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Al
pie de la nueva torre almenara de Matalascañas, trasunto de la
histórica Piedra de la Colá de la Higuera, hay un letrero que
dice que el término municipal de Almonte tiene 44 kilómetros
de playa. No me he equivocado. Repetición de la jugada: 44
kilómetros de playa, que ya son kilómetros. Eso es medio
litoral del País Vasco. Si Ibarreche, en vez de boina, tuviera
almonteño pañuelo de yerbas en la nuca, debajo de la gorra
marismeña, ya me dirán ustedes lo que iba a tardar en
proclamar Estado Libre Asociado a Almonte... y en nombrar
embajador en Bollullos. Desde Santurce a Bilbao, tú te pones a
andar 44 kilómetros por toda la orilla y te sales del País
Vasco. En la Playa de Almonte, te pones en La Piedra y puedes
estar andando ocho horas por la playa, que no sales del término
municipal, ya tires hacia Zalabar, Malandar y Bajoguía, ya
hacia la Torre del Loro.
Pero el Hijo de la Blanca
Paloma tuvo en la Creación muy mala puntería a la hora de
ponerle a Almonte esos 44 kilómetros de playa. Los más
desaprovechados turísticamente de España. Para el medio
ambiente son una maravilla de duna y pinar; para los bañistas,
un paraíso prohibido. Lo que no es Coto de Doñana es Parque
Natural. Y lo que no es Parque es Preparque o Postparque. Queda
como playa propiamente dicha, como La Playa por antonomasia, ese
triángulo llamado Matalascañas, que en verdad es Torre de la
Higuera, Caño Guerrero y Matalascañas. Que fue un horror
especulativo cometido en tiempos de la dictadura, con Fraga
Iribarne de ministro de Información y Turismo. Si Los Remedios
pasa como el ejemplo de lo que no se debe hacer en Urbanismo, la
Playa de Almonte (que así debemos llamarla) debe pasar por lo
que no se debe hacer en materia de Medio Ambiente. Bajo ningún
concepto. Entre el Coto y el mar pusieron una barrera de
cemento. Con el agravante de que lo que iba a ser un refinado y
selectivo Sotogrande para uso de suizos y alemanes devino en
masificado Benidorm para sevillanos. El nuevo campo de golf es
como un homenaje a lo que pudo haber sido y no fue la Playa de
Almonte. Lo demás es cemento: chalés amazacotados en 50 metros
cuadrados de parcela, tiras acolmenadas de adosados,
apartamentos a todo trapo colgado en la terraza. Y un laberinto
circulatorio, donde no hay forma de ir del supermercado Más a
la vieja librería Cernuda sin pasar poco menos que por Los
Guayules, dando unos rodeos enormes por la SE-30 a la almonteña
que es la Carretera Norte.
En una playa con tanta
densificación y tanta imprevisión urbanística, la movida
nocturna y sus efectos son un grave problema, cierto. Pero no el
mayor. El mayor problema de la Playa de Almonte es la playa
misma. Es para que le encarguen un estudio urbanístico de
viabilidad a Rafael el Guerra y dictamine que lo que no puede
ser, no puede ser, y además es imposible. Y todo, por la
dictadura del Coto. Los veraneantes actuales de la Playa de
Almonte están pagando el pecado de Fraga Iribarne al consentir
la urbanización turística y desarrollista de parte del Coto de
Doñana. La mejor playa de Andalucía está supeditada al lince
y al águila real, con una carretera-desfiladero que es un
matadero de criaturas. Y no es que yo tenga nada en contra del
lince, pero sí lo tengo a favor de la vida humana y del honrado
pequeño empresario de Pilas que con muchas fatiguitas se
compró su parcela y se hizo su chalecito en la Playa por
antonomasia y que ahora paga el pato de los patos. De los patos,
de las garzas, de los flamencos y de la leche que mamó Playas
del Coto de Doñana S.A., aquella empresa especuladora del
franquismo que se quitó de enmedio y le largó a Almonte el
mochuelo de un desastre urbanístico estrictamente ingobernable.
(Mochuelo protegido del Coto de Doñana, naturalmente.)
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