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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo, martes 13 de abril del 2004

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Juanito Valderrama, una vida de copla

Me voy a hacer un rosario con sus coplas, Juanito Valderrama, ahora que le ha dicho usted adiós a su España querida, que dentro del alma la llevaba metida y que nos la metió en los tuétanos de la memoria con sus canciones. Suena en la radio de cretona, sepia de los recuerdos, banda sonora de un pueblo, casé de camionero, altavoz de venta, un horizonte lírico de emigrantes, pescadores, tortolicas, rosas cautivas, madres hermosas, lunas bandoleras y Asunciones gloriosas en el barandal del cielo en el disco dedicado que media hora de saludos llevaba por delante en Radio Andorra cuando iban a hacernos oír tu voz de caramelo con niñas de primera comunión como blancas azucenas, con polizones del barco de la pena.

Fue usted, excelentísimo señor don Juan Valderrama Blanca, en el tiempo y en la hermosura de sus melismas, el primer cantautor de España, a la medida justa de las hambres de la postguerra. Usted escribió "El Emigrante" con los recuerdos de aquella noche del Teatro Cervantes del Tánger internacional y liberal, cuando vio que con sus cantes estaban llorando los exiliados republicanos, los que habían sido sus compañeros en el frente de Jaén, cavando trincheras y cantando fandangos a aquel capitán con tanta guasa que le dijo:

-- Muchacho, de pico estás muy bien, a ver mañana por la mañana cavando trincheras cómo estás de pala...

De Palas, de Palas Atenea llegó a ser el clasicismo de las coplas que usted mismo escribió para cantarlas, al menos veinticinco años antes que llegaran los cantautores y existiera la que llamaron canción-protesta. Hay tres coplas que, solas, justifican a un cantautor como reflejo de una época y las tres la escribió usted, don Juan : "El emigrante", «De polizón» y «Su primera comunión». Ponemos ahora esas tres coplas en la gramola y nos suena esa España que, con cuanto le sobra de sus señas de identidad, construyó Andalucía. Pocos como usted para comunicar la belleza de los cinco primeros versos del «Polizón», una de las más tristes historias jamás contadas. O para hacer una copla-símbolo, como "El emigrante", el himno oficial de quienes, desde el milagro alemán, iban mandando marcos al pueblo. No era "El emigrante". Era "El exiliado". El Niño Ricardo había hecho una falseta gloriosa en la turné del Norte, en un teatro de Ponferrada, y usted le dijo: "Guárdame esa falseta". Se la tocó luego. La memorizó usted. Y en la soledad del hotel, a la noche, al dorso de una factura, empezó a escribir los versos que ahora nos sabemos todos: "Me voy a hacer un rosario..."

Si era usted grande como cantautor, inmenso era como cantaor. Siempre en los terribles duales de España, en la tierra de nadie de los grandes. Para los copleros era usted un cantaor y para los flamencos, un cancionero. Como para los progresistas era usted un símbolo del franquismo, sin saber su pasado de soldado de la II República, y para los franquistas era usted un flamenco que había estado con los rojos, a quien una noche el propio Caudillo, en la fiesta tras una montería, le pidió que le repitiera "El emigrante". Y antes de empezar a cantarla por segunda vez, iba usted pensando y temblando: "¿Me habrá pedido que la cante otra vez para quedarse bien con la copla y meterme a mí en la cárcel este tío...?"

Despreciado por los intelectuales, tuvo usted la grandeza en la predilección del pueblo que hizo suyas sus coplas. No hizo usted en toda su vida otra cosa que trabajar. Desde que en su pueblo de Torredelcampo oyera cantar El Niño de Marchena a aquel niño de la familia de Los Cenizos sentado en las rodillas del Maestro de Maestro, al que habían puesto una juanramoniana corbata espantosa de niño rico, y a quien el flamenco más popular de su época, al terminar de oírlo, le dijo: "Niño, cantas muy bien; y toma un duro, para que te compres otra corbata, que esa es horrorosa..." Con catorce años salió usted del Cortijo de la Sierresuela. No quería trabajar en el campo, porque usted era artista y tenía que poner a funcionar la fábrica de caramelos en su voz, para endulzar las tristezas de un pueblo. Y así se fue a Madrid, sin un duro y hasta sin abrigo, con el frío que hacía en Madrid. Tras su debú en el Teatro Mnetropolitano, La Niña de la Puebla, la de los campanilleros, lo llevó a usted luego en su compañía por toda España. Flamencos en la guerra civil, en la Málaga en llamas de Gerald Brenan. Quinta movilizada. Al frente de Jaén, con un batallón anarquista, el Fermín Salvoechea. Su España querida, partida en dos. Usted, en el frente. Por una orilla de aquel río de sangre iba Angelillo cantando "Mi jaca" y por la otra orilla iba Estrellita Castro cantando "Mi jaca". Galopaba la copla en el caballo del "Guernica" de Picasso, para que luego le dijeran a usted, Juan, que la copla era franquista. Era, como usted, de España. Y no sabe la gente, don Juan, que el Valderrama que pasó por Intocable del Franquismo fue más Altavoz del Frente y más comisario político de la belleza del cante que los que oficialmente han quedado en la Historia retratados con el mono azul y el correaje.

De aquella España de las hambres, de los sufrimientos, de las prisiones, que usted conoció en los tablaos de Madrid como cantaor de cuarto, azulejos de Villa Rosa donde tenía que cantarles a los señoritos estraperlistas que iban no a escuchar su cante, sino a meterle mano a las flamenconas. Cuánto sufrió usted, Juan Valderrama, cuánto trabajó luego en los trenes de la madrugada, esos enlaces en Alcázar de San Juan, de fonda en fonda, de corralones con bancos de madera que hacían de teatros a plazas de toros con sillas en el ruedo, en las compañías de los otros o ya en la propia, cuando se le ocurrió a usted meter las coplas a orqueste viendo que Concha Piquer llenaba los teatros a cinco duros la butaca y los flamencos, a diez pesetas, veían los patios vacíos.

Luego vinieron ya esas coplas antológicas de sus grandes espectáculos: los de Quintero, León y Quiroga; el "Romancero" que le encargó que le escribiera Ramón Perelló, aquel autor republicano que acababa de salir de la cárcel de Franco, al que ningún artista quería contratar, por rojo. Usted puso bandera en el señorío irredento de la copla andaluza. Hasta hizo cine. Cine con cuatro perras gordas, ¿cómo iban a ser de antología "El rey de la carretera" o "De barro y oro"? Cine con sus coplas. Cine con su amor, con Dolores Abril, aquella chiquilla que conoció usted una tarde camino del Teatro Calderón de Madrid y con la que acabaría casándose por encima de todos los prejuicios sociales y religiosos de la época, la gente no sabe el valor que le echó usted a la vida, don Juan. Y otra vez a las turnés, a descubrir artistas para el elenco, a contratar a los que llenaban los teatros, cantando por esos pueblos las letras que tenían dentro toda su propia hambre, la penuria del pueblo andaluz.

Y el cante, don Juan, no nos olvidemos del cante. De sus antologìas del cante, Tres grandiosas grabó usted. No había estilo que no conociera. En sus coplas y en sus cantes, un viento del pueblo, del pueblo de Torredelcampo. Al final le reconocieron todos sus valía. El festival de Las Ventas con Serrat cantando a dueto las viejas coplas, la Medalla de Bellas Artes, la Medalla de Andalucía, que entró usted a recogerla en el palacio de San Telmo del brazo de Felipe González, en el cante no hay color, Juan. Porque usted siguió cantándole al pueblo andaluz, eterno perdedor de todas las guerras civiles. Su voz fue el remedio contra las penas de mantones negros y las hambres de pan moreno. Y para alegrar aquella Andalucía tan triste, sin mayores pretensiones, escribió usted la perfección de comunicación de sus propias coplas. Las cantiñeaba, las memorizaba, y le decía a Manuel Serrapí Sánchez, al Niño Ricardo: "Anda, tócame a la guitarra esto que he escrito, a ver cómo suena..."Y sonaba un estandarte con la bandera de España, que nadie se preocupó nunca de preguntar, frente al tópico del Valderrama franquista, si era la rojigualda de los que estaban en las trincheras de frente pegando tiros o la bandera tricolor que suena cuando se oye "Mi jaca", "La Chiclanera", "Manolo Reyes". Lo fácil es lo que hicieron Angelillo o Miguel de Molina: coger el portante y el barco de América. Lo difícil, lo suyo, Juan: quedarse aquí, tragando quina, hambre y pena negra, pasarse una vida de fatiguitas, cantando por los pueblos de su Andalucía, despreciado por los flamencos oficiales. Pero haciendo llorar a las gentes. Hace dos días, Juan, la última vez que hablamos, el Miércoles Santo, me dijo que el médico le había quitado de cantar. A usted no le quita nadie de cantar, don Juan. Ni la muerte. Por mucho tiempo, sus coplas serán viento del pueblo en su memoria, que tuve el honor de oírsela contar cuando me la iba recordando en aquella ilusión que hicimos en forma de libro y que se llama "Juanito Valderrama: Mi España querida".

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El cantaor Juan Valderrama Blanca nació en Torredelcampo (Jaén) en 1916 y falleció ayer a causa de una dolencia cardiaca en su casa de Espartinas (Sevilla)

Juanito Valderrama "Mi España querida"

Juanito Valderrama, verdadero viento del pueblo andaluz

Juanito Valderrama, cante y coplas

Don Juan Valderrama

 


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