HABLAMOS aquí el otro día de La Carapasa, y varios lectores nos han escrito preguntándonos quién es. ¿Pues quién va a ser? La Carapasa es La Carapasa, como su mismo nombre indica. Usted piense, piense, y hágase esta pregunta: ¿Quién sale en el telediario con una cara «con más arrugas que una pasa», como cantaba Joaquín el de la Paula en el autorretrato para su murga de Alcalá?

—¡La Carapasa, claro!

¿Usted no ve cómo tan difícil no era saberlo? No hay nada más de este triangulito de la verdadera Andalucía la Baja que un mote que empiece por Cara... lo que sea. Un lector nos escribe no preguntando por La Carapasa, sino reclamando su gaditanía: «Muy bueno el recuadro con la mención a La Carapasa, que es uno de los mejores motes de los últimos tiempos. Una precisión: es de influencias gaditas, como casi todo en la vida, pues evoca al Carataza. El Carataza era uno que tenía un bar en la calle Doctor Dacarrete, así llamado porque su cara era talmente una taza. Mote perfecto, que por cierto glosó Mon del Río en un artículo cuando cerraron el bar». En Cádiz es que hay «cara» de todo lo que se quiera. Está El Carapapa y están, en plural, sus niños, Los Carapapas, los hermanos Márquez Mateo, que sacan chirigotas, de las que usted recordará la de los reyes de España. Y está El Carapalo, chirigotero insigne. Y en la otra vertiente de la praxis de lo gadita que acaba de estudiar Juan José Téllez en un gran libro, en la Semana Santa, también abundan los caras. Hay en Cádiz un capataz de cofradías al que llaman El Carapalio.

—Pero eso no es privativo de Cádiz. ¡Anda que no hay Carapalios ni ná en Sevilla! Usted haga memoria, y verá la de Carapalios que hay.

En Sevilla hay más guasa. En Sevilla había uno al que le decían Caracartón. Y en el toreo era famoso un ayuda de mozospás al que le decían Caralpargata, que alcanzamos a conocer.

—¿Y se mosqueaba si le decían Caralpargata en su propia cara?

—Aunque mi padre lo conocía, y alguna vez iba por su sastrería a recoger algo para un torero, yo nunca se lo dije, por si acaso...

—No le fuera a dar con la alpargata en toda la cara, ¿no?

Y había y hay más caras-de-algo. En la murga de la Alameda, con Regaera, estaba Carabolso. ¿Se imaginan la cara de bolso que debía de tener Carabolso para que le dijeran Carabolso?

—Pues la misma cara de pasa que tiene La Carapasa...

Manuel Melado, que acaba de publicar su segunda recopilación humorística, «No me río que me asfixio», a uno que hay en el Betis con una cara de muerto que lo ves y te dan ganas de irte directamente para el tanatorio de la Ese 30 para darle el pésame a la viuda, le llama El Caralápida. En Sevilla hay Caraliebres y Carabrevas, Carabichas y Carapájaros. Todas las caras que se quieran.

—Pero los mejores de todos son los caras sin segundo término de la comparación.

—¿Cómo sin segundo término de la comparación?

—Sí, los que no son los Caraesto o los Caralotro, sino sencillamente caras. Los desahogados, los sinlacha, los nolacos, los que tienen tanta cara que les decimos sencillamente caras. ¡De esos caras sí que está llena Sevilla!

—¿Toda Sevilla?

—Bueno, en unos sitios más y en otros menos. A ver si a ese profesor amigo suyo que da clases sobre Gorrones le dice usted que vaya inventando el IC, el Indice de Caras por Metro Cuadrado. ¿Cuántos caras hay en Canal Sur? ¿Más caras que en el Ayuntamiento o menos caras que en la Consejería de Cultura? ¿En qué cofradía hay más caras? ¿Se rompe el aparato de medir el IC por metro cuadrado si lo metemos en el Consejo Audiovisual, porque el cacharro no está programado para tal cantidad de caras y sale echando humo?

Se lo diré al profesor emplazado. Y sé lo que me va a contestar. Que el sitio donde hay más caras es en la Junta. Donde además hay uno muy principal al que el difunto Pepe Guzmán le puso Carabarça, y Carabarça se le quedó.