ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Viva Triana viva

EN estas tardes de larga luz en que ya florecen las jacarandas y las carriolas del Rocío, la ciudad empieza a sonar de un modo distinto. Le entra al aire como una cercana lentitud de pájaros y de niños que juegan. Sonidos de pueblo. Sí, Sevilla, en esta primavera alta, pasada la Feria, barruntando el Rocío, esperando el Corpus, se acuesta a dormir la siesta como ciudad y se levanta como pueblo. Se levanta antigua de atardeceres, niños en la plazoleta y vencejos enhebrando espadañas.

Estas ya largas tardes, como todo el tiempo que se acerca, hasta que tiemblen los nardos en las cuatro esquinas del paso de la Virgen de los Reyes, parece que están hechas a la medida de Triana. Si Sevilla suena de una forma distinta en estas largas tardes, Triana dice: «Aquí estoy yo». Está viva. Más viva que mucha Sevilla. Lo que era Sevilla antes hay que buscarlo ahora en Triana. Lo que era la calle Sierpes de animación, de verdad, de pueblo hondo, de humanidad, hay que ir a buscarlo por los alrededores de la plazuela de Santa Ana, o en esa difusa frontera occidental del Arrabal y Guarda que sólo los trianeros conocen, y que está por donde la antigua Cochera de los Tranvías. Es muy sabido que el trianero, cuando enfila la calle San Jacinto hacia el puente, le dice a su mujer:

-Niña, voy a Sevilla.

Ese mismo trianero, en la misma calle San Jacinto, pongamos que en la esquina de la parroquia, frente a la pastelería de Filella, cuando va a tirar hacia El Tardón o hacia Santa Cecilia, le dice a su mujer:

-Niña, voy a ver a uno ahí en el Barrio León.

O en El Turruñuelo. O en La Dársena. Triana tiene hasta sus propios barrios, y los sevillanos no lo sabemos. No sabemos siquiera que Sevilla quizá sea un barrio de Triana, un barrio demasiado moderno. Tan moderno, que en estas largas tardes del gozo de la luz, cuando las jacarandas florecen, hay que ir a buscar allí a Triana la vida que a Sevilla, tan turística, tan falsificada, ya le falta: esas calles bulliciosas, donde la gente se conoce todavía por su nombre, sabe dónde vive, dónde vivían sus padres, de qué corral de la calle Castilla o de Fabié eran sus abuelos, si sale de nazareno en El Cachorro o en la Esperanza.

Triana tiene mucho de lo que le falta a esta ciudad cada vez más museificada a este lado del río. Por las mañanas tiene niños que van al colegio, a los que se oye gritar en los patios del recreo. Triana hasta tiene balones que se embarcan. Qué clásico y sevillano esto de una pelota infantil que se embarca en un tejado o en un balcón. ¿Desde cuándo no se embarca una pelota en Sevilla? En Triana, tan marinera, siempre se están embarcando las pelotas de los niños. Se embarcan no porque se vayan a descubrir América, como Rodrigo; se van a descubrirnos los recuerdos de la ciudad perdida y allí recuperada. Id por la mañana al mercado de Triana, a hacer la plaza. Y oídla. De tanto hablar de la plaza de armaos de la calle Anchalaferia, los sevillanos nos hemos olvidado de esta humanísima plaza de nazarenos de terciopelo verde de la Esperanza, al pie del puente, junto a la capillita del Carmen, sobre los recuerdos del castillo del Señor San Jorge. La plaza de la Encarnación es un recuerdo, pero la plaza de Triana es vida llena, rebosante, sonora, riente. Y esos puestos callejeros. Que no son del negro que vende bolsos falsificados, sino como puestecillos antiguos, salidos de un grabado o de una vieja foto: el tío de las cabrillas y los caracoles, el que vende aceitunas machacás, el de las tagarninas, cuando es el tiempo.

Y, a la tarde, unos cohetes rocieros, y un sonido de campanas que la hacen más de verdad, más de la vida, más de pueblo. Lo que fue la calle Sierpes es un recuerdo que encontramos vivo en la calle Castilla, en la calle San Jorge, en Pureza, en San Jacinto. Los comercios de Triana cambian menos que los mutantes del centro de Sevilla. En Triana no hay franquicias, óle Triana. Un sevillano que hace años estuviera ausente de la ciudad y volviera, no reconocería los comercios de Sierpes. Un trianero que vuelva, hasta encuentra al mismo dependiente en la alpargatería, en la ferretería, en la mercería, en el despacho de pan y tortas. Es esa Triana viva donde en estas tardes de luz y jacarandas algunos sevillanos vamos a añorar la vida honda y verdadera que Sevilla, ay, ha perdido.

 

 

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