizá con la Giraldilla
habanera su etiqueta. Ahora.
Ahora es muy fácil reconocer la cubanidad de Machín, cuando
la dictadura musical de Castro ha amnistiado al bolero, la
guaracha, el guaguancó, el danzón o el son de su originaria
maldición de músicas burguesas que había que borrar de la
memoria del pueblo tras el triunfo de la revolución. Castro
pudo con muchas cosas, menos con la memoria de las maracas de
Machín. En los años de la demagogia revolucionaria de la gran
zafra, mandó al Olympia de París a Carlos Puebla
y Los Tradicionales, los primeros soneros que llevaron
dólares a Cuba al regreso de su gira. Los progres de toda
Europa vieron que Castro había perdonado al son de su estigma
burgués, del mismo modo que Serrat empezaba en la época a
absolver a Concha
Piquer del pecado original de franquismo. En los pisos de
porro y póster del Che sonaban los discos de Carlos Puebla,
pero en verdad querían oír el son de la loma. Mas no había
forma saber de dónde son los cantantes. No eran
revolucionarios. Carlos Puebla era un sucedáneo rojo de Beny
Moré, de Joselito Fernández, de Miguel Matamoros. O de
Machín.
Que murió en 1977 sin conocer este esplendor del son, solo,
abandonado, en la España que había elegido como patria cuando
estaba en París en 1939 y se empezaba a oír el compás del
paso de la oca del Tercer Reich. Machín fue un eterno fugitivo.
Con Don Azpiazu, triunfó en La Habana del Casino Nacional, fue
el primer negrazo que cantó en aquel garito de terratenientes
nacionales y gánsteres de importación, pero se fue a Nueva
York. Triunfó en el Nueva York del Cuarteto Machín y sus 300
canciones grabadas tras el cucurucho de "El manisero",
pero se fue a Francia. Triunfó en Europa, pero buscó la
tranquilidad y el amor en Sevilla, donde su hermano era plomero
desde la Exposición Iberoamericana de 1929. Aquí, Machín no
pasaba del disco del oyente de "Madrecita del alma
querida", despreciado su arte, porque el son no estaba de
moda. Allí, en su Cuba de Sagua La Grande, el castrismo ignoró
a aquel mulatón hijo de gallego que quiso ser cantante de
ópera en una época en que despreciaban su color.
Ahora dicen que Machín fue el primer bolerista cubano.
¿Cubano? Es muy fácil que ahora los soneros del régimen
proclamen su cubanidad, con ron sobre su tumba. A buenas
horas... Cuando vivía, sobre las maracas de Machín florecieron
las dos españolísimas gardenias del olvido. La gloria de
Machín se la ha ingresado en su cuenta Compay Segundo.
Hemeroteca de
artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Libros
de Antonio Burgos publicados por Editorial Planeta -
|