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Lectores
que mantienen la asociación
Sevilla-Sefarad
de amigos del legado judío de las raíces de nuestra cultura me
animaron hace unas semanas a que, cuando llegare el tiempo,
escribiera sobre del antisemitismo de los pasos de Semana Santa.
Florecidos los naranjos y los secretos arboles del amor, es la
hora de complacerlos, gustoso. Mis raíces son más hebreas que
los turrones que David Soto llevaba desde Las Lumbreras a las
ferias de la Andalucía. Dicen que los que llevamos topónimos en
el apellido venimos de aquellos judíos conversos de la España de
la Inquisición, que, forzados por la fe que a la trágala
adoptaban, se ponían el nombre de las ciudades de su procedencia
para encubrir la sombra de Leví. Tengo a gala venir de judío por
los cuatro costados de mi sangre. Mis cuatro apellidos son
topónimos, los cuatro de rama de conversos: Burgos, que es una
ciudad castellana; Belinchón, que es un pueblo de Cuenca;
Carmona, que es la estrella de Vandalia, y Olivares, cabeza de
los estados del Conde-Duque. Si existiera la Real Maestranza de
Judería, yo podía prestar sobradamente pleito-homenaje al Rey de
Judá como caballero, pues podría hacer sobrada probanza de mis
cuatro apellidos hebraicos, sin mezcla alguna de cristiano
viejo.
Teniendo Sevilla la leyenda de la Susona, la
Judería de San Bartolomé, las sinagogas rebautizadas como
iglesias, siempre me ha sorprendido el antisemitismo de las
figuras de los pasos de la Semana Santa. Los sevillanos sabemos
que la Pasión es una película que hemos visto muchas veces. Una
película que termina bien. Sabemos que al final, el Muchacho, el
Bueno, el que vive en San Lorenzo, el Hijo de La que está junto
al Arco, se salva, porque nos salva. Pero los judíos son los
malos de esa película. Por mucha tolerancia que predique lo
políticamente correcto, por mucho antirracismo del que
presumamos, los judíos de los pasos son tan malos y tan
perversos ahora como en tiempos de la Contrarreforma. En las
cofradías han sido adaptadas muchas cosas al dictado de los
tiempos. Ya no son machistas, y las mujeres salen de nazarenas.
Ese igualitarismo no ha llegado a la imaginería. En un mundo de
tantos estrenos, tantas reformas, tantos nuevos enseres
procesionales, a ninguna cofradía andaluza se le ha ocurrido
cambiar las figuras del misterio para que los judíos no tengan
esa cara de mala leche que tienen hace cuatro siglos. Ahora que
tanto hablamos de fuerzas de ocupación en Irak, damos por
sentado que los romanos tenían todo el derecho a ser los
invasores de Palestina. Pilatos, que al cambio era como el
administrador americano de Bagdad, es el que cae simpático.
Hasta le tocan las palmas y le dicen: "¡Pilatos, guapo!". Por el
contrario, Anás, Caifás y los terribles e innominados sayones
siguen siendo los malos. Las mismas andaluzas que dicen ellas
que son muy tolerantes, muy antirracistas y muy xenófobas son
las que cuando sus hijos, viendo las cofradías, les preguntan
quiénes son esos tíos tan feos que van en lo alto del paso, les
dicen, montando su verbal cámara de gas, como un nuevo Hitler:
-- Hijo, ésos son los judíos, los que mataron
al Señor...
De ahí no nos sacan. Y en la pasión con
minúscula nuestra de cada día, ocurre tres cuatros de lo propio.
No veo condenas abiertas y contundentes contra el terrorismo
islamista (vamos, moro, como se ha dicho toda la vida de Dios),
empezando por la matanza de Madrid. A los de las mochilas no los
llama hijos de puta ni Alfonso Ussía, que es especialista. En
cambio, en cuanto los israelíes hacen un acto tan terrorista y
condenable como los palestinos o los islamitas de las mochilas,
las condenas llueven.
Por lo cual pienso que si los malos de los
pasos, en vez de los judíos, fueran los moros, hace ya veinte
años que los hubieran cambiado a todos. Los habrían puesto más
bonitos que un San Luis. Y con unas caras de más buenas
personas...
Sobre este tema,
en El Recuadro, "Moros y cristianos"
Sevilla-Sefarad, amigos del legado sefardí
Temas de Semana Santa en El Recuadro
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artículos en la web de El Mundo
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