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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo de Andalucía, jueves 20 de marzo del 2003

  ¿QUIÉN HACE ESTO?    Abel Infanzón de hoynewchico.gif (899 bytes) 


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Envidia de Valencia 

Hay muchas formas de medir el desarrollo de una ciudad: el PIB, la renta per capita, el consumo de kilowatios-hora o de cemento por habitante...

-- Pues si es por cemento, viendo la dureza de algunas caras, aquí debemos de tener un índice de consumo de cemento y, por tanto, de desarrollo que ni Suecia y Japón juntas...

Hay otros índices, que no vienen en los manuales de Economía, pero que son como una gramática parda de la sociología urbana: si queréis ver por vosotros mismos el grado de desarrollo de una ciudad y de una sociedad, visitad sus plazas de abasto e id a sus aeropuertos. Yendo a la plaza de abasto de una ciudad se hace una primera comprobación importantísima: si son unos guarros tercermundistas o más limpios que los chorros del oro. Nada más oler una plaza de abasto se sabe dónde estamos. Y luego, basta fachear lo que se compra y se vende en los puestos, si la cosa va de chopepor o de cinco jotas, de gandinga o de chuletón de Avila, de jureles o de merluzas de pincho.

Y los aeropuertos. Tú vas a un aeropuerto, miras el trasiego que tiene aquello, le echas un vistazo a la pizarra electrónica de llegadas y de salidas y sabes inmediatamente cómo anda aquello de actividad económica. Incluso por el tipo de gente que veas en el aeropuerto. Si ves un aeropuerto lleno de soldados, de monjas y de tíos con pinta de campo y con muchas bolsas de plástico, malo. Si, por el contrario, ves aquello empetado de ejecutivos con el maletín y de señoras imponentes con siete carros de equipaje legítimo de Louis Vuitton, pues no quiero ni contarte de lo ricos que son.

Acabo de ver los vuelos que ofrece Valencia en su aeropuerto de Valencia y, comparándolos con los sevillanos de San Pablo, se me ha caído el alma a los pies. Valencia, que quedó de cuarterona cuando la Expo, que parecía que en España no había más ciudades que Madrid, Barcelona y Sevilla, está ahora donde tiene que estar, asentada en su tercer lugar demográfico y económico. Su aeropuerto lo canta. A pesar del 11-S y de Irak, el aeropuerto de Manises doblará a partir de abril sus conexiones con el centro de Europa con el incremento de vuelos a Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia. También se abrirán nuevos destinos a países como Túnez, Turquía y Egipto, y saldrán vuelos semanales a Praga y Budapest. Valencia tiene tres vuelos diarios a París y cuatro a Londres; tres vuelos diarios a Milán y tres semanales a Venecia; tres diarios a Alemania; dos diarios a Lisboa. En cuanto a la Seis, mantiene los vuelos con Suiza que suprimió en Sevilla. Y a pesar del tren de alta velocidad, cada lunes y cada martes salen desde Manises 18 aviones con destino a Madrid.

Y eso que Valencia no tiene la Giralda, la Catedral, el Alcázar, la Feria, la Semana Santa, el Rocío, las tapas, las copas, los toros y los hoteles con encanto. O quizá precisamente por eso. Porque Valencia se ha dejado de cuentos de tocarle los huevos de oro a las gallinas del turismo y, a pesar de tener la Ciudad de las Ciencias y de todas sus islas mágicas, sigue siendo la capital de una región que no ha abandonado su economía agraria e industrial. Valencia produce, no consume y distribuye, que es nuestro modelo económico. Y eso se traduce en la actividad de su aeropuerto, como nuestro modelo de las mil y una noches se ve en la decadencia de San Pablo. Cada vez que considero cómo está Valencia, me da envidia. Por si faltara algo, frente a esta empresa sevillana de los toros que se precia de hacer carteles copiados de San Isidro, Ruedo Valenciano, la empresa de allí, aparte de fomentar la cantera de los toreros de la tierra, ha puesto a Curro Romero como presidente de honor de la sociedad. Aquí a Curro lo ponemos en un monumento, para que le hagan fotos los turistas de mugre y mochila que no se gastan un duro y encima arrancan todas las matas de romero del pie de la escultura.

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