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J. Ramírez se preguntaba el otro día en la Cope qué pasaría en
Estados Unidos si el presidente Bush recibiera a las puertas de
la Casa Blanca al gobernador del Estado de California flanqueado
por sendas banderas de igual tamaño y parejo honor en su
colocación: la nacional de barras y estrellas y la californiana
del oso encampanado en sus franjas rojiblancas. Sé qué ocurriría
si en ese preciso instante pasara por allí un guasón español en
visita turística al Distrito de Columbia. Viendo la bandera de
Estados Unidos y la de California con iguales honores, diría:
-- ¡Qué españolada!
Maragall querrá resucitar el Estat Catalá,
pero de momento se envuelve en la bandera catalana como Marujita
Díaz en la rojigualda, actualización de la españolada. La
españolada no quedó en las películas de Cifesa, los espectáculos
del Teatro Calderón, las tiendas de recuerdos turísticos, la
silueta del toro de Osborne o las coplas completas de Manolo
Escobar. Actualizamos la españolada constantemente. Ahora es la
españolada constitucional y progresista. La españolada de la
dictadura de lo políticamente correcto, la españolada de la
cuota femenina, la españolada de pasar con fervor de
neoconversos de declarar peligrosos sociales a los homosexuales
a perseguir a los homófobos. Españolada es Carmen Calvo vestida
de cuadro de Dalí delante de un cuadro de Dalí. Españolada es la
exhumación de la memoria de sólo un bando de una guerra incivil
que creíamos superada y olvidada.
Y españolada es esta vieja tradición de que
aquí la bandera parece que no está para izarla en un mástil y
rendirle honores, sino para que, utilizando el mástil como
estaca, te peguen con ella en toda la boca. No conseguimos que
ondee sola la bandera constitucional. Arrastramos la oprobiosa
españolada de los tres mástiles de la dictadura, con la bandera
de España, la de la Falange y la del Requeté, La españolada es
no haber aserrado esos tres mástiles, la españolada es
reutilizarlos para la bandera de España, la de Europa y la
autonómica. Los falangistas se empeñaban en que su bandera
rojinegra tuviera los mismos honores que la de España y los
hechos demuestran que aquí hay aún mucha tradición de la
horrorosa españolada del Movimiento Nacional.
Y nada digo de las otras banderas. Nunca ha
habido tanto desprecio a la bandera nacional y tanta españolada
de izar no ya la bandera autonómica, sino el pendón local,
cuando no todo un catálogo vexilológico de empresas, negocios,
sociedades mercantiles. En cada Corte Inglés, la bandera del
pujante cantón independiente de don Isidoro Alvarez ondea con
igual honor que la española. Cada gasolinera enarbola la enseña
de Repsol, de Campsa, de BP como naciones soberanas de 96
octanos. Y como es nuestra clásica españolada del pendulazo de
babor a estribor, ya no me emociono con la rojigualda de la
Plaza de Colón. Ahora se me erizan los vellos del patriotismo de
mi tarjeta de crédito cuando voy al hipermercado y veo ondear,
temida y honrada, la bandera de Carrefour.