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Me
voy a hacer un rosario con sus coplas, Juanito Valderrama, ahora
que le ha dicho usted adiós a su España querida, que dentro del
alma la llevaba metida y que nos la metió en los tuétanos de la
memoria con sus canciones. Suena en la
radio de cretona, sepia de los recuerdos, banda sonora de un
pueblo, casé de camionero, altavoz de venta, un horizonte lírico
de emigrantes, pescadores, tortolicas, rosas cautivas, madres
hermosas, lunas bandoleras y Asunciones gloriosas en el barandal
del cielo en el disco dedicado que media hora de saludos llevaba
por delante en Radio Andorra cuando iban a hacernos oír tu voz
de caramelo con niñas de primera comunión como blancas azucenas,
con polizones del barco de la pena.
Fue usted, excelentísimo señor don Juan
Valderrama Blanca, en el tiempo y en la hermosura de sus
melismas, el primer cantautor de España, a la medida justa de
las hambres de la postguerra. Usted escribió "El Emigrante" con
los recuerdos de aquella noche del Teatro Cervantes del Tánger
internacional y liberal, cuando vio que con sus cantes estaban
llorando los exiliados republicanos, los que habían sido sus
compañeros en el frente de Jaén, cavando trincheras y cantando
fandangos a aquel capitán con tanta guasa que le dijo:
-- Muchacho, de pico estás muy bien, a ver
mañana por la mañana cavando trincheras cómo estás de pala...
De Palas, de Palas Atenea llegó a ser el
clasicismo de las coplas que usted mismo escribió para
cantarlas, al menos veinticinco años antes que llegaran los
cantautores y existiera la que llamaron canción-protesta. Hay
tres coplas que, solas, justifican a un cantautor como reflejo
de una época y las tres la escribió usted, don Juan : "El
emigrante", «De polizón» y «Su primera comunión». Ponemos ahora
esas tres coplas en la gramola y nos suena esa España que, con
cuanto le sobra de sus señas de identidad, construyó Andalucía.
Pocos como usted para comunicar la belleza de los cinco primeros
versos del «Polizón», una de las más tristes historias jamás
contadas. O para hacer una copla-símbolo, como "El emigrante",
el himno oficial de quienes, desde el milagro alemán, iban
mandando marcos al pueblo. No era "El emigrante". Era "El
exiliado". El Niño Ricardo había hecho una falseta gloriosa en
la turné del Norte, en un teatro de Ponferrada, y usted le dijo:
"Guárdame esa falseta". Se la tocó luego. La memorizó usted. Y
en la soledad del hotel, a la noche, al dorso de una factura,
empezó a escribir los versos que ahora nos sabemos todos: "Me
voy a hacer un rosario..."
Si era usted grande como cantautor, inmenso
era como cantaor. Siempre en los terribles duales de España, en
la tierra de nadie de los grandes. Para los copleros era usted
un cantaor y para los flamencos, un cancionero. Como para los
progresistas era usted un símbolo del franquismo, sin saber su
pasado de soldado de la II República, y para los franquistas era
usted un flamenco que había estado con los rojos, a quien una
noche el propio Caudillo, en la fiesta tras una montería, le
pidió que le repitiera "El emigrante". Y antes de empezar a
cantarla por segunda vez, iba usted pensando y temblando: "¿Me
habrá pedido que la cante otra vez para quedarse bien con la
copla y meterme a mí en la cárcel este tío...?"
Despreciado por los intelectuales, tuvo usted
la grandeza en la predilección del pueblo que hizo suyas sus
coplas. No hizo usted en toda su vida otra cosa que trabajar.
Desde que en su pueblo de Torredelcampo oyera cantar El Niño de
Marchena a aquel niño de la familia de Los Cenizos sentado en
las rodillas del Maestro de Maestro, al que habían puesto una
juanramoniana corbata espantosa de niño rico, y a quien el
flamenco más popular de su época, al terminar de oírlo, le dijo:
"Niño, cantas muy bien; y toma un duro, para que te compres otra
corbata, que esa es horrorosa..." Con catorce años salió usted
del Cortijo de la Sierresuela. No quería trabajar en el campo,
porque usted era artista y tenía que poner a funcionar la
fábrica de caramelos en su voz, para endulzar las tristezas de
un pueblo. Y así se fue a Madrid, sin un duro y hasta sin
abrigo, con el frío que hacía en Madrid. Tras su debú en el
Teatro Mnetropolitano, La Niña de la Puebla, la de los
campanilleros, lo llevó a usted luego en su compañía por toda
España. Flamencos en la guerra civil, en la Málaga en llamas de
Gerald Brenan. Quinta movilizada. Al frente de Jaén, con un
batallón anarquista, el Fermín Salvoechea. Su España querida,
partida en dos. Usted, en el frente. Por una orilla de aquel río
de sangre iba Angelillo cantando "Mi jaca" y por la otra orilla
iba Estrellita Castro cantando "Mi jaca". Galopaba la copla en
el caballo del "Guernica" de Picasso, para que luego le dijeran
a usted, Juan, que la copla era franquista. Era, como usted, de
España. Y no sabe la gente, don Juan, que el Valderrama que pasó
por Intocable del Franquismo fue más Altavoz del Frente y más
comisario político de la belleza del cante que los que
oficialmente han quedado en la Historia retratados con el mono
azul y el correaje.
De aquella España de las hambres, de los
sufrimientos, de las prisiones, que usted conoció en los tablaos
de Madrid como cantaor de cuarto, azulejos de Villa Rosa donde
tenía que cantarles a los señoritos estraperlistas que iban no a
escuchar su cante, sino a meterle mano a las flamenconas. Cuánto
sufrió usted, Juan Valderrama, cuánto trabajó luego en los
trenes de la madrugada, esos enlaces en Alcázar de San Juan, de
fonda en fonda, de corralones con bancos de madera que hacían de
teatros a plazas de toros con sillas en el ruedo, en las
compañías de los otros o ya en la propia, cuando se le ocurrió a
usted meter las coplas a orqueste viendo que Concha Piquer
llenaba los teatros a cinco duros la butaca y los flamencos, a
diez pesetas, veían los patios vacíos.
Luego vinieron ya esas coplas antológicas de
sus grandes espectáculos: los de Quintero, León y Quiroga; el
"Romancero" que le encargó que le escribiera Ramón Perelló,
aquel autor republicano que acababa de salir de la cárcel de
Franco, al que ningún artista quería contratar, por rojo. Usted
puso bandera en el señorío irredento de la copla andaluza. Hasta
hizo cine. Cine con cuatro perras gordas, ¿cómo iban a ser de
antología "El rey de la carretera" o "De barro y oro"? Cine con
sus coplas. Cine con su amor, con Dolores Abril, aquella
chiquilla que conoció usted una tarde camino del Teatro Calderón
de Madrid y con la que acabaría casándose por encima de todos
los prejuicios sociales y religiosos de la época, la gente no
sabe el valor que le echó usted a la vida, don Juan. Y otra vez
a las turnés, a descubrir artistas para el elenco, a contratar a
los que llenaban los teatros,
cantando por esos pueblos las letras que tenían dentro toda su
propia hambre, la penuria del pueblo andaluz.
Y el cante, don Juan, no nos olvidemos del
cante. De sus antologìas del cante, Tres grandiosas grabó usted.
No había estilo que no conociera. En sus coplas y en sus cantes,
un viento del pueblo, del pueblo de Torredelcampo. Al final le
reconocieron todos sus valía. El festival de Las Ventas con
Serrat cantando a dueto las viejas coplas, la Medalla de Bellas
Artes, la Medalla de Andalucía, que entró usted a recogerla en
el palacio de San Telmo del brazo de Felipe González, en el
cante no hay color, Juan. Porque usted siguió cantándole al
pueblo andaluz, eterno perdedor de todas las guerras civiles. Su
voz fue el remedio contra las penas de mantones negros y las
hambres de pan moreno. Y para alegrar aquella Andalucía tan
triste, sin mayores pretensiones, escribió usted la perfección
de comunicación de sus propias coplas. Las cantiñeaba, las
memorizaba, y le decía a Manuel Serrapí Sánchez, al Niño
Ricardo: "Anda, tócame a la guitarra esto que he escrito, a ver
cómo suena..."Y sonaba un estandarte con la bandera de España,
que nadie se preocupó nunca de preguntar, frente al tópico del
Valderrama franquista, si era la rojigualda de los que estaban
en las trincheras de frente pegando tiros o la bandera tricolor
que suena cuando se oye "Mi jaca", "La Chiclanera",
"Manolo Reyes". Lo fácil es lo que hicieron Angelillo o Miguel
de Molina: coger el portante y el barco de América. Lo difícil,
lo suyo, Juan: quedarse aquí, tragando quina, hambre y pena
negra, pasarse una vida de fatiguitas, cantando por los pueblos
de su Andalucía, despreciado por los flamencos oficiales. Pero
haciendo llorar a las gentes. Hace dos días, Juan, la última vez
que hablamos, el Miércoles Santo, me dijo que el médico le había
quitado de cantar. A usted no le quita nadie de cantar, don
Juan. Ni la muerte. Por mucho tiempo, sus coplas serán viento
del pueblo en su memoria, que tuve el honor de oírsela contar
cuando me la iba recordando en aquella ilusión que hicimos en
forma de libro y que se llama "Juanito Valderrama: Mi España
querida".
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El cantaor Juan Valderrama Blanca nació en
Torredelcampo (Jaén) en 1916 y falleció ayer a causa de una
dolencia cardiaca en su casa de Espartinas (Sevilla)
Juanito Valderrama "Mi España querida"
Juanito Valderrama, verdadero viento del pueblo andaluz
Juanito Valderrama, cante y coplas
Don Juan Valderrama
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