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No
sé si en La Habana o en Venecia, o quizá en Pamplona, pero
desde luego en un ciudad amada por Hemingway dicen que hay un
bar con este letrero: "Don Ernesto jamás entró aquí a
tomarse una copa". En un restaurante hispano de Nueva York
vi que en vez de tener las paredes decoradas con las habituales
fotos de los clientes famosos que habían comido allí,
entendían la singularidad por el lado contrario. Y todo un
testero estaba ocupado por un cartel que decía: "Ninguno
de estos señores son clientes nuestros, usted es mucho más
importante". Y debajo, pues las fotos habituales de
Silvester Stallone, Liza Minelli, Frank Sinatra y Luciano
Pavarotti, que allí comprendí su obesidad. Delgado veo a
Pavarotti, si está todo el día comiendo en la calle, a juzgar
porque no hay restaurante de Nueva York, de París, de Londres o
de Viena donde no haya una foto suya, dedicada tras un almuerzo
a lo Heliogábalo.
Si yo fuera alcalde de un
pueblo, igual que otros ponen a la entrada el letrero de
"municipio no nuclear", mandaba colocar un cartelón
que dijera: "La Biosfera no ha reservado aquí nada, porque
este pueblo no es Patrimonio de la Humanidad, ni Conjunto
Monumental, ni Parque Natural, ni nada de nada; nos basta con su
hermosura". Eso será dentro de poco lo singular y
excepcional. Editarán guías secretas con itinerarios
complicadísimos, con los que podamos recorrer al menos veinte
kilómetros por España sin encontrarnos con un Bien de Interés
Cultural, una ciudad de la Lista del Patrimonio Mundial, un
paraje protegido. Ayer no más, de una tacada, la Unesco nos
agració con cinco parajes más, cinco, incluidos en la Reserva
de la Biosfera. Es dificilísimo pensar en una ciudad que no sea
Patrimonio de la Humanidad, o toda ella, o un monumento, o un
barrio, o un sitio arqueológico. De Cuenca a San Cristóbal de
la Laguna, de Ibiza a Guadalupe, deben de ser ya sólo dos o
tres kilómetros cuadrados de suelo patrio los aún no
declarados Patrimonio de la Humanidad.
Estas distinciones tenían
interés cuando eran contadas. Ahora lo singular es lo
contrario: que la Unesco no se haya fijado para nada en esa
belleza. Gracias a Dios, la puesta de sol en la Caleta de Cádiz
aún no es Patrimonio de la Humanidad y la Biosfera no ha
reservado allí nada. Ni una entrada de gallinero. Así nos
libramos de momento de que aquello se nos ponga insoportable de
turistas alemanes en calzones cortos, echando fotos a la mar
donde don Manuel de Falla escuchaba la música secreta del
crujido del sol echando su moneda de oro en la alcancía de las
olas.
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